domingo, 27 de enero de 2013

Secretos Compartidos Capitulo XIII -FINAL-


La mañana la encontró con la cabeza muy ocupada. No paraba de pensar y de premeditar. Decidió levantarse. Se sentó en la cama y se vistió con una bata. Sonrió, sería un gran día, ya tenía todo planeado. Primero, buscaría el club de tiro cuya publicidad salía en el periódico. Allí verificaría su puntería. Después, buscaría a cualquiera para matarlo y así “estrenar” su arma. Quería estar bien entrenada para cuando le tocara a John. Él merecía lo mejor.
Abrió el cajón de su mesa de noche, que estaba lleno de papelitos y cosas pequeñas que no usaba. Encontró varias fotos de The Beatles, recortadas de revistas hacía mucho tiempo.
Miró a John y sonrió. Con un marcador rojo que encontró en el mismo lío de su cajón, redondeó su rostro. Recordó con una sonrisa cuando un día, mas precisamente el día que le obsequió el cuadro, había leído una letra de una nueva canción de John. Mucho no había entendido, pero sabía que le cambiarían el nombre, y que las primeras frases le habían llegado mucho. John la descubrió leyéndola y se había enfadado, pero ella supo enseguida que lo hacía en broma. Ya lo conocía bien.
El teléfono sonó y corrió a atenderlo, dejando la foto sobre su desordenada cama.
-¿Papá? –dijo cuando levantó el auricular y escuchó una voz demasiado conocida.
-Si Mélisande....
-Oye, no sé cómo consiguieron mi número, pero te digo que aún estoy muy enojada con ustedes.
-Oh hija....De hecho te llamaba para pedirte perdón, nos hemos enterado de tus exposiciones, tienes mucho éxito ¿verdad?
-Demasiado tarde para pedir perdón. Adiós –colgó y comenzó a prepararse el desayuno.
Comió bastante inquieta, la llamada la había turbado. Pero decidió olvidar el hecho, tenía que estar concentrada al cien por cien y no dejarse distraer por algo así. Si otro día volvían a  llamar se tomaría algo de tiempo para escuchar excusas que no perdonaría.
Guardó la pistola en su bolso, se arregló un poco frente al espejo de su habitación y salió con paso decidido.

Dobb escuchaba la radio, con la cabeza apoyada en el asiento del coche. Cuando la vio salir del edificio, se quitó los lentes de sol y la observó bien. No iba muy arreglada, quizás sólo iba a hacer compras....Pero no se dejaría engañar por su apariencia. La siguió con la vista hasta que estuvo bien alejada y encendió el coche. La siguió de lejos, durante cuatro cuadras hasta que se detuvo cuando ella llegó a una parada de autobús. Esperó unos diez minutos hasta que el autobús llegó y subió. Ahí si, Dobb la siguió a toda marcha.


Después de un viaje medianamente largo, bajó justo enfrente. El autobús arrancó con suficiente velocidad como para despeinarla, cosa que la molestó. Miró la elegante fachada del edificio que en letras de metal decía “Club de Tiro de Londres”. Cruzó la calle y espió a través de la puerta de vidrio, antes de entrar.
-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? –preguntó un joven, detrás de un escritorio.
-Quiero hacerme socia de este club.
-Perfecto. ¿Usted es policía, o pertenece a alguna fuerza armada?
-No, para nada. Soy pintora –rió.
-Vaya, eso es extraño....
-Mi hermano practicaba tiro, y me empezó a gustar mucho –explicó con simpatía, para no levantar sospechas.
-Ahh...ya me parecía, no le encontraba la relación  a la pintura y el tiro. Bien, tendrá que darme sus datos –abrió un cajón y sacó una planilla –Dígame su nombre y apellido.
-Mélisande Leroux.
-¿Leroux? ¿Es familiar de Amédée Leroux?
-Es mi hermano –respondió con una sonrisa.
-¿Su hermano? Ohh....¡hace mucho tiempo que no lo vemos! Recuerdo que en un torneo entre Francia e Inglaterra él se lució; pese a que perdimos quedamos muy sorprendidos con él, y después vino un par de veces aquí, porque vivía en Londres.
-Volvió  a Francia con mi familia, yo me quedé.
-Ya veo....Cuando lo vea dígale que le manda saludos John, del club de tiro.
-John....-repitió en voz baja. Después sonrió, ocultando su perturbación –Le diré en cuanto lo vea.
-Bien, dígame su edad.
-23 años.
-¿Tiene un documento de identidad? Copiaré el número y su dirección.
-Claro –rebuscó en su bolso y se lo entregó. El joven copió todo y se lo devolvió.
-Muy bien, en unos días le llegará la credencial a su casa.
-Pero....-dijo algo desilusionada -¿Ahora no puedo practicar? Aunque sea un poco...
-¡Sí, claro que si! Pase por esta puerta y siga el pasillo. A la izquierda hay un salón donde hay otros socios practicando.
-Ok, muchas gracias –sonrió y entró por la puerta indicada.



Dobb la había estado observando a través de la puerta del edificio, pero desde la vereda de enfrente. Cuando la vio desaparecer tras una puerta, miró su reloj pulsera. Si practicaba tiro tardaría bastante y eso le daba tiempo. Sin perder un segundo más, puso en marcha el coche y fue lo mas rápido que pudo hasta el edificio de Mélisande. Entró y buscó al encargado.
-Departamento de la señorita Leroux –dijo sin saludar.
-Es el piso...
-Ya sé en qué piso es. Déme las llaves.
-¿Qué? ¡No puedo darle las llaves a un desconocido!
-Policía –contestó con prepotencia, mostrándole su placa.
El encargado primero se sorprendió, y después se atemorizó.
-¿Por qué busca a ésa chica? ¿Está metida en algo raro? ¡Yo no vi nada!
-Solo déme las putas llaves –casi lo agarró del cuello, pero se contuvo. –Lo demás no es de su incumbencia.
El encargado caminó hasta su departamento, entró dejando la puerta abierta y de un pequeño armario sacó una caja, donde estaban todas las llaves “de repuesto” de los departamentos del edificio.
-Aquí las tiene –Dobb las tomó y lo miró.
-Mas le vale que no diga una palabra de esto.


Se calzó las antiparras y los protectores de oídos, y con las manos en la cintura miró las figuras de madera que imitaban humanos, al otro lado del salón.
-Señorita, ¿es nueva? –le preguntó un muchacho rubio acercándose a ella.
-Si, recién me asocié.
-Yo soy Peter, el instructor, también me encargo de las armas. ¿Ya sabe como se dispara, o necesita asesoramiento?
-Ya lo sé, sólo vengo a practicar porque hace mucho que no lo hago.
-¿Qué arma quiere usar?
-Una 45.
El joven fue hasta una mesa llena de armas, buscó una, la cargó, y se la pasó a ella, que ya estaba posicionada. Miró bien, apuntó achicando los ojos y vació el cargador en los lugares mas precisos de los muñecos: la cabeza y el pecho.
-¡Vaya! ¡Qué puntería! –dijo Peter cuando ella terminó.
-Parece que no la perdí con el tiempo.
Tres hombres se acercaron a ella, atraídos por la cantidad de tiros que habían escuchado. Dos eran tipos mayores, el otro era mas joven, parecía el hijo de uno de ellos.
-¡Pero si es una chica! –exclamó el que parecía el padre.
-Hola, ¿qué tal? –saludó el joven.
-Hola. –les sonrió, levantándose las antiparras.
-¿Ya te vas? –preguntó el otro tipo.
Mélisande lo miró, y se dio cuanta enseguida de la clase de tipo que era. Un viejo verde, que seguro no perdería la oportunidad para invitarla a salir. Justo lo que ella estaba buscando.
-No, me quedaré otro rato –respondió, y le hizo señas a Peter para que le cargara el arma.
Comenzó a disparar, ante la mirada atónita de los hombres.
-¿Cómo sabes hacer eso? –preguntó el tipo, boquiabierto –Por cierto, ¿cómo te llamas?
-Mélisande ¿y usted? Ah, mi hermano me enseñó –rió un poco.
-Pues te ha enseñado muy bien. Me llamo Robert. ¿Qué te parece si....hacemos una competencia? A ver cuál de todos dispara más rápido y justo en medio de la cabeza.
-De acuerdo., me parece fácil.
-Qué seguridad, ¿no? –dijo el otro tipo.
Se colocaron los protectores, tomaron armas iguales a la de ella y dispararon por turnos. Mélisande fue la única que dio en el blanco.
-Estoy sorprendido –dijo Robert –Es rarísimo ver a una joven con tanta habilidad. Te felicito.
-Gracias –dijo mirándolo, pero después desvió la vista hacia el mas joven. Le pareció lindo, pero estaba un poco avergonzado porque su padre le decía que tenía que mejorar mucho para ser como ella.
-Robert, tenemos que irnos –dijo el otro tipo. Su hijo miraba a otro lado.
-Bien, yo me quedaré un rato mas, mi mujer no está en casa hoy. Y tú muchacho, a ver si le pones mas ganas a la cosa.
El chico no contestó, y se fue siguiendo a su padre. Le dio un poco de pena por él.
-¿Otra competencia? –dijo Robert.
-Otra.


-¿Cómo es posible que una artista excelente esté tan perdida? –se preguntó Dobb a sí mismo. Estaba asombrado de la cantidad y calidad de los cuadros que veía por doquier, en ese pequeño departamento.
Trataba de caminar con cuidado de no mover nada de su sitio y de tocar las cosas lo menos posible.
Todo parecía normal, quizás un poco de desorden, pero nada mas. Hasta que entró en la habitación. Lo primero que notó fue que, a diferencia del resto de la casa, ésta no tenía cuadros, sino pósters, muchos pósters de The Beatles. Allí había mas desorden, las cortinas estaban apenas descorridas, había ropa por todas partes y la cama estaba sin hacer. Un gran panel lleno de fotos llamó su atención. Se acercó y vio que no sólo eran fotos, sino recortes. Comenzó a leerlos, y mientras lo hacía cada vez se le helaba mas la sangre. Muchos eran de exposiciones, pero los otros eran de los crímenes que él estaba investigando. Ahora ya no tenía ni la mas mínima duda acerca de quién era Mélisande Leroux.
Se giró buscando con la mirada algo mas que la implicara. Vio algunas gotas de sangre sobre una pared, que le llamaron la atención, pero se desvió cuando vio sobre la mesa de noche una caja demasiado grande como para estar ahí. La abrió, no había nada, sólo un cartucho de arma de fuego.
-Aquí guardas lo que compraste en la armería, desgraciada....
Cerró la caja, ya listo para largarse de allí y no perder mas tiempo, cuando entre las sábanas de la cama notó algo raro. Tanteó y encontró un marcador rojo y una foto. La tomó con cuidado y al verla, la soltó espantado.
-Mierda....John es el próximo...¡¿Por qué fui tan imbécil de no haber hecho esto antes?!
Salió corriendo y ni esperó al ascensor, porque también corriendo bajó las escaleras.
-Tome –le arrojó las llaves al asustado encargado –Y ya sabe que ni una palabra de esto.


Mélisande se la estaba pasado en grande coqueteando con aquel viejo, que parecía creerse todo lo que ella le decía.
-Las francesas siempre me parecieron preciosas.
-Espero no decepcionarlo....
-¡Claro que no! ¡Lo confirmo totalmente! Además, ahora agregaría que son agresivas
-¿Agresivas? ¿Me ve así? –dio haciéndose la inocente.
-Por favor Mélisande, tutéame. Está bien que sea bastante mayor que tú, pero....hay que tener mas confianza, ¿no te parece? Decía que son agresivas porque viendo a tal muñeca disparar de la forma que lo hace, no demuestra que seas muy tranquila.....¿Y sabes qué? Me encantan las chicas agresivas.
Rió, haciéndose la avergonzada, y de reojo miró a su bolso colgando del respaldo de una silla cercana. No veía la hora de poner en práctica definitivamente su puntería, y ese viejo ya la estaba fastidiando demasiado.
-Mira, ya casi es mediodía –dijo Robert -¿Qué te parece si vamos a almorzar? Conozco un restaurant muy bueno cerca de aquí, así podemos charlar tranquilos....
-Me parece una idea estupenda.
Robert esbozó una ancha sonrisa, seguramente satisfecho de su reciente conquista. Devolvió, junto con Mélisande, las armas que habían estado usando y le guiñó un ojo a Peter.
-Aprende muchacho, aprende de mí –le dijo por lo bajo, el joven sólo hizo una mueca de asco.


Tamborileaba los dedos sobre el volante del coche, ansioso, cuando la vio salir a las risas con un tipo.
Ambos caminaron unas dos cuadras y entraron a un pequeño restaurat. Por suerte, se sentaron cerca de la ventana y desde allí los vigiló.
-No puede ser familiar, están demasiado juntos y cuchicheando.....Tampoco un novio, se nota que aún no son nada, y a ésta chica no puede gustarle un tipo como éste. Entonces...entonces es otra víctima.


Tomó aire después de haber lanzado una carcajada muy bien hecha. Se estaba asombrando a sí misma de sus dotes actorales.
Miró su reloj, ya estaba harta, pero tenía que seguir haciéndole el jueguito para que él la invitara a ir  a su casa. Y ahí actuaría de verdad.
-Mélisande, ¿por qué no vamos a un lugar....mas cómodo?
-Aquí estoy cómoda.
-Me refiero a un lugar mas tranquilo, donde no haya tanta gente.
Esbozó una sonrisa de picardía, que al viejo terminó de volver loco.
-¿Como por ejemplo?
-Mmm....mi casa.
-¿Tu casa? Dijiste que eras casado, ¿me llevarás a conocer a tu esposa? –trató de disimular su risa.
-¿Piensas que sólo tengo una casa? Un hombre como yo siempre tiene un pequeño lugar para él y....sus cosas. Podrías ir, y ver cómo decorarlo con alguno de tus cuadros, porque lo compré hace poco y está muy despojado.
-Bueno....me interesa. Vamos.
Robert sonrió, y ella también. Llegaba el momento que mas le gustaba.


Dobb se escondió aún mas cuando los vio salir. Volvieron caminando hacia el club de tiro porque al parecer, Robert tenía estacionado allí su coche. Subieron riendo y salieron bastante rápido.
Los siguió por una calle que llevaba a las afueras de la cuidad, hasta que llegaron a un barrio de clase media. El coche estacionó frente a una casita pequeña, casi un departamento, totalmente pintada de blanco.
-¿Éste es el famoso lugar?
-Así es. Es pequeño pero es mi lugar.
Entraron y ni bien cerraron la puerta, Dobb avisó por el radio que sus agentes estuvieran listos para un operativo. Una vez que obtuvo la respuesta tomó el teléfono. Siempre había renegado de ese teléfono que le habían instalado en el coche, alegando que no era una limusina, pero ahora lo agradecía. Es mas, creía que era la primera vez que lo usaba.
-John –dijo ni bien escuchó al chico.
-Dobb...¿y ahora qué? –dijo en tono cansino.
-Escucha, estamos a un paso de atrapar a Mélisande.
-¿Atraparla? Pero...yo pensaba que...
-¿Qué? ¿Que era inocente? –dijo con dureza.
-Es que no parecía....
Estuvo por decirle lo que había visto en la casa de la chica, pero le parecía muy cruel decírselo por teléfono. Ya le hablaría personalmente, así se convencía del todo de que no era inocente.
-Debo dejarte, pronto llamaré a los agentes, ella está con un hombre, en una casa. Seguramente lo quiere matar.
-¿Con un hombre? –preguntó, tragando saliva.
-Si, pareciera que el tipo quiere algo con ella.
-Ah....



-¿Y bien preciosa? ¿Qué me dices? –Robert tomó a Mélisande por la cintura.
-Pues...le falta color.....y adornos. Queda muy serio.
-Bueno, asesórame....-intentó darle un beso, pero ella lo esquivó –Ey...eres arisca....
-Me gustan otras cosas –dijo lo mas  seductora posible.
-Uh...creo que eres la chica perfecta: francesa, agresiva, y con ganas de probar otras cosas. Dime, muñeca.
-Bueno...podríamos empezar por esto....-lentamente le desabrochó la camisa –Ey, ey, no me toques, manitas quietas.
-Vaya...chica dominante también....
-Ahora siéntate allí –con suavidad lo empujó para que se sentara en una silla -¿Tienes un pañuelo largo?
-Sí, aquí en mi pantalón.
Con suavidad le quitó el pañuelo del bolsillo, y como con descuido, le acarició una pierna, pero enseguida se arrepintió.
-Si no te apuras, éste viejo se moriría de un infarto –pensó –Debe hacer mucho tiempo que no tiene  a una muchacha cerca.
-¿Qué harás con eso?
-Haré esto....Pon las manos atrás del respaldo de la silla –Robert le obedeció y ella le ató las manos con el pañuelo.
-Ahh.....sadomasoquismo, ¿eh? Sin duda eres perfecta, amo las perversiones.
Le sonrió con mas picardía y abrió su bolso.
-Dame todo el dinero que tengas, viejo asqueroso –dijo en un rápido movimiento en el que sacó la pistola y le apuntó.
Robert se la quedó mirando, totalmente desconcertado. Después se echó a reír.
-¡Con actuación y todo va la cosa!
-No estoy bromeando viejo enfermo –apuntó la pistola en la sien de Robert, y él entendió que, efectivamente, no bromeaba.
-N...no tengo dinero.
-¡No mientas! –apoyó con mas fuerza la pistola en su sien.
-E...está bien. En la habitación hay una caja fuerte. Y un cajón del armario hay algunas joyas.
-¡Dime la combinación!
-38574 a la izquierda y 9710 a la derecha.
Fue hasta la habitación y haciendo gala de su memoria, recordó toda la combinación  y abrió la caja que estaba adosada en una pared. Encontró las escrituras  de una casa y debajo varios fajos de billetes de cien dólares. Los tomó todos y los metió en su bolso. Después abrió el cajón del armario, pero tomó sólo las joyas que mas le gustaron.


Dobb estaba desesperándose porque se sentía un inepto tratando de escuchar por una puerta, y no escuchando nada. Hasta que escuchó.
-¡Ayuda! ¡Ayuda!


-¡Mierda, mierda! ¡Eres una estúpida Mélisande! –se gritó a sí misma, saliendo de la habitación y corriendo hacia Robert.
-Te amordazaré, viejo idiota ¿y sabes qué? Te voy a matar, porque me encanta hacerlo. ¿Dónde hay otro pañuelo?
-No, no...
-¡Dónde hay otro pañuelo, dije!
-En el mismo armario, hay una caja verde, allí hay algunos.
-Vuelves a gritar y mueres ahora., ¿entediste? –le apuntó nuevamente. Robert asintió, llorando con desesperación.
Corrió hacia el armario, dio vuelta una caja verde que encontró y agarró otro pañuelo. Con eso lo amordazó.

Para ese momento, Dobb ya había dado aviso y casi toda la policía se aproximaba al lugar.

-Ahora sí vas a morir –apuntó el arma hacia le frente de Robert –Sólo dime qué frase de The Beatles quieres como epitafio.
Robert abrió grande sus ojos. Se había dado cuenta que quien quería matarlo era el famoso asesino serial.
-Dime una cosa, maldito gusano...¿Te gusta The Beatles?
Negó con la cabeza, mirando el suelo.
-¡¿No te gustan?! Mas razones para que mueras –cargó el arma y volvió a apuntar –Quédate quieto, que contigo estoy practicando para cuando le toque a John.
Escuchó una sirena de la policía y miró hacia la puerta. Bajó el arma y se asomó con cuidado a la ventana. Se paralizó cuando vio todo: muchos policías, al mando de Dobb.
-Maldito Dob no puedes ganarme....-trató de tranquilizarse, pero se vio acorralada.
-Leroux, sabemos que estás ahí –Dobb habló con un megáfono –Deja a ese hombre.
Volvió corriendo hacia donde estaba Robert.
-¡¿Qué hiciste para que supieran dónde estaba?! –gritó
-¡Mélisande, entrégate!
-¡No! –gritó, y corrió hacia la ventana. La abrió y se asomó -¡Voy a matar a este tipo! ¡Lo haré!
-¡Mélisande no hagas nada, entrégate y todo terminará bien!
-¡No!
-Averigüen quién es el dueño de la casa, y localizen a su familia –le dijo Dobb a un grupo de policías. Después volvió a ponerse al megáfono -¡Sal de ahí Leroux!


Comenzó a desesperarse, a ponerse cada vez mas nerviosa. Jamás pensó que llegaría a una instancia semejante. Se le ocurrió una idea.
Obligó a Robert a pararse e ir hacia al ventana. Allí puso el arma en su cabeza.
-¿Lo ven? –gritó -¡Éste tipo va a morir si ustedes me hacen algo!
-Inspector, el hombre se llama Robert Jefferson –informó uno de los policías –Ya estamos llamando a su familia.
-Muy bien., qué eficientes.
Mélisande seguía gritando.
-¡Va a morir! ¡Déjenme huír y no lo mato!
-¡No puedes tomarlo de rehén!
-¡Claro que puedo, y también puedo matarlo si se me antoja!
-¡Ya sabemos que eres la culpable de los demás crímenes, ya no puedes huír!
-¡Entonces un crimen más no me hará nada! –casi a rastras, llevó a Robert hacia adentro y lo volvió a sentar en la misma silla.
-Fue adentro, lo matará –dijo uno de los policías, preocupado.
-No, no lo hará –respondió Dobb –La conozco.


Sin querer, comenzaron  a caerle lágrimas de angustia. No sabía qué hacer, estaba atrapada. Si mataba a Robert ya no le causaría nada de placer. Tenía que huír pero no sabía cómo. Nunca se había sentido tan desesperada y se odiaba porque ella siempre tenía todo calculado y bajo control, siempre tenía la cabeza fría y eso le permitía pensar, pero en ese momento no estaba así y por eso no se le ocurría nada.

La esposa de Robert llegó al lugar, en medio de un ataque de nervios. Dobb tomó el megáfono nuevamente.
-¡Mélisande! ¡Sal de ahí y no te pasará nada!

-Ven, viejo mugroso –arrastró a Robert hasta la ventana y allí volvió a encañonarlo.
-¡Robert! –gritó la esposa -¡Robert, ¿qué haces ahí?!
-¿Usted es la esposa? –gritó Mélisande –Sepa que su marido la engaña, aquí trae a sus amantes –rió descontroladamente -¡Creyó que me acostaría con él!
-¡Suelta a ese hombre!
-¡Lo haré si me dejan ir con todo el dinero que le robé!
-¡Por última vez, suéltalo!
Miró a Robert. En verdad, ya no le servía para nada, no podía matarlo y era obvio que no la dejarían ir. Lo llevó hasta la puerta, abrió, y le dio un empujón para que saliera afuera.
-¡Ahí lo tienen! Señora, ¡péguele por mujeriego! –volvió a reírse.
-¡Entrégate! –volvió a gritar Dobb.
-¡No! ¡Me quedaré aquí, me voy a atrincherar!
Cerró la ventana de un golpe y se sentó en el suelo. No tenía escapatoria, todo se le venía abajo. Comenzó a llorar, pensando en qué había fallado, porqué estaba en esa situación. Jamás pisaría una cárcel. No, alguien como ella no podía estar allí. Ella....ella era pintora. ¿Por qué se dedicó a eso? Volvió a sentirse tan mal como en la Nochebuena. No entendía qué la había llevado a ser lo que era. Se recordó de niña y....no., no podía creer que esa niña se hubiera convertido en...un monstruo. Era un monstruo al que llevarían  a la cárcel, de por vida. Antes prefería estar muerta. Sí, morir era su solución. Y su salvación.
-¡Mélisande! –volvió a escuchar.
Se abrazó a sus piernas, como una niña pequeña.
-John....-susurró –John...voy a morirme. Pero te quiero. Y tienes que saberlo, quiero decírtelo. Por lo meno moriré yo, y no tú.
Abrió  nuevamente la ventana, y se puso la pistola en la cabeza.
-¡Escuchen! ¡Voy a matarme!
-¡No, no! –gritó Dobb –Mélisande no lo hagas, sólo entrégate, no te pasará nada.
-¡No! ¡Si me entrego iré a la cárcel y antes que eso prefiero estar muerta!
-¡No, por favor!
-Antes quiero pedir una cosa....Quiero que venga John, John Lennon. Debo decirle algo.
-¿John Lennon? –dijeron varios policías, asombrados.
-¡Si, ¿no escucharon?! –gritó enojada –Quiero verlo antes de matarme.
-De acuerdo, ya lo llamaremos.
Cerró la ventana y se quedo allí, sentada en el suelo, con el arma en la mano. Tenía muchas ganas de terminar con todo. Recordó algo, otra cosa que debía hacer antes de matarse. Se puso de pie y revolvió en varios lugares  de la casa, pero no encontró algo que le sirviera. Abrió su bolso y sacó un lápiz labial rojo. Se acercó a una pared y llorando desconsolada, escribió “I know what it’s like to be dead.” Se quesó parada, dándole la esplada a la pared, esperando que avisaran que John había llegado.



-¡Rápido! –dijo John al resto de la banda -¡Dejemos todo, tenemos que irnos!
-¿Pero qué pasa? –preguntó George, muy extrañado.
-Mélisande ha tomado de rehén  a un tipo o algo así, y quiere vernos.
-¿Qué? ¿Es broma?
-No Paul, no lo es. Y en realidad....me quiere ver a mí.
-Pero....
-¡Recién llamó Dobb, y avisó! ¡Apúrense!
-¿Entonces de verdad ella es la....?-comenzó a decir Ringo, pero se detuvo al ver la mirada de John, que le confirmaba todo.
-¿Toma de rehenes? –murmuró George.
-Se quiere matar –agregó John.
-Ay...esto es mas grave de lo que pensé.
Todos salieron afuera, donde dos autos de la policía los esperaban para llevarlos.


Dobb reunió al personal mas capacitado que tenía.
-Escuchen, hemos pasado por esto otras veces. Actúen con calma. Que un grupo se quede apostado aquí, y que otro grupo suba por el techo y entre a la casa por detrás. Antes de que la ambulancia se lo llevara, Robert me dijo que hay dos puertas traseras, entren por cualquiera. Cuando yo les dé la orden, entren los dos grupos a la vez. Pero escuchen una cosa: sólo la detienen.
Todos asintieron y mientras un grupo subía al techo, Dobb volvió a hablar.
-¡Mélisande! ¡Entrégate ahora o entraremos a la casa!
-No...no....-susurró poniéndose la pistola en la sien, sin moverse de la pared de la inscripción.
Pasaron diez minutos en los que Dobb siguió gritando sin obtener respuesta. Temió lo peor.
En ese momento, llegaron los autos con los chicos, que se bajaron apresurados. Pero Dobb no los vio, y dio la orden para que los grupos de agentes ingresaran en la casa. Patearon las puertas  hasta que las derribaron y entraron.
Presa de la desesperación de verse perdida para siempre, Mélisande les apuntó a todos.
-¡Atrás! ¡Déjenme en paz, voy a matarme! –se puso la pistola en la cabeza y volvió a gritar -¡Voy a matarme!
Intentó jalar el gatillo, pero no tuvo tiempo. Desobedeciendo las órdenes, la policía abrió fuego contra ella, descargando  un sinfín de balas que dieron en todos los objetos de la casa....y en ella. Cayó de espaldas, soltando su arma.
Mélisande murió al instante.





-¡Malditos hijos de puta, dije que sólo la detuvieran! –gritó Dobb como un poseso, entrando a la casa.
Los agentes comenzaron a echarse la culpa unos con otros, y algunos dijeron que se lo merecía por matar tanta gente. Dobb les gritó que se largaran de allí ya mismo. Miró a Mélisande, tirada en un charco de sangre.
-Muchacha....No debías haber terminado así.....


-¡¿Cómo que la mataron?! ¡Déjenme pasar! –escuchó la voz de John y corrió a la puerta. Vio al chico gritándole a los agentes, y tratando de zafarse de ellos, que lo tenían agarrado para que no entrara.
-John, no puedes pasar, ella...
-Está muerta, ¿no? –preguntó con angustia.
-Sí....Está muerta. –respondió bajando la vista, lleno de culpa. –Está bien, pasa si quieres.
John entró con miedo a encontrarse algo de lo que nunca se olvidaría, pero así fue. Estaba atemorizado, el corazón le latía muy fuerte. Nunca se había enfrentado a algo así. Vio mucha sangre en el piso y en las paredes, y cartuchos de balas desperdigados. Y vio a Mélisande. Se acercó con lentitud, y se agachó junto a ella, con un temor que desapareció cuando notó el rostro sereno y tranquilo, lleno de paz. Observó bien la perfección ese rostro y se pregunto porqué había terminado todo de esa manera. La acarició con suavidad, apenas tocándola, sin decir ni pensar nada, sólo mirándola. Levantó sus ojos hacia la pared, leyó la inscripción y sonrió.
-Recordaste la letra de esa canción.....-dijo en un susurro, volviéndola a acariciar.
Volvió a la realidad cuando escuchó el alboroto en la calle y vio como sus tres amigos entraron, llenos de espanto, pálidos.
-John, vámonos –lo tironeó Paul –Ey, vámonos de aquí, por favor.
Con la mirada les suplicó que lo dejaran allí. George se le acercó y se agachó un poco junto a él, y lo tomó de un brazo.
-John, tú eras el próximo. Iba  a matarte. Lo dijo Dobb recién.
Sólo asintió, como si ya lo supiera, y bajó la cabeza, tal vez para esconder una lágrima.
-Te dejamos un minuto mas, sólo eso –dijo Ringo, y salió rápido seguido por Paul  y George.
Volvió a mirarla, perdonándole todo lo que tenía pensado para él. La acarició por última vez, con el revés de la mano.
-¿Sabes? Te quise. Y sé que tú me quisiste a mí.
Le dio un beso en la frente, apretando los párpados para no llorar. Se separó, se puso de pie y salió de allí.
La última mirada que le dedicó fue desde la puerta, antes de que dos policías la taparan con una manta.  

                                         
                                                                            FIN







*************
Bueno....acá tienen el final. Mas de una  seguro que no se lo esperaba, y me querrá matar, pero a mi, que desde que imaginé este fic y supe enseguida como terminaría, me cuesta. Uno se encariña con los personajes, por mas desgraciados que sean. Y cuando todo termina, y termina  así....es como mas duro. Mas cuando este fic fue el que mas me costó hacer, a veces estaba días con un solo capitulo, y mas de una vez me dije "¿Dónde me metí?" Pero nunca pensé en dejarlo ni nada de eso. Será por esa razón que le tomé mucho cariño, no voy a decir que es mi favorito porque no lo tengo, una madre no tiene preferencias con sus hijos (?)
Espero que les haya gustado, y muchas gracias por leer, en serio. 

Cambiando de tema, ya sé con cual fic seguiré, el próximo será de comedia, o eso intentaré. No sé cuando lo empezaré, antes quiero "meterle pata" a los dos que ya tengo.
Otra vez les agradezco todo.
Las/Los quiere, 
María Luján.

martes, 15 de enero de 2013

Secretos Compartidos Capitulo XII


Pasó una semana donde estuvo en cama hasta que su malestar se fue de la misma forma que había llegado. Utilizó las horas de ocio para recortar los periódicos donde estuviera ella. Obviamente, su nombre sólo figuraba en las noticias sobre las exposición, pero también recortó aquellas notas sobre  las muertes de las que era responsable. Cuando acabó con todos los periódicos, fue pinchando los recortes en un panel que tenía frente a su cama. Cuando terminó, los miró, orgullosa de su “dos talentos”.
También, durante esos días donde no había ido ni a trabajar ni a estudiar, se dedicó  a pensar mucho. Aunque no quisiera, extrañaba trabajar, pero le reventaba el hecho de que en realidad extrañara a John. ¿Qué diablos le pasaba? Le parecía inaudito que aún siguiera con esas ideas sobre él. Era un tipo casado, que jamás se fijaría en....una asesina. Podía consolarse con la idea de que él no sabía su horrible secreto y, llegado el caso de que “pasara algo más” con él, ella se dedicaría a dejar el vicio tan sádico y espantoso que tenía. Pero no, él lo sabía todo. Todos sabían su secreto. Lo único que hacían, al igual que ella, era disimular.
No reconocería que le pasaba algo con John jamás en su vida. Se limitó a pensar que él era el mas amable de los cuatro, y punto. Por eso, decidió agradecérselo, porque podría comportase como un perro con ella, y sin embargo no lo hacía.
Buscó todos los cuadros que tenía desparramados por su casa, hasta había debajo de su cama. Los llevó hasta la cocina y comenzó a observarlos y estudiarlos. Pasó casi toda la tarde analizándolos hasta que eligió a su favorito, un abstracto lleno de colores, alegre. Se imaginaba que el señor Lennon tendría una casa enorme con una sala igual; allí quedaría bien un cuadro que era tan grande que nunca lo había podido poner en ninguno de lo ambientes de su pequeño departamento. Asintió con la cabeza, convencida, y buscó papel madera para envolverlo. Mientras extendía el papel seguía preguntándose qué estaba haciendo y porqué. ¿Realmente valía la pena hacerle un obsequio a alguien que algún día terminaría entregándola a la policía? Negó con la cabeza y suspiró. Ya no sabía qué le estaba pasando y se sentía confundida.



Cuando Paul y George la vieron entrar al estudio arrastrando con el mayor de los cuidados a algo rectangular y bastante grande, se asustaron. A esas alturas, y con todo lo que les había comentado Dobb en una reunión que habían tenido el día anterior, pensaban que aquello sería una bomba o algo así. Pero cuando la vieron sonreír se les pasó todo. La chica era tan hermosa que convencía a cualquiera con su cara de ángel.
-¿Te recuperaste del todo? –peguntó Paul, algo atontado.
-Sí, estoy perfecta.
-De eso no tengo dudas....-murmuró, y George le dio un codazo que lo hizo recuperar la compostura –Eh...¿fuiste a un médico?
-No hizo falta, con descasar se me pasó todo. Es evidente que era stress.
-Ahora tendrás que cuidarte –dijo George..
-Y eso haré.
-¿Se puede saber.....qué es eso?
-Ah, es un cuadro.
-¿Un cuadro tuyo? –Paul escrutó rápidamente con la mirada al objeto.
-Sí, para John.
Ambos se miraron de reojo, sorprendidos y extrañados a la vez.
-¿No vino? –preguntó ella.
-Aún no....-respondió George.
-Bien, lo dejaré por aquí, iré con Brian. En un rato volveré.
Ni bien se fue, George y Paul se acercaron y trataron de ver el cuadro, pero el papel se los impidió.
-¿Tú crees que John le haya pedido un cuadro? –dijo George.
-Conociéndolo, no me extrañaría.
-¡Pero es una ase....!
-¡Shh George! ¡Te puede escuchar!
-Uy, está bien. ¿Y si se lo trae de regalo?
-No veo porqué le regalaría un cuadro a él....
-Tú porque quieres toda la atención para ti –rió.
-George....¿Qué pasaría si a Mélisande le pasara algo con John?
-No sé. Salvo que a John también pero....ay no, ¡quiero pensar que no!
Se escucharon unas risas, y enseguida entraron John y Ringo dándose patadas.
-¡Apúrate miope! Mira qué tarde llegamos
-Ya, ya, no me atosigues, narigón. Ey, ¿qué hacen? –dijo a modo de saludo.
-Miramos tu regalo –contestó George.
-¿Mi regalo?
-¿Qué es esta cosa? –Ringo se acercó al cuadro.
-Al parecer es un cuadro. Pero podría ser cualquier cosa.
-Paul, ¿qué es esto?
-Te lo trajo Mélisande.
-¿Mélisande?
-Así dijo.
-John, ¿te pasa algo con ella? –preguntó George..
Se hizo un silencio donde todos lo único que hicieron fue analizar la reacción de John. Él sólo frunció el ceño.
-Joder George, ¿por qué eres tan directo? –se quejó Paul.
-Sólo soy sincero. Esperemos que John también lo sea.
-¿Qué estás diciendo, Harrison? –John comenzó a enojarse -¿Por qué haces esa pregunta?
-Ey John, ¿es verdad eso?
-Otro...Rich, no te unas a ellos.
-¿No vas a contestar? –insistió George.
-¡Pero cómo se les puede ocurrir eso! Es una asesina, está loca, ¿cómo podría pasarme algo con ella? No tengo la mente tan perturbada.
-Espero que sea cierto...
-Claro que lo es George, deja de dudar. Bien, ¿vamos a hacer algo o vamos a estar peleando por idioteces?
-Sí, hagamos algo...-de mala gana, Paul se colgó su bajo.
-Permiso....-Mélisande se asomó –Ah John, llegaste.
-Sí, estoy aquí...-respondió él. Desconcertado, vio como la chica iba hasta ese paquete raro y lo llevaba hacia él.
-Aquí tienes el cuadro que me pediste.
John sintió que tres pares de ojos se clavaban en su espalda como flechas. Pero ver los ojos verdes de la chica y su brillante sonrisa le hizo olvidar todo. Se insultó a sí mismo en una milésima de segundo, antes de contestarle.
-Vaya....lo recordaste....
-Claro, además el otro día insististe demasiado con el dibujo de ustedes. Así que aquí tienes un cuadro para tu sala. Te aclaro que no lo pinté especialmente para ti, tampoco te creas tanto. Lo tenía desde hace mucho.
-Bueno...dime cuánto es....
-¿No vas  a verlo?
-Tienes razón –comenzó a rasgar el papel hasta que se encontró con un hermoso cuadro, lleno de colores, formas, figuras, donde primaba el amarillo.
-Es...precioso. De verdad, me encanta.
-Me alegro –respondió ella con otra sonrisa.
-Dime cuánto te debo.
-Nada.
-¿Cómo que nada?
-Es un obsequio.
Sintió que se le entrecortaba la respiración. ¿Obsequio? ¿Por qué? No sabía cómo tomarlo, si como un halago, o una treta para engañarlo. La chica se explicó enseguida.
-Verás, lo tenía en mi casa, y es tan grande que no entra en ninguna pared. Antes de que se rompa o se manche, prefiero regalarlo, me imagino que tú si tendrás espacio.
-Si, claro...
-Bien, te llevas a mi cuadro favorito. Y además...eres muy amable.
Lo último lo descolocó por completo., no se esperaba tal cosa. Pero trató de parecer tranquilo.
-Bueno....tú también eres amable, y eficiente. Te agradezco mucho.
-De nada. Debo irme, tengo cosas para hacer, los veo después –se fue alegremente, pero sintiéndose muy extraña.
-¡Maldito! ¡Le pediste un cuadro!
-¡Paul, sólo fue en broma!
-No puedo creerlo. Quema eso –dijo George.
-¿Por qué? Es lindo...Reconozcan el arte
-Cuando pinte un cuadro con tu sangre reconoceremos el arte.
-Ringo, estás susceptible.
-Hay motivos, ¿no te parece? Te advierto que con esa chica estás jugando con fuego.
-A ver a ver, tranquilos, cálmense. Es un cuadro, nada más, no me pasa nada con ella.
-Dudo Lennon, dudo –negó Paul.
-Se los aseguro.
Les sonrió, y se colgó su guitarra. Muy dentro suyo, tan seguro no estaba.



Al salir del trabajo tenía la decisión tomada. Quería “renovarse” y además, despistar. Tantos periódicos que habían pasado por su manos mientras estuvo en reposo le dejaron varias direcciones donde podía conseguir lo que necesitaba. En su agenda las releyó, y eligió ir a la que se encontraba en un suburbio alejado. Seguramente sería un lugar de mala muerte donde no le exigirían ningún requisito.
Tomó un autobús, y pese a que luego bajó  en la parada mas cercana al lugar donde iba, aún tuvo que caminar cinco cuadras. Cuando llegó, se encontró con varios edificios algo derruidos, negros por el humo y tizne de las antiguas fábricas que alguna vez funcionaron allí, y vio muchos niños correteando por todos lados. Buscó con la mirada hasta que, detrás de unos containers de basura, vio un cartelito de un pequeño local. Cruzó la calle y traspasó el umbral de la puerta de vidrio, que con letras rojas tenía pintado “Armería”.
Al entrar, vio dos mostradores de vidrio donde se amontonaban todo tipo de armas, viejas y nuevas, comunes y de guerra. Supuso que todas serían robadas, o de contrabando. Al fondo, un aburrido dependiente fumaba detrás de otro mostrador, mientras miraba televisión en un pequeño aparato.
-Hola –saludó ella, secamente,
El tipo la miró de reojo.
-¿Qué buscas chiquilla?
Hizo una mueca al escuchar el “chiquilla”.
-Quiero una pistola.
-¿Qué pistola? Hay muchas.
-Una que funcione –lo miró burlonamente. Seguramente ni la mitad de las cosas que había allí  no servían ni de adorno.
-Funcionan todas, chiquilla. ¿Antigua, nueva? ¿Calibre? ¿Cuánto piensas pagar?
-Tengo dólares. Seiscientos.
El tipo la miró, prestándole atención por primera vez. Se puso de pie y apagó el televisor.
-¿De verdad tienes ese dinero?
Mélisande buscó en su bolso y plantó delate de él a seis verdes billetes. El tipo volvió a mirarla, y luego miró hacia afuera, cerciorándose de que nadie anduviera por la vereda. Después se inclinó, abrió un cajón, y sacó una pistola.
-Smith & Wesson 457 calibre 45. –dijo colocándola sobre el mostrador.
La miró, achicando los ojos, después la tomó y la observó con detenimiento.
-¿Trae cargador?
-Claro que sí chiquilla. Es nueva, sin uso.
-Bien, me la llevo.  Deme cartuchos.
El tipo buscó una caja de cartuchos, y después una caja mas grande en la que, con cuidado, acomodó la pistola.
-Mira, tú viste como es este lugar, aquí no damos tantas vueltas como en las armerías legales. Sólo te preguntaré para qué la quieres.
-Quiero suicidarme.
-Bien, como quieras –dijo indiferente, tomando el dinero.
Mélisanse abrió su bolso y metió la caja, quedando algo apretada. Se disponía a irse cuando el tipo le habló.
-Mas vale que no digas a nadie donde compraste eso, no quiero problemas. Sólo le vendo a tipos que conozco, ya sabes...tipos que tampoco quieren líos.
-Quédese tranquilo, no diré nada.
Salió a la calle, ya estaba oscureciendo y caminó con rapidez. Lo que no sabía era que en un coche negro estacionado en la esquina, estaba Dobb.
-Con que comprando armas, ¿eh? Ya te tengo casi en mis manos, señorita Leroux.



Sentada en su cama, observaba todos los detalles de la pistola. La cargó, y apuntó a un rincón. Después bajó el arma, y la observó nuevamente. De algo le había servido que su hermano mayor, que le llevaba diez años y al que hacía mucho tiempo no veía, le hubiera enseñado todo cuanto sabía de armas cuando ella aún iba a la escuela primaria. Él siempre practicaba tiro en un club y había ganado varios torneos. Nunca sospechó que su hermanita era una asesina en potencia cuando le enseñó a disparar.
Guardó le pistola en la caja, y la dejó sobre su mesa de noche. Se iba a poner de pie para ir  a la cocina y comer algo cuando sus ojos se chocaron con uno de los tantos pósters que tenía pegados en su habitación. Suspiró al fijarse en John. Seguía preguntándose qué le pasaba con él, y lo peor era que ya tenía la respuesta. Se había enamorado, como una tonta. Y ella no era tonta. Lo que le pasaba era insólito, increíble, y para ella, era indignante. No podía aceptar semejante cosa, era algo que la rebelaba contra sí misma. Tenía que buscar una solución, y ya no tenía ganas de suicidarse, quería vivir. Para acabar con eso, no le quedaba mas remedio que elegir otra opción.
Tenía que matarlo.


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Anteúltimo capitulo! Ahora se empieza a desbarrancar todo, cómprense calmantes muejeje
Bueno, como siempre, gracias por leer, espero que estén ahí para el final, eh? jaja
Besos y saludos!

p/d: veo que algunos emoticones andan jaja

lunes, 7 de enero de 2013

Secretos Compartidos Capitulo XI


Cada vez que lo recordaba, se llenaba de rabia. Y lo recordaba a cada instante, debido al dolor que seguía sintiendo en la muñeca. Como un drogadicto que cada vez necesita mas droga, así se sentía ella. Necesitaba mas y ya no le importaban las consecuencias. Respiró hondamente y trató de calmarse, con las manos apoyadas en el respaldo de una silla de su cocina. Pensó, evaluó y seleccionó. Cuando estuvo conforme con su elección, sonrió. Sólo le quedaba tomar una simple cuchilla de carne, guantes, y salir. La excusa la pensaría en el camino.




-Perfecto –dijo deteniéndose frente  a la vidriera del negocio. Miró su reloj, escasos minutos faltaban para la hora de cierre, y ya era poca la gente que andaba por la calle.
Con una sonrisa, entró a la farmacia.
-Hola –saludó con su mejor sonrisa al dependiente.
-Hola...¿cómo estás? –respondió el muchacho, sorprendido.
-Este idiota ya está embobado. –pensó.
-Perdón...¿qué necesitas? –preguntó él, al ver que ella no decía nada.
-Ah si, perdona, me quedé penando en cualquier cosa. Necesito potasio.
-¿Otra vez le pidieron eso a tu hermano?–dijo él con una risita.
Ella sonrió, el tipo aún la recordaba.
-Sí, ya lo tienen cansado, y lo peor es que seguramente reprobará química, así que de mucho no le sirve....
-Suele pasar. Ven, sígueme.
Mélisande lo siguió. Por dentro se sentía victoriosa, ya lo tenía en sus manos. Con un movimiento rápido, le puse la traba a la puerta, para evitar que ningún posible cliente entrara.
-Veamos.....esto estaba por aquí....-el dependiente comenzó a hurgar en varias cajas que se amontonaban en el pequeño cuarto contiguo al negocio.
Volvió a sonreír, nunca una víctima le había resultado tan fácil. Sólo sacó su cuchilla de debajo de su tapado y la clavó en la espalda del muchacho. Una queja ahogada fue todo lo que se escuchó. El dependiente trató de aferrarse a algunas cajas, pero Mélisande lo apuñaló dos veces más. Cuando cayó al suelo, ya estaba muerto, y una caja cayó encima de él, desparramándose varias bolsitas de un polvo blancuzco.
-Con una hubiera sido suficiente...pero hubiera tardado mas. Después de todo, no me gusta que sufran tanto –se puso en cuclillas al lado de su víctima y con sus dedos pulgar y mayor le cerró los párpados, ocultando para siempre una mirada llena de horror y espanto.
Divisó unos frascos de pastillas, no sabía de qué serían, pero los abrió y los vació sobre el suelo. Algunas rodaron, ensuciándose de sangre, y las pateó con un pie, alejándolas. Tomó las que estaban limpias y sobre el piso, fue armando como un rompecabezas donde se formó “From me, to you”. Ya nadie podía decir que su letra coincidía.
Salió del cuarto con sigilo, y caminó agachada detrás del mostrador. Abrió la caja registradora y sacó varios billetes. Quería comprarse zapatos nuevos.
Envolvió a la cuchilla y a los guantes  en una bolsa plástica, guardó los billetes, y abrió la puerta, sacándole la traba con un pie. Al llegar a la esquina arrojó todo en un bote de basura y se fue a su casa tarareando una canción.



-John, ¿te enteraste?
-Si George. Como siempre, Dobb me llamó a mí primero, y a cualquier hora –bostezó –Ah, Paul, hoy debemos hacer tu canción, ¿no?
-Sí.
-Entonces esto será aburrido –bromeó George -¿No podemos dejarla para el año que viene? Ya no falta nada para el ’66.
-No, quiero hacerla ahora.
-Pero da la casualidad de que yo traje algo mejor –dijo John.
-Hola, ¿interrumpo?
-No Mélisande. Bueno, quizás si.
La chica miró a John, desconcertada, hasta que él le sonrió.
-Pasa, ¿qué necesitas?
-Venía a decirles que ¡ay!
-¡Cuidado con esos cables! –exclamó George.
-Tranquilo, no pasó nada, sólo me tropezé. Estos zapatos tienen demasiado taco –los miró y comprobó que no se habían roto –Chicos, recuerden que hoy tienen reunión con la discográfica, y después sesión de fotos.
-Oh, es verdad –dijo Paul.
-Bueno, los veo después –saludó con la mano y se fue.
-Qué bien camina....
-¡Paul!
-Bueno, sólo fue una apreciación...
-¿Vieron eso? Se compró zapatos –dijo Ringo.
-¿Y con eso qué? –John lo miró con indiferencia.
-En la caja de la farmacia faltaba dinero.
Paul largó una carcajada.
-¿Qué diablos tiene que ver la caja de la farmacia y un par de zapatos?
-En que faltó bastante dinero, y esos zapatos son caros. Y Mélisande aún no ha cobrado su sueldo.
Los tres se miraron, sorprendidos.
-Joder, tiene razón.
-Igual, no creo que sea motivo de sospecha –dijo John.
-Todo es motivo de sospecha con esa chica –negó George –A veces pienso que un día entrará aquí con una ametralladora y no nos dejará enteras ni las uñas.


-Mélisande, ¿estás bien?
-Ah, si, disculpe profesor –respondió sobresaltada.
-Te repito, ¿te sientes bien? Te veo muy pálida y algo distraída.
-Me siento un poco débil,  pero no se preocupe –trató de esbozar una sonrisa, pero realmente se sentía mal, sobre todo, mareada.
-De acuerdo. Tengo una noticia para darte. En enero habrá otra exposición, y tu estarás. Ve seleccionando tus mejores trabajos.
Esta vez no le costó nada sonreír, de repente se sintió mucho mejor.
-Gracias profesor, de verdad muchas gracias.




El año nuevo llegó con tranquilidad, la noticia de la exposición la alegraba mucho.
Al fin llegó el día y allí estaba ella, sonriente cono nunca, respondiendo las preguntas que la gente entendida en el tema le hacía. Pensaba en lo que se perdían sus padres, con quienes hacía mucho tiempo no tenía contacto. Ellos le seguían escribiendo, pero ella seguía ofendida, por eso cada vez que recibía una carta de  Francia, no dudaba en arrojarla a la basura.
-¿Tú? No esperaba verte aquí.
Asustada, dirigió su mirada a quien le hablaba, encontrándose nada menos que con George.
-¡Hola! Lo mismo digo sobre ti, ¿qué haces aquí?
-Me gusta ver arte, ¿a tí también?
-Me gusta verlo y me gusta hacerlo.
-¿Cómo?  No entiendo, ¿tú también estás exponiendo?
Sonrió con algo de malicia. A ella no la engañaban así de fácil, George sabía perfectamente que ella pintaba, la primera vez que se habían visto era en la anterior exposición. Pero decidió disimular.
-Sí, de hecho, ese cuadro que está viendo Paul es mío.
George se giró y vio a su amigo muy interesado, y acosado por varias mujeres.
-Te felicito.
-Gracias.
-Iré a auxiliar a Paul –rió, y se alejó, pero Mélisande no le quitó el ojo de encima. George parecía el que más desconfiaba de ella.



-“From me to you” –volvió a leer Dobb –Si serás hija de puta....
-¿Qué vamos a hacer, Inspector?
-Estamos solos Diana, no me trates con jerarquías y esas bobadas –le espetó él. La mujer sólo resopló, fastidiada.
-Contéstame la pregunta.
-Te contesto: no lo sé.
-Eres un inútil. –se puso de pie. Él sólo encendió su pipa.
-No te enojes. Está bien, te diré algo mas. Falta muy poco para que la agarremos. En algún momento dará un paso en falso y ahí estaré yo.
-Eso espero. Trata de hacerlo antes de que acabe con toda Inglaterra –Diana se fue, dando un portazo. Dobb sólo exhaló el humo.



Luego de escuchar atentamente las instrucciones, Mélisande suspiró, cansada. Brian se despidió  de ella y luego de los chicos.
Miró la hora en un reloj de pared: eran las ocho y media de la noche, y quién sabe hasta qué hora tendría que estar allí. ¿Todo por qué? Porque era la asistente de The Beatles y a ellos se les ocurría quedarse hasta cualquier hora de la noche grabando. O inventando cosas. Otras chicas harían lo que fuera por estar en su lugar, pero en ese momento ella estaba un poco harta. Estaba allí nada mas porque necesitaba el dinero y para hacerle el jueguecito a Dobb.
Mientras veía cómo debatían sobre algo tan insignificante, para ella, como la introducción de una canción, decidió entretenerse con algo. Miró de reojo a los dos asistentes de sonido, tan absorbidos en sus mundos llenos de términos extraños que no conocía, y sacó de su bolso su cuaderno de dibujo. Le sacó punta a uno de sus lápices y se propuso dibujar los primero que se le viniera a la cabeza. Pero no tuvo suerte, y después de pasar un rato mordisqueando la goma de su lápiz, se puso de pie y, mirando por el vidrio, comenzó a dibujarlos. Llevaba buen rato haciéndolo cuando comenzó a sentirse mal, con mareos y la vista un poco turbia. Cuando quiso guardar sus cosas y avisar que se tendría que ir, no pudo. Cayó desmayada.




-Creo que está despertando –dijo el médico poniéndole una mano sobre la frente.
-Si, pareciera que se quejara –agregó Paul.
-Ey, Mélisande, ¿me ves? –George sacudió su mano frente a los ojos de la chica.
-S...Si....-respondió débilmente.
-¿Me reconoces?
-Si...eres George.
-Bien Mélisande, te tomaré la presión. –el médico le colocó  el aparato, y luego de controlar el reloj y escuchar atentamente, dijo –Ya se está normalizando.
-¿Qué me pasó? –preguntó ella, tratando de incorporarse. Ringo la ayudó.
-Te desmayaste, tuviste un bajón de presión. Dime, ¿no estás embarazada?
-No.
-¿Te alimentas bien?
-Si, así creo.
-Mmm...entonces puede ser debido a stress.¿Has estado trabajando mucho últimamente?
-Puede ser....
-¿Pasaste por alguna situación complicada, que te haya angustiado, o preocupado?
Recordó el intento de suicidio, estaba segura que sería eso, pero negó con la cabeza.
-Bueno, por ahora ya estás bien. Si vuelves a sentirte mal, acude a un médico sin tardanza, así te ordena unos análisis.
-De acuerdo, gracias.
Todos se despidieron del doctor, y Mélisande comenzó a juntar sus cosas. Mientras tanto, Paul corrió a llamar por teléfono a Dobb, avisándole sobre lo que había pasado.
-¿Nos dibujaste? –dijo John, de pronto.
-Ay...Estoy mal, y vienes tú a casi matarme del susto....
-¿Nos dibujaste? –insistió.
-Al menos pídeme disculpas. ¿Acaso no te resultan conocidos esos cuatro?
-Pues te tengo que decir que sí, porque estamos iguales. No, mejor, idénticos.
-Qué bien. –extendió la mano, para que John le devolviera su cuaderno.
-¿No me lo vas a regalar?
-¿Por qué tendría que hacerlo?
-Bueno, soy uno de los dibujados, ¿o se lo darás a otro?
-No se lo daré a nadie, es mío.
-Anda Meli, regálamelo –rogó entre risas.
-No me llames “Meli”, es horrible –rió ella también.
-Mirándolo bien, si, es horrible. Tienes un nombre raro, pero bonito, y “Meli” es demasiado común. Entonces, ¿no me lo regalarás, Mélisande?
-No.



*********************
Hola! Perdón por la tardanza en este fic, no andaba inspirada para él, y ahí tienen el resultado, quedó re feo jaja
Ey, por si no se dieron cuenta, el blog tiene permitido poner emoticones con caritas, pero no sé si realmente funciona. Pónganme caritas en los comentarios para ver si esto anda o no jajaja. 
Bueno, me despido ya, un besoteeee!

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