sábado, 22 de diciembre de 2012

Secretos Compartidos Capitulo X


Cuando abrió los ojos se sintió aturdida, perdida y muy débil. Todo era borroso, no podía centrar la vista en nada y su cuerpo le dolía entero, con fuertes punzadas, como si tuviera ml alfileres clavados. Sólo cuando su mano derecha tocó el frío suelo y luego un charco de algo, recobró la conciencia plenamente, acercó sus manos a sus ojos, y los abrió grande, tratando de ver. Estaban completamente ensangrentadas, y su mano izquierda tenía un profundo corte. Comenzó a llorar de indignación, insultando a su mala suerte: había intentado matarse y resultó que seguía en su habitación. Tantas veces había matado y no podía matarse a sí misma. Miró el suelo, su ropa,  y su cama. Había rastros de sangre por todos lados, pero al parecer no era la suficiente como para morirse. Recordó algo: la culpa sería del coagulante que a veces tomaba cuando tenía su período, ya que era propensa a las hemorragias. Seguramente algún rastro del medicamento en su cuerpo había frenado la sangre que escapaba por sus venas. Siguió insultando, y le dio una patada al trozo de espejo con el que se había cortado. Sólo después de eso miró  a la pared que tenía enfrente y terminó de recordar todo lo que había sucedido. Allí,  con sus dedos llenos de sangre, había alcanzado a garabatear “I need somebody” antes de desvanecerse. Todos sus crímenes estaban firmados con canciones, y el suyo propio no podía ser menos, ya que ese era el mas importante, aunque resultó totalmente imperfecto. Eligió una canción de Lennon, y quizás, ese alguien que necesitara fuera él, pero jamás lo reconocería. Nunca dejaría que eso pasara.

Salió a la calle luego de limpiar todo y vendarse. Eran las seis de la mañana, y no andaba ni un perro. Pero eso no le importaba. Su fallo, su error, quizás el peor de toda su vida, la tenía enfurecida y necesitaba descargarse. Miró de reojo el brillo de su navaja antes de meterla en el bolsillo y caminar. Alguien debía pagar y ya no dejaría que ningún sentimiento de culpa se interpusiera.
Llegó a un callejón, donde se amontonaban botes de basura, se escondió detrás de uno de ellos y se quitó el impermeable; lo traía puesto porque lloviznaba. Sólo quedó vestida con lo que traía debajo, un viejo pijama. Bajo el impermeable dejó su bolso blanco, donde llevaba ropa de más. Se colocó guantes de látex, y esperó. Esperó como un animal cazador que tiene toda la paciencia y el tiempo para atrapar a su presa. Cerca de veinte minutos después, escuchó ruidos, como de una lata siendo pateada y unos gritos de hombre. Apareció un hombre bastante mayor, desaliñado, bebiendo de una botella de cerveza y cantando a voz en cuello el Himno Británico. Mélisande vio con satisfacción como el tipo doblaba y se adentraba en el callejón. De inmediato la salió al paso y el hombre se detuvo, sorprendido. Levantó los brazos y trastabilló.
-Hola preciosa, ¿de dónde salis.....?
No pudo terminar su pregunta. Mélisande lo apuñaló una y otra vez, con rapidez, hasta que el hombre cayó, desplomado, aún aferrado a su botella.
-Creí que saldría cerveza en vez de sangre –dijo con cara de asco,  caminando rumbo a su escondite.
Con la navaja aún ensangrentada se acercó al bote de basura mas cercano al tipo y allí talló en el plástico del bote un “The Night Before”, en alusión a su mala noche.
Después, se quitó los guantes con lentitud, los dejó en el suelo, buscó su bolso y sacó la ropa. Se escondió detrás del bote y se quitó el pijama, ya que estaba bastante manchado, y lo puso junto con los guantes. Tembló debido al frío que hacía, y rápidamente se vistió con la ropa limpia. Se puso el impermeable, cerró el bolso y envolvió la navaja y los guantes con el pijama. Ya estaba lloviendo, y la tormenta prometía hacerlo con mayor intensidad; eso le convenía, se lavarían las posibles huellas que hubieran quedado. Metió el envoltorio del pijama, guantes y navaja en un bote de basura sin tapa al que la lluvia le daba de plano.
-Ya era hora de cambiar de pijama –dijo dejándolo dentro.
Después se giró, miró a todos lados, y caminó con su habitual seguridad, haciendo sonar sus pasos.  Esquivando a su reciente víctima, la miró de reojo y esbozó una sonrisita.
-Feliz Navidad, viejo.




-Ni en Navidad me dejan en tranquilo –Dobb colgó el auricular el teléfono de su habitación, con evidente enfado. Suspiro y miró a quien le hacía compañía en la cama: Una médica forense, con quien tenía una relación casi exclusivamente sexual desde hacía varios años –Diana, despierta. Tenemos trabajo.




-Dobb, es 25 de diciembre, son las dos de la tarde, ¿por qué no se come los dulces que le sobraron de anoche y me deja en paz?
-Perdóname  John, pero no tengo la culpa de que el asesino haya vuelto y en tan inoportuna fecha.
-No lo culpo a usted de eso, lo culpo de que siempre me llame a mí. Hay tres más, ¿sabe?
-Pero tú....pareces el mas responsable.
-¿Yo? Gracia por el halago, creo que es la primera vez que me lo dicen, pero debo aclararle que ninguno de los cuatro es responsable, ese concepto no nos va. En todo caso, podría ser Paul pero....es pura apariencia, no crea.
-Como sea John, necesito saber si viste u oíste algo sobre Mélisande, no sé, algún comportamiento raro.....Todo, siempre, me lleva a ella.
-No creo que haya sido ella, porque nos dijo que pasaría Navidad con su familia y su....novio –sin que quisiera, su voz sonó rara al decir lo último –Supongo que no dejaría a todos sólo por ir a matar a cualquiera.
-Gracias por el dato. Y otra vez te pido disculpas.
-Está bien, está disculpado, pero le repito, ella seguramente no fue. Creo que andan varios asesinos que aprovechan a poner inscripciones.
-Si es así no sé como se enteraron, somos pocos los que sabemos de esto.
-Quizás eran varios desde un principio, y todos creen que es uno solo.
-Pensaré esa posibilidad. Gracias.
-De nada, que tenga buen día.  –suspiró y colgó.
-Era ese inspector, ¿no?
Miró con cierto desinterés a su esposa, que estaba parada a su lado.
-Sí, era él. Mataron a otro tipo.
-John, creo que no tendrías que colaborar mas con la policía, es riesgoso, y mas con esa chica que pusieron a trabajar para ustedes. Paul me ha dicho que todos sospechan de ella.
-Pero yo creo que es inocente.
-¿Y cómo lo sabes?
-Lo sé, sólo eso –se puso de pie, dispuesto a dejar la sala.
-Es linda, ¿verdad?
-Yo que sé, no empieces con tus cosas.
-Seguramente te gusta, por eso la defiendes. Te gusta como te gustan todas.
-¡Ya déjame en paz Cynthia! –salió al jardín, dando un portazo.




-Siete puñaladas –leyó Dobb en el informe forense –No hay ni rastro de nada. Llovió demasiado y el agua prácticamente inundó el lugar, las eventuales huellas que podría haber se perdieron.
-¿Se sabe quién era? –preguntó el agente que estaba con él en su despacho, ordenando carpetas.
-Un tipo solo, al parecer sin familia, aún nadie lo ha reclamado. Vivía en una pensión, pero sólo iba allí a dormir, y a veces. Se la pasaba en los bares, o en la calle. Un pobre infeliz.
-Quizás le hicieron un favor matándolo.
-No diga idioteces Wassmer.
-Perdone, señor Inspector.
Dobb no contestó, sólo releyó el informe hasta que la puerta se abrió y se asomó uno de los empleados que Diana tenía a su cargo.
-Dobb, se encontró un pijama con sangre en uno de los botes. También hay una navaja y guantes de látex.
-¿Un pijama?
-Sí, de mujer....o eso parece.
-Maldita.....-dijo entre dientes, pero tanto Wassmer como el empleado de Diana no le entendieron.
-Está muy sucio y mojado, no creo que se pueda sacar algo en concreto si lo analizamos.
-Está bien, gracias. Retírense los dos.
Los dos hombres se fueron y Dobb encendió su pipa y le dio una calada. Se recostó en su sillón y exhaló el humo, tratando de pensar.




-¡Hola! –saludó Mélisande con una sonrisa al entrar al estudio.
-Hola, ¿cómo pasaste la Navidad? –preguntó Ringo.
-Muy bien, ¿y tú?
-También, con mi familia.
-¿Cómo? ¿No son primos? ¿No pasaron la Navidad juntos? –dijo Brian, que estaba al lado de ella.
Ambos se miraron, algo asustados.
-Es que...ella lo pasó junto a su familia, sus padres y eso, ¿no es así, Mélisande?
-Claro, que seamos primos no significa que pasemos juntos las fiestas.
-Ahh....tienen razón, disculpen, soy un entrometido. Mélisande, en media hora te veo, hay que ajustar unos detalles.
-Ok Brian.
-Uff....eso estuvo cerca –dijo Ringo, ni bien Brian se fue.
-Hola Mélisande –saludó John -¿Cómo estás?
-Muy bien.
-Me aleg....ey...¿qué te pasó aquí? –John le tomó la mano, y ella no pudo ocultar su incomodidad. Pese a que tenía un suéter, su vendaje se notaba.
-Ehh....me quemé con el borde de una olla –se zafó de él, con algo de brusquedad. Se sentía nerviosa y esperaba no estar sonrojada. Sin embargo, él parecía inmutable.
-Te debes haber quemado bastante porque tienes un vendaje grande.
-Si, quise agarrar una sartén, y sin querer me apoyé en otra olla que estaba en el fuego....Ya sabes, accidentes domésticos tontos.
-Sí, pueden ser tontos, pero también graves. Ten cuidado.
-Lo tendré, gracias por al preocupación, pero ya vez, no es nada.
Trató de sonreírle, y salió de allí prácticamente disparada, mientras se tironeaba la manga del suéter para ocultar la venda. Antes de salir, no pudo evitar voltearse y mirar apenas  a John, pero se encontró con que él también la miraba. Apretó los párpados y siguió caminando. 



********************
Hooolaaaaaa!!!! como les va? Perdonen este capitulo, no está tan bueno como el anterior, pero prometo que los próximos tres estarán mejores. Y digo próximos tres porque falta eso para que termine el fic. Tiene 13 capitulos, en realidad iba a tener 12, pero como este fic es taaan negro, elegí llegar a 13, ya saben la fama que tiene el numerito ese jajajaja, me pareció "atractivo" que tenga esa cantidad de capis.
Bueno, les digo que hasta el año que viene no subiré mas, porque ya saben, me tengo que ocupar de mi proximo examen y de mis otros dos fics, así que les deseo Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo. 
Que lo pasen lo mejor que puedan jaja!
Besos y gracias por leer! 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Secretos Compartidos Capitulo IX


Los periódicos llevaban la noticia en sus portadas: un joven, encontrado en su departamento, muerto por envenenamiento.
Después de montones de pesquisas, se descartó la hipótesis del suicidio, la primera que se barajó. Pero entonces, si no se había suicidado, ¿quién lo habría asesinado? Si sólo era un muchacho que, según dichos de familiares y gente allegada, no tenía enemigos ni problemas graves.....
-¿Crees que haya sido ella? –le preguntó John a Paul.
-No sé....Dobb dijo que este crimen no se condice con el perfil del asesino, no hubo golpes, ni puñaladas, ni sangre, ni tampoco le robaron nada.
-Hola...-por la puerta entreabierta se asomó Mélisande, haciendo que Paul y John cambiaran las expresiones de sus rostros.
-Hola Mélisande, ¿cómo estás? –saludó John.
-Bien....dice Brian que recuerden que hoy tienen la entrevista radial.
-¡Es cierto! Ya lo  había olvidado –exclamó Paul –Muchas gracias.
-¿Quieren que les traiga té?
Se dedicaron unas miradas asustadas.
-No, mejor no, gracias.....-respondió Paul.


Dobb giró con cuidado la llave y abrió lentamente la puerta. Se colocó guantes de látex y entró. Había decidido ir solo y sin decirle a nadie al departamento de Jack Ernst. Quería investigar tranquilo y sin preguntas tontas de sus colaboradores.
Enseguida notó que el muchacho vivía solo, ya que había mucho desorden de ropa e instrumentos de cocina. Tenía familia y amigos, de hecho fue uno de ellos quien lo encontró muerto. Muchas fotos pegadas en las paredes de un pequeño cuarto que usaba como estudio demostraba que tenía buenas relaciones con todos. Estaba recién graduado de contador, y había conseguido el empleo de administrador con relativa facilidad. Tenía proyectado trabajar en eso hasta que pudiera entrar a algún estudio contable o montar el propio, o algo así había mencionado su hermano en una declaración.
Revisó con cuidado cada cosa que encontró, pero en todas sólo estaban las huellas de Jack, y ni un rastro de veneno. Cansado de no obtener nada relevante, se dirigió a la puerta, para irse de alli, cuando vio tirada detrás de un sillón, una carpeta negra. La sacó de allí  y la revisó, sólo eran recibos y papeluchos, pero igualmente los revisó uno por uno, hasta que en el revés de uno, leyó algo    que lo dejó perplejo: con una letra muy desprolija, decía “She’s got the devil in her heart”. No la leyó, directamente la tarareó, esa canción la cantaban....The Beatles.
No tenía dudas, era el mismo asesino de siempre, por lo tanto cayeron otra vez sus sospechas sobre Mélisande.


Asustada por los golpes, abrió la puerta. Ver a tres policías allí la dejó helada.
-¿En qué puedo ayudarlos? –preguntó tratando de ser amable.
-Orden de allanamiento –respondió uno mostrándole una hoja firmada por un juez.
Sintió nervios, pero los dejó pasar.
-Es por la muerte de Jack Ernst, la viuda del dueño de edificio dijo que lo mandó aquí la tarde que el murió.
-Oh si, pobrecito Jack....incluso me había invitado a salir, y yo había aceptado....
-Lo siento mucho señorita –dijo uno de los policías poniéndole una mano sobre su hombro.
-Debemos revisar todo –dijo otro.
-De acuerdo...
-También debemos tomarle declaración.
Mientras uno le hacía varias preguntas y anotaba sus respuestas, los otros dos revisaron todo. Obviamente, no encontraron nada, ella ya se habia encargado de limpiar absolutamente todo.
Cuando terminaron, volvieron a la pequeña sala.
-Ni rastros de veneno ni nada sospechoso –informó el policía que parecía mas mayor.
-En fin....-suspiró el que escribía –Lamento esto señorita Leroux, pero es parte de la investigación.  
-No se preocupen, entiendo.
Cuando los policías se fueron, cerró la puerta y suspiró aliviada. De algún modo había presentido que pasaría eso, por eso habia limpiado todo, y lo que era mas importante: había arrojado al incinerador del edificio a su pequeña hacha.


-Esa canción no es nuestra –George infló con total desparpajo el globo de su chicle, que casi quedó pegado a la cara de Dobb.
-No me digan....
-Eso es. La cantamos, pero no es nuestra. ¿Y? ¿Cuando meten presa a nuestra querida asistente?
-George...
-¿Qué, John? Es la verdad, se están tardando mucho....
-Sin pruebas....
-Si, si, ya sé, sin pruebas no hay detención. No lo vuelva a decir Dobb, que ya lo escuché muchas veces.
Dobb suspiró, no sabía de qué se quejaban esos cuatro. Está bien, debían trabajar con una chica que podría ser una asesina en serie, pero él tenía mas motivos para estar cansado, porque vivía pensando qué hacer, y no tenía resultados. Si fuera por él, la chica estaría tras las rejas, pero tenía las manos atadas, la justicia era así. Lo único bueno era que el gobierno francés había dejado de meter presión por el caso Deppart.


Mélisande bufó y le dio un pincelazo a su cuadro.
-¿Pasa algo? –preguntó uno de los chicos mas guapos de su clase, que estaba sentado cerca de ella.
-Nada –respondió con la mayor sequedad, mirándolo de reojo.
-¿Nada? –insistió.
-¿Sabes qué? Mejor me voy, esto es aburrido, y no tengo ganas de aguantar pesados como tú –rápidamente guardó sus cosas y se fue sin saludar, dejando su cuadro a medio terminar.
Como era muy temprano para volver a su casa, decidió pasar por un parque cercano y disfrutar del tímido sol invernal. Buscó un ligar apartado, y allí se sentó, en el césped. Sacó de su bolso su carpeta de dibujo y una carbonilla. Estaba un poco cansada de los abstractos, querría dibujar algo concreto y sencillo, pero no sabía muy bien qué. Decidió hacer lo que tenía enfrente: pequeñas cuestas o lomitas del parque, hojas secas revoloteando, edificios que se asomaban detrás de los árboles. Era tonto, pero por lo menos no se aburriría como en su clase.
De pronto, una pelota roja llegó rodando y golpeó levemente su pierna derecha. La miró, la había desconcentrado, y seguramente era de algún niñito chillador. Tuvo ganas de pincharla con una trincheta, hasta que escuchó una vocecita.
-Disculpa ¿podrías dármela?
Levantó la vista y se encontró con un niño de no mas de 4 años. Sin querer se le escapó una sonrisa.
-Claro, aquí la tienes –se la dio y el chiquito corrió cuesta abajo.
-¿Mélisande? ¿Eres tú?
Se giró, algo asustada, y se encontró nada menos que con John. John Lennon.
-Ah si, veo que eres tú –dijo casi riéndose –Con que dibujando ¿eh?
-Si....si...-respondió dubitativa -¿Y tú qué haces aquí? No vas muy bien disfrazado....
-Vine a pasear un rato con mi hijo.
-¿Tu hijo?
-Si, el de la pelota roja.
-¿Ese niño es tu hijo?
-Exacto.
-Lo he visto algunas veces en fotos pero....veo que ha crecido
-Si –respondió sonriendo, y luego mirando a un costado -¡Ey, Jules! ¡No vayas tan lejos!
-Es muy lindo.
-Igual que el padre –le guiñó un ojo.
Mélisande frunció el ceño y volvió a su dibujo. Se sentía incómoda con Lennon parado a su lado.
-Dibujas bien, ¿sabes?
-Si, lo sé. Estudio arte, debo dibujar bien, sino me hubieran echado de la escuela.
-Tienes razón. Yo también dibujo.
-Qué bien.
-Te estoy molestando, ¿no?
-Sí, lo haces.
-Pero soy tu jefe.
-Pero no estamos en horario de trabajo.
John largó una carcajada y Mélisande giró la cabeza para mirarlo, extrañada.
-Eres rápida para responder.
Negó con la cabeza y volvió a su dibujo.
-¿Harías un cuadro para mí?
-¿Sobre qué?
-Lo que quieras. Quiero ponerlo en mi sala.
-Lo pensaré.
-Eso es bueno. Bien, me tengo que ir, nos vemos maña. ¡Adiós Meli!
No contestó, sólo lo miró de reojo.
-“Meli”. ¿Qué se cree éste?



-“Descuentos por Navidad” –leyó en el volante que un muchachito le había entregado en la calle –Idiotas.
Arrojó el volante en la vereda y siguió caminando rumbo a Abbey Road, esquivando a la gente que, apurada, hacía compras de último momento, y a los tipos disfrazados de Santa Claus que había en la puerta de cada negocio.


-Ayes estuve con Mélisande –informó John encendiendo un cigarrillo
-¿Dónde? –preguntó Ringo, entre sorprendido y asustado.
-Estaba en el parque.
-Que raro.
-¿Por qué? Es un ser humano, puede ir a un parque.
-Si, pero pareciera un poco....
-Hosca, sí. –completó John –Sí, lo es. Pero, ¿sabes? Creo que todo esto es en vano. Esa chica no es el famoso asesino.
-¿Y cómo lo sabes? No me digas que es porque no tiene cara de asesina porque eso es estúpido.
-No, no iba a decir eso. Pero igual...¿a ti te parece que puede ser?
-Para ser sincero, a veces sí, y a veces no. Pero no hay que perderla de vista.
-Sobre todo porque es tu prima.
-¡No me jodas, John! –rió.
En ese momento, entró Mélisande seguida por Paul.
-No la mires tanto...-susurró Ringo en el oído de Paul, y él sólo rió.
-Brian les manda esto –Mélisande le entregó una carpeta a John.
-Ah si, hay que firmar unas cosas.....-dijo Paul.
-Bueno, me voy.
-Espera Mélisande –dijo John –Quería hacerte una pregunta.
-¿Qué pregunta? –todos lo miraron extrañados.
-¿Con quién pasarás Navidad?
La chica le dirigió una mirada fría, pero también curiosa, al igual que Paul y Ringo, que además se miraban entre ellos.
-¿Por qué quieres saber eso?
-No se responde a una pregunta con otra pregunta –rió –Te preguntaba porque.....si estás sola, puedes venir a pasarla con nosotros.
Paul iba a decir algo, pero Ringo lo detuvo, sin embargo Mélisande los vió.
-Lo pasaré con mi familia, vendrán de Francia.  Y con mi novio. De todos modos, gracias por la invitación –sonrió y se fue.
-Vaya, tiene novio –dijo John cuando se aseguró de que no lo escuchara.
-¡¿Pero qué mierda Lennon?! -gritó Paul -¡¿Cómo se te ocurre?!
-No te enojes, te estoy ayudando, la chica te gusta. Pero.....ya ves, tiene novio. Es una lástima.
-¡Estás loco de atar!
-Tranquilo Paul –dijo Ringo –Sólo es una estrategia, ¿no es cierto? John, por favor, dime que es una estrategia.
-Mmm....en parte sí. Pero dime si o harían una linda parejita.....
-Ay, mejor busquemos a George que no sé dónde se ha metido.....


El día de Nochebuena llegó. Vio como, de cada departamento de su edificio, las familias salían bien vestidas, con recipientes con comida, botellas y regalos, rumbo a las fiestas con sus familiares. Cerca de las siete de la noche, su piso estaba prácticamente vacío. Miró con algo de repulsión las coronas de Navidad colgando de las puertas, y se encerró en su departamento. No tenía ganas de comer, y tampoco tenía mucho para hacer. La televisión y la radio sólo le ofrecían programas navideños, así que decidió apagar todo y sentarse a pintar. Pero no encontró inspiración, por lo tanto guardó todos sus elementos, apagó la luz y se sentó en una vieja mecedora que tenía en su salita, frente a la ventana. Desde allí distinguía las luces de los árboles de Navidad del edificio de enfrente, y también las siluetas de algunas personas. En la calle no pasaba nadie, salvo algún que otro coche.
Suspiró, cansada. Nunca se había sentido tan sola. Si bien, durante casi toda su vida, la soledad había sido su única compañera en una familia donde todos parecían desconocidos,  había aprendido a disfrutarla, a sentirse independiente. Sin embargo, esa noche, se sentía tristemente sola, le pesaba mucho. ¿Qué había hecho? ¿Por qué, a veces, se sentía enferma por ser quien era? Si bien lo hacía con gusto, cuando se paraba a pensar, cuando recordaba esos rostros, no podía evitar despreciarse a sí misma. ¿Qué culpa tenían todas esas personas de que ella fuera una adicta a la muerte?
Recordó como había empezado todo: la crueldad de los niños, esa crueldad que todos tienen, no había cesado con el paso de los años. Comenzó, como hace un niño cualquiera, sintiendo placer al aplastar insectos o quemar hormigas, pero después, poco a poco, se le fue a de las manos. Cuando se dio cuenta, tenía dos muertes a su cargo en Francia, motivo por el cual decidió quedarse en Londres para siempre.
Pero, ¿en qué se había convertido? Pensó en Jack, era un muchacho encantador, del que incluso hasta podría haber sido su novia. ¿Qué mal había hecho para terminar así? ¿Por qué, cuando pensó en matarlo, nada la detuvo?
Se sentía acorralada. La policía, cada vez mas cerca, no era casi nada en comparación a  esos pensamientos, que solían aparecer para torturarla. Y para colmo de males, Lennon. Siempre había sido su preferido, desde el primer momento que supo de ellos, clavó su mirada en él. Al conocerlo, sólo le pareció un simple mortal mas, pero igual le notaba ese brillo distinto, algo que sólo él tenía por sobre los demás.
-¿Qué te pasa Mélisande? –se dijo a sí misma -¿Qué diablos te pasa?
Pasó los dedos por sus ojos, sin querer, unas lágrimas brotaron. Se puso de pie, y caminó al baño. Allí buscó un espejito de cartera, que hacía unos días se había roto contra el suelo.  Tomó la mitad, y caminó hasta su habitación. Se sentó en la cama, y otra vez volvieron unas lágrimas traicioneras, pero las dejó fluír. Estaba decidida. Mientras escuchaba algunos fuegos de artificio, y las campanadas que anunciaban la medianoche, extendió su brazo izquierdo y miró bien su blanca y delgada muñeca. Apoyó el trozo de espejo, con fuerza, sintiendo dolor. Brotó un poco de sangre, pero continuó. Era el momento de ponerle fin a todo. 

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