viernes, 9 de mayo de 2014

Volver (One Shot)


I.

Londres,  30 de noviembre de 2012.
Los pasos resonaban por la habitación. Eran lo único que se escuchaba, lo único que rajaba el silencio. Un suspiro y una negación, dicha al mismo silencio. Después, resignación. Y porqué no, algo de entusiasmo ante la aventura.
George Harrison dejó su cigarrillo medio apagado en el cenicero, olvidando que, si su mujer lo veía, no pararía de quejarse por no cuidarse la salud y seguir prendido a ese vicio.  Se sentó, miró el cigarrillo  hasta que se apagó, lentamente, mientras pensaba y le daba vueltas al asunto. Sí, un poco de entusiasmo había.

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 New York, 30 de noviembre de 2012.
-Que sí Yoko, que ya guardé todo. No me atosigues más por favor, que estoy grandecito, ¿no crees?
La mujer sólo bufó y subió las escaleras. Unos segundos después, se oyó un portazo.
John guardó su guitarra en el estuche. Era una guitarra nueva, lista para estrenar.
Para qué mentirse, se moría de ganas de usarla, de rockear un poco, así, informalmente. Contaba las horas que faltaban.

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Londres, 30 de noviembre de 2012.
Había llegado el momento. Bueno no, el momento aún no, sino la noche previa al momento, y eso era mucho más emocionante. McCartney sabía que esa anoche no dormiría, así que se quedó jugando hasta tarde con su pequeña hija, hasta que la niñera se la llevó a dormir, ya que al otro día debía ir al colegio. La niña se despidió de él con un gran beso y un “Suerte papi” que lo llenó de ternura.
Repasó al descuido las teclas del piano, tocando cualquier nota, que de inmediato lo inspiraron para unir tres o cuatro acordes. Sonrió al ver que eso que creía haber compuesto, ya estaba hecho, y por él.
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“Joder, más de 70 años y otra vez con esto. Igual, me parece que estará bueno.” Ringo cerró la ventana, ya entraba frío. Miró por décima vez el pasaje de avión que al día siguiente lo llevaría a Toulouse. Maldijo, pero a la vez sonrió. John, y sus locuras. No sólo era una vuelta, un regreso, sino que además era en un lugar poco frecuente: Francia. Hasta allí tenían que viajar, sólo porque supuestamente, ese lugar daba suerte. Sólo porque allí había nacido, pilas de años antes, un tipo que cantaba al otro lado del Atlántico. Y que según John y sus jodidas investigaciones que hacía para matar el tiempo, estaba vivo. Locura sobre locura.

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Toulouse, Francia, 30 de noviembre de 2012.
Apagó la radio. Era lo único que escuchaba, no entendía la televisión y la vorágine que reinaba allí, le gustaba la radio y más a la medianoche. A esa hora reinaba la calma, la voz de Piaf, de Aznavour, de María Callas, de Pavarotti…de él. Odiaba cuando estaba él también. No se consideraba digno. Odiaba también los recuerdos. Por eso nunca recordaba a Buenos Aires.
“Charles Romuald Gardés” le parecía volver a leer en sus libretas, una argentina, y otra uruguaya. Ahora veía un simple “Charles Babin” en una libreta francesa, que era una total farsa, que casi ni existía para él, como las otras dos, que se quemaron en el accidente, junto con el avión, junto con sus cosas, junto con él, Carlos Gardel.
De pronto, el informe de noticias de la radio lo sacó de sus pensamientos con su enfermiza música. Por obligación lo oyó y se enteró: Los Beatles llegaban al día siguiente. Los Beatles…simpáticos muchachos que le hubiera gustado conocer, aunque en sus épocas de esplendor, él vivía aún en el hospital. Una desgracia que después se separaran. Pero ahora todos volvían a estar enloquecidos porque regresaban, sólo para dar un concierto, y en Toulouse.
Cosas raras de la vida, pensó.



II.
         
                                Londres, 1 de noviembre de 2012.              
Toda Francia había enloquecido. Bueno, no sólo Francia, el mundo entero era una locura, más de lo acostumbrado. Y es que no todos los días la gente se desayunaba con que The Beatles volvían. Muy pocos comprendían que era una actuación única, más que nada para sacarse el gusto de probarse a sí mismos, y de sacarse a todos los que, día a día, les preguntaban cuándo se juntarían. Ahí tenían, para que se dejaran de molestar de una vez por todas.
John sonrió, ése era el argumento que había usado para convencer a los otros tres. Lo que él quería en realidad, era volver a pisar un escenario, ver qué tan viejos estaban sus antiguos compañeros, armar lío, y sobre todo, averiguar el paradero de la leyenda. Si bien sabía de su existencia desde que era pequeño, fue cuando se retiró y empezó a notar cómo su pelo se plateaba, que le puso atención a ese personaje. Como había leído alguna vez, “a todos les llegaba, más tarde o más temprano, el momento en el que se identificaban con Gardel”. John no sabía si se sentía identificado, lo que sí sabía era que estaba obsesionado y de que era dueño de una verdad impactante: estaba vivo. Lo había mencionado varias veces ante expertos en el tema, que le sonrieron como le sonreían todos cada vez que él decía algo fuera de lo común: con cara de que sabían que estaba drogado. Pero no, él no estaba drogado, él sabía la verdad porque sí, sin ayuda de nada, simplemente lo sabía y no pararía hasta verlo.
Miró a sus compañeros, sentados junto a él en el avión. George charlaba con Ringo, Paul tenía los ojos entrecerrados, con audífonos escuchaba música. Le dio una patadita, para despertarlo.
-Ey, ¿qué pasa? –dijo quitándose los auriculares, molesto.
-Nada. Sólo quería decirte que el mundo esperaba este momento convocado por ti, no por mí.
-Vete al diablo, John.
-¿Qué? A ti te gustaba seguir recaudando con los discos viejos y hacer los tuyos, ¿no? Pues malas noticias.
-Repito: vete al diablo.
John soltó una risita entre dientes, le dio otra patadita.
-Vamos Paul, levanta el ánimo. Sé que te gusta mi idea.
-Lo único que sé es que todavía estoy a tiempo de escapar.
-Uy, escucha. –levantó un dedo, puso atención-La azafata dice que ya estamos a punto de despegar, qué mala suerte, Macca.
-Aún no está dada la última palabra.
-John, tu idea apesta. –intervino George.-Primero nos hiciste creer tus cosas de que con esto dejarían de molestarnos, pero ya ves que nadie entenderá que sólo es una única actuación. Y segundo, ya sabemos cuál es tu verdadera intención: buscar a ese tipo. ¿Acaso no podías viajar tú solo, buscarlo, encontrarlo, y fin de la historia? ¿Por qué nosotros también? ¿Por qué juntarnos?
-La verdad, no sé. Pero me pareció divertido.
Bufaron, se abrocharon los cinturones, dejaron de prestarle atención. Lo conveniente era llevarse bien y nada más.

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Toulouse, 1 de noviembre de 2012.
Carlos escuchaba la radio con más interés que nunca. La mayoría de las noticias eran sobre “esos muchachitos” como había empezado  a mencionarlos, ya que cada conductor de la radio los llamaba de forma distinta. La noche siguiente sería el concierto, en la avenida más amplia de Toulouse, que desde hacía días estaba cortada al tránsito, llena de gente turnándose para proteger los puestos y lugares que habían conseguido. Los había de diferentes nacionalidades, a muchos los había encontrado al ir a comprar leche. Le preguntaban nombres de calles, él, que salía muy poco, apenas podía ayudarlos.
Se acercó a la ventana, por la que entraba la luz pálida del sol. Los días ya eran frescos y cortos, esos muchachitos tendrían frío. Aunque, sabiendo de dónde venían, no lo pasarían tan mal, les parecería el verano más intenso.
Se giró, vio su reflejo en el espejo. No le gustaba nada. Veinte operaciones en su cara, más todos los años que llevaba encima, le hacían parecer completamente distinto a lo que recordaba de sí mismo. Pero gracias  a eso, nadie lo reconocía, y eso lo dejaba tranquilo, la idea de que eso sucediera algún día, lo inquietaba. No quería que se descubriera que nunca había muerto, que se cayera esa creencia colectiva, que lo vieran decrépito, sin voz. Prefería que toda su vida se hubiera convertido en cenizas, como aquella tarde en Medellín, como aquel avión. Gardel había muerto, y eso era todo.

**************

-John, deja esa computadora, ¿no estás cansado? Viajaste de New York a Londres, apenas te bajaste de un avión, te subiste a otro.
-Y no me saludaron como debían, hacía mucho tiempo que no me veían.
-¿Será porque aún estamos molestos?
-Basta George, cálmate hermano. Te gusta, admítelo.
George puso los ojos en blanco, movió rítmicamente su pie al compás del bajo que Paul hacía sonar.
-No. Me gusta, pero no lo admitiré. –respondió serio, y luego esbozó una sonrisa llena de picardía.
-¿Por qué no se calman? A mí la idea tampoco me convence, pero vamos, no es para morirse.
-Siempre amaré el optimismo de Ringo, aprendan viejos amargos.
-Bueno, ¿ensayaremos  o qué?
-Volvió el jefe Paul. Tranquilo, ensayaremos, no te pongas en plan mandón. Pero antes debo buscar un par de datos más, ultimar detalles.
-¿Datos? –preguntó Paul.
-Sí, datos. Debo verificar su dirección.
-¡No, otra vez con eso! ¡John, el tipo está muerto! Se murió en un avión, y si no fue así, se murió de viejo! Nadie vive hasta los ciento no sé cuántos años.
-Él sí. Él es eterno, como nosotros.
-Ay, qué delirio…
-¿John todavía te sigues dando con LSD?
-No George, no necesito LSD para saber eso. Él es eterno, nosotros somos eternos, no veo porqué no encontrarnos.
-Estás loco, sí. Mira, yo acepté esto, pero ya ponerme a buscar a un muerto…No gracias. –dijo Ringo.
-Es que no lo van a buscar, yo ya me encargué. ¡Aquí está! ¡Y miren, es cerca de donde será el concierto!
-No pienso ir.
-Paul, debemos hacerlo. Son cinco eternidades juntándose.
-¡Cálmate ya con la eternidad! ¡Te creíste el cuento de que nunca moriremos! ¿No ves que eso es una metáfora? Nos moriremos, como todos, porque te informo que somos mortales. Mor-ta-les. Nos morimos, como se murió ese cantante.
-Te demostraré que no. Si no quieres creer en tu eternidad, allá tú. Lo mismo va para ustedes. Yo sí creo.

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Toulouse, 2 de noviembre de 2012.
Casi no se podía estar del griterío que había, los tímpanos amenazaban con explotar, la ciudad entera vibraba como en un terremoto. Pero a pocos le importaba. El planeta podía explotar si quería, pero después de ese concierto. Lo que pasara de ahí en más, ya no era importante para nadie.
-Esto no me gusta.
-¡Ringo dijiste eso veinte veces! –exclamó Paul.
-Es verdad, además eras el único entusiasmado después de John, ¿por qué ahora estás así?
-¡Hoy es 2! ¡El día de los muertos! Sin dudas, un pésimo presagio.
-Ay ya, deja de decir idioteces, ya nadie se acuerda de ese día. Mira, asómate, fíjate cuánta gente.
-Ohh…hemos roto todos los récords…
-Estoy seguro que sí. –afirmó George-Hasta me da miedo…
-Tranquilos. –Paul, el que parecía tan reticente, estaba calmado, hasta entusiasmado. Si bien estaba acostumbrado, la idea de volver a tocar con sus compañeros lo exaltaba. -Todo saldrá perfecto, de eso estoy seguro.
-No ensayamos como debíamos…-dudó John-Tendría que haber sido más responsable.
-John –dijo George-No precisamos ensayos. Lo nuestro va en las venas.
Se escuchó que los anunciaban, otra vez los aullidos, los oídos a punto de desmayarse.
Pisaron el escenario. Y la tierra tembló.




III.

Toulouse, 3 de noviembre de 2012.
El sol de la mañana despuntaba detrás del edificio de enfrente. Hizo una mueca al dejar el mate a un lado, asqueado de la yerba de tan mala calidad que le había conseguido Margueritte, la frágil vecina de la esquina, la misma que la noche anterior lo había arrastrado por la calle para que desde su balcón viera el concierto, ya que su habitación quedaba frente a la avenida. Después, la chica, cegada por su crecimiento y sus hormonas,  intentó seducirlo, diciéndole que tenía algo que no descifraba, pero que le atraía. Con la paciencia y la compresión que había usado cuando era joven y galán, la apartó y le explicó que nada podía haber entre ellos. La mirada de Margueritte le recordó la de Isabel, sólo que ella no tomó las represalias de mujer despechada que utilizó durante tanto tiempo su antigua novia. Isabel…¿qué habría sido de ella? Seguramente habría terminado casada con algún magnate, porque ese era su oficio, buscar quien la mantuviera. ¿Lo habría llorado mucho? No lo sabía, tampoco lo quería saber. Ella también ya estaría muerta, y deseaba que hubiera tenido una vida tranquila y feliz, lejana a la que él le podría haber ofrecido. Volvió a pensar en la jovencísima Margueritte, tan sola en el mundo como él, y sin poder darle nada. La chica comprendió lo que él le explicaba, que se buscara chicos de su edad, que sólo era un viejo…Pareció entender, pero no se convenció. Sacudió la cabeza, ya no quería pensar en todo eso.  Agarró el paquete de yerba, leyó la marca y la anotó en un papel, para recordarla y decirle a Magueritte que nunca más la comprara. Después, su mente vagó hasta el concierto. Los muchachos que había visto ya no eran tan muchachos, sin embargo, eran muchísimo más jóvenes que él. Así que el mote de muchachos no les sería quitado.

********************

-¡Arriba todo el mundo! –gritó John pero mudó su sonrisa al ver que el  teléfono móvil sonaba otra vez. Atendió, le explicó a su mujer que sí, que esa misma noche partiría hacia Londres.
-¡Vamos, vamos! –Ringo se incorporó de un salto, lejos de estar molesto por el saludo casi violento de John, corrió hacia la habitación de Paul, abrió  la puerta y al instante se arrepintió de no haber golpeado. Su amigo quizás estaba “con visitas” femeninas. Pero no, Paul roncaba, tranquilo.
-Paul, vamos.
-¿Eh? ¿Nos vamos? Qué genial, pero esperen que aún no armé la maleta.
-No vamos al aeropuerto. Vamos a la casa de Gardel.
-¿Qué? Tenía la esperanza que después de lo de anoche, a John se le hubiera pasado la locura.
-Qué va, está más entusiasmado que nunca. Y para qué mentir, yo también.
-Los detesto. –sonrió-Bueno, vamos, a ver qué se cuenta don Gardel.
George, para sorpresa de todos, también se levantó de buen humor. Sin dudas, la noche anterior los había llenado de energía, y en sus mentes barajaban la posibilidad de repetir. Pero no lo mencionaron.  Y es que sí, la noche anterior los había renovado, les había llenado de esperanzas el corazón, esperanzas por volver a sentirse jóvenes y por disfrutar como lo hacían años atrás. Ahora entendían porqué los molestaban tanto con la insistente preguntita de cuándo volverían. Porque juntos hacían magia, porque sus miradas se entendían y porque cuando daban el último acorde, el mundo era un poco más bueno.
Pensaban que habían olvidado todo eso, pero no, lo tenían muy dentro y ahora que lo redescubrían, querían vivirlo muchas veces más. Si no lo hacían, extrañarían esa sensación.


Salieron del hotel sin seguridad. Todos en Toulouse dormían, hasta sus propios guardaespaldas. Incluso muchos visitantes dormían en las aceras, agotados, sin importarles nada. De no ser porque el resto del planeta sabía qué había ocurrido la noche anterior, todos pensarían que era un pueblo fantasma.  
Salieron mal vestidos y con la cara algo cubierta. Poco les costó encontrar el lugar. Ni Paul, ni George, ni Ringo, preguntaron cómo John se las había ingeniado para saber que Gardel estaba vivo y en esa ciudad. Lo que sabían era que los cuatro estaban ansiosos como niños a punto de descubrir algo sumamente importante.
La casa tenía tres plantas, era amarilla, algo descuidada. John presionó el botón del portero eléctrico, tocó  al azar. Tardaron en contestar, seguramente todos en esa casa dormían a pesar de ser casi las once de la mañana de un día jueves.
Al fin, una voz somnolienta habló preguntando con modos bastante apáticos para ser franceses, quién se atrevía a llamar.
-Busco al señor Babin. –respondió John, chapuceando el idioma galo.
-En el segundo. –dijo la voz, y colgó.
John apretó el botón del timbre del segundo piso, temblando. Nadie respondió.
-Será mejor que nos vayamos. –propuso Ringo.
-No, intentaré una vez más. Si no responde, nos vamos y juro que no los molesto nunca más con esto.
Otra vez presionó el botón. Esperaron. De pronto, el chirrido de la puerta los sobresaltó, y ante ellos, lo vieron.
Gardel sonrió, y con esa sonrisa, volvió a ser Gardel. Los reconoció al instante.
-Los estaba esperando.

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Los cuatro estaban sentados ante la pequeña mesa de madera mirando la figura del misterioso hombre recortada a trasluz de la ventana. Apretaban los dientes, nerviosos. John se maldecía, en todo ese tiempo no había pensado qué decirle cuando lo viera. Quizás nunca lo hizo porque nunca pensó que lograría encontrarlo alguna vez.
-¿Gustan? –Gardel les tendió el mate. –Por suerte encontré un poco de yerba de mejor calidad, alcanzará para unos pocos, pero algo es algo.
Paul extendió su brazo y tomó el pequeño recipiente de madera. Sorbió, arrugó la frente al sentir el gusto amargo. Después, se reconfortó con el sabor que le quedaba en la boca.
-No está mal. –miró a los otros tres.
-Tiene gusto a domingo. Hoy es jueves, pero está todo tan quieto, que parece un domingo por la mañana.
-Usted siempre tan poeta. –sonrió John.
-Eso es algo que no se va con nada.
-¿Cómo sabía que íbamos a venir? –preguntó George, algo temeroso de que aquel hombre fuera una figura a punto de desvanecerse, como un fantasma.
-No lo sé, lo presentía. Anoche los vi. No soy muy…de esa música, pero mi hipnotizan ustedes. Tienen una personalidad, un carisma…Hacen que todo brille.
-Cuidado, no todo lo que reluce es oro.
-Lo sé, lo sé muy bien. Pero ustedes brindan esa fantasía.
-Gracias señor…-John dudó. Gardel sonrió.
-Carlos. Solamente Carlos. Y…¿cómo me encontraron?
-Respondo con su respuesta, Don Carlos. Lo presentía. –contestó John. –No sé cómo, pero lo sentía, sabía dónde estaba, por dónde buscar, cómo encontrar datos válidos, quiénes tenían informaciones claras. Es extraño, pero algo me guiaba.
-Quizás debíamos encontrarnos. Todos. –dijo Paul, pensativo. –Esto me parecía loco, pero anoche, sentí que ya no era así, que debíamos hacerlo.
-Será porque sentiste que te miraba. Estaba en un balcón cercano.
-Puede ser…
-Esto es muy paranormal, ¿por qué nos sucedió a nosotros? ¿Por qué sólo nosotros lo encontramos, sabemos que usted está vivo? ¿Por qué debíamos hacerlo? Siempre he estudiado estas cosas misteriosas, pero para esta no tengo explicación. Sinceramente, no entiendo. –dijo George, más hablando para sí mismo que para el resto.
-No te apures, hijo. –sonrió Carlos. –Hay una teoría que dice que las eternidades deben juntarse.
-¡Se los dije! La teoría de las eternidades.  –John celebró con los brazos en alto.
-John la sabe por la misma razón que yo: ambos estuvimos muy cercanos a la muerte. Yo por el avión, él por un loco que casi lo mata. Ese es el momento de la revelación, ahí te das cuenta de que sos especial, de que tenés la eternidad y de que debés encontrar a tus semejantes. Es extraño, quizás fantasioso. A mí nadie me lo dijo ni me lo comprobó, simplemente lo supe.
-A mí también casi me matan, y sin embargo nunca sentí eso. –George sorbió el mate, frunció el ceño.
-Porque no estuviste tan grave. Digo yo que será por eso, ¿no? –Carlos miró a los demás-Es lo poco que leí en el periódico sobre vos.
-Visto así…puede ser…
-¿Y ahora qué sigue? –preguntó Ringo
-Pues…nada. La misión está cumplida, nos encontramos.
Los cinco se quedaron unos minutos en silencio, pensado en todo aquello que habían dicho, en todos los cabos sueltos que algún día debían atar.  El mate fue pasando de mano en mano.
-Traje un obsequio. –dijo John, de repente.
De su largo tapado sacó un CD, Rubber Soul.
-No sé si le gustará…
-Claro que sí. Le pediré a Margueritte algo para reproducirlo…Sólo tengo radio. Ya ven soy como un ermitaño acá.
-¿Cómo  logró sobrevivir? –preguntó Ringo. –Todos creen que murió.
-Y es mejor que sigan creyendo eso. Por favor, ni una palabra sobre este encuentro. –todos asintieron-Yo…yo escapé del avión en llamas, yo mismo estaba en llamas. Allí no quedó nada más que una montaña de cenizas. Corrí hacia un monte cercano a la pista, me escondí allí, me desvanecí. Cuando desperté estaba en un hospital, pero no de Medellín, de otra ciudad lejana. Me habían encontrado unos fugitivos que escapaban de la policía, que se habían refugiado en ese monte. Me llevaron a ese hospital y me dejaron, y en ese lugar nunca nadie me preguntó quién era, pensaban que era uno de ellos, y como esos tipos parece que eran los típicos Robin Hood que les robaban a los ricos para dárselo a los pobres, nadie del personal dijo nada sobre mí, ni habló. Me operaron muchas veces, hasta que reconstruyeron una cara, que no era la mía en absoluto. Cuando estuve un poco mejor, me dieron algo de dinero y me metí en un barco, en Cartagena. Quería llegar a Francia, y lo logré. Y aquí estoy.
-Vaya aventura…
-Así es…¿Paul?
-Sí, Paul. ¿Por qué Francia y no Argentina?
-Aquí nací, y no quería aparecer en Buenos Aires con esta cara…Nadie me creería. Es mejor que crean en el mito, no en esto que soy ahora.
Otra vez el silencio se apoderó de la pequeña cocina. El reloj de una iglesia cercana dio el mediodía.
-Será mejor que nos vayamos. –anunció John.
-¿No quieren quedarse a almorzar?
-Gracias don Carlos, pero nuestro avión sale en dos horas exactas. Fue un gusto verlo, pronto volveré.
-Volveremos. –corrigió Ringo.
-Sí, volveremos.
-Gracias por la visita. Ah, les daré algo.
Carlos caminó con la rapidez que le permitían sus piernas hasta la habitación. De un cajón extrajo cuatro relojes, comunes, que había comprado el día anterior.
-Como sabía que vendrían, les compré esto. Son baratos y feos, no había algo mejor para mi presupuesto. No son para que los usen, porque como ven, ni siquiera funcionan. Son para que, cada vez que los vean, recuerden que el tiempo, para nosotros, no tiene ningún valor ni importancia.
-Excelente lección. –sonrió Ringo.
-Ah, tomen un disco mío. Lo conseguí en un anticuario, hace unos meses. Lo odio, pero no supe porqué lo traje a casa. Ahora ya lo sé.
Tomaron el disco, firmado, agradecieron. Lentamente, caminaron hacia la puerta.
-Gracias por todo.
-De nada, John. Gracias a ustedes por visitarme.
Salieron a la calle, algo aturdidos. Se giraron, lo vieron parado en la puerta, lo saludaron. Gardel se quedó allí hasta que los perdió de vista.

Todavía no volvieron a encontrarse.   






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¡Hola mundo! Como ven, acá subí un one shot bien raro, quizás lo más raro que escribí (y eso ya es mucho decir, me parece) y quizás también, el que más complicado me resultó escribir y sobre todo, terminar (estuvo mucho tiempo en stand by). Al fin, esta noche me decidí a darle la oportunidad de salir a la luz. Sé que es extraño, que la mayoría ni conoce a Gardel, pero siempre estuvo dando vueltas en mi mente una forma de unir mis dos amores, el tango y los Beatles, además de que Gardel es muy caro a mis sentimientos porque me crié escuchando su voz. Y aquí está la forma que encontré de juntarlos, esta fusión loca y carente de sentido y coherencia, ya que es lógico que jamás se encontraron ni se encontrarían por algo más que accidentes o asesinatos, por TIEMPO. Gardel nunca hubiera sobrevivido hasta el 2012, hubiera tenido más de 100 años. Pero como digo siempre, para que el que escribe no hay imposibles, y creo que eso es lo maravilloso de poder expresarnos de esta forma. 
Antes de despedirme, les dejo el tango que titula esto:

Saludos a todos y gracias por leer. 
María.  

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