sábado, 7 de noviembre de 2015

Revolver - Capitulo 8 "Amenazas y tazas"




Chloe y Zettie frenaron ante el semáforo sin pararse sobre la senda peatonal porque, ante todo, cumplían las normas. Chloe acarició una de las bolsas de dinero mientras esperaba a que se pusiera en verde. Un auto estacionó junto a ellas y bajó el vidrio.
–¡Hola muñecas!
Zettie suspiró. Era el ruso.
–¿Qué querés, pedazo de infeliz?
–Ay, siempre tan agresivas. ¿Qué tal?
–Mejor, imposible. Te hacía en la cárcel.
–Ya salí, no hubo pruebas.
–¿No hubo? –exclamó Chloe–¡Te encontraron atascado en el baño de la agencia recaudadora!
–Me hice pasar por empleado de teléfonos.
El semáforo se puso en verde y Chloe arrancó a toda velocidad, pero para su desgracia, Dimitri igual las alcanzó. Ahora tenía un buen auto.
–Quisiera proponerles un negocio. ¿Puedo ir hasta su casa?
–¡No!
–¿Por qué?
–Porque no. Y no necesitamos tus negocios.
El ruso se encogió de hombros, saludó con una mano y dobló en una esquina.
–Ese tipo me pone nerviosa. –dijo Zettie–¿Creés que igual se aparecerá en casa?
–Nunca se sabe. Tomaremos medidas, vigilaremos. Si vemos que se acerca a  casa, inventamos algo para que se vaya.
Dejaron de hablar, ambas estaban muy cansadas porque robar era agotador. Al fin llegaron a la casa, ansiosas por un refresco. Bajaron dando portazos, el dinero lo bajarían cuando nadie las estuviera viendo.
–Zettie…–dijo Chloe mirando a todas partes–¿No te parece que está todo muy calmado?
–Puede ser, no se escucha nada y eso es raro.
–Mi instinto de ladrona me dice que algo está pasando, y que no es nada bueno.
No terminó de decir aquello que la puerta de la casa se abrió.
–¿Pero qué…? ¡¿Qué mierda se hicieron en la cabeza?!
–¡Están locos! ¿Qué les pasa? Ay no, yo me desmayo…
Los cuatro estaban inmutables. Abriéndose paso, John se plantó delante de ellas y levantó en alto los papeles que habían encontrado.
–Queremos una explicación sobre esto.







Si les hubieran pegado un tiro, se hubieran sentido mejor. Chloe tragó saliva como pudo, y Zettie se apoyó en el auto para no caerse al suelo de la impresión que estaba sintiendo.
–Bueno…este…–comenzó Chloe.
–No pongas excusas, Read. Lo sabemos todo.
–¿A qué se refieren con todo?
–A todo.
–Zettie…¿a qué se referirá? Porque hay mucho y…
–Shhh. –Zettie levantó una mano.  De inmediato ambas adoptaron una postura más que temible. Chloe se aclaró la garganta.
–Bien, si ya saben todo, ¿para qué quieren una explicación? De acuerdo, nos descubrieron, no somos lo que decimos.
–Sólo son un par de delincuentes.
–¿Sólo? –Zettie se escandalizó–¡Somos las mejores!
–No, porque las descubrimos.
–Ay si, ahora los niños son detectives. Seguro que encontraron esos papeles por casualidad, ¿o no? A ver, díganme qué sospechas tenían.
–Ehh…ninguna. –John bajó la cabeza–La verdad que jamás nos imaginamos algo así. Y sí, lo encontramos por casualidad.
–Igual atamos cabos también. –agregó Ringo–El arma que vi no la tenían por defensa, ¿no?
–No, eso fue todo un cuento. Pero te lo creíste.
Se quedaron en silencio mirándose con altanería.
–Supongo que tendremos que denunciarlas.
–Adelante. –Chloe se encogió de hombros–A todos en la cárcel les diremos que vivimos un tiempo muy hermoso con ustedes.
–Sí, es una pena que se termine, pero bueno, hay que hacer justicia.–agregó Zettie, poniendo su mejor cara de desazón–Lo más penoso es que se quedarán sin refugio.
John miró a los demás, que parecían imperturbables.
–No nos dimos cuenta de eso. –susurró.
–¿De qué?
–Paul, sos tarado. ¡Los terroristas! Hasta ahora no nos han encontrado acá, si nos vamos y encima las denunciamos se armará un escándalo y sabrán que estamos en Londres.
–¿Y qué? ¿Nos tenemos que quedar acá?
–Yo diría que sí. –dijo Chloe–Ejem, perdón por escuchar la conversación ajena.
–¡Pero ustedes nos robaron!
–Ay Paul, si lo recuperaron enseguida. Fue por una buena causa.
–Sí, dimos parte del dinero a unos vegetarianos que eran pobres y debían comer restos de hamburguesas de los tachos de basura. Una vida muy difícil.
–¿Eso es verdad?
–¿Y cuándo te mentimos?
–Basta, esto es un desastre. –dijo George–No les creo una palabra, así que me voy.
–Suerte con los terroristas. –silbó Zettie–Yo que el resto iría buscando un nuevo guitarrista para la banda. Si es posible más lindo.
–No me das miedo.
–Es que no quiero darte miedo, sólo te digo la realidad. Pero bueno, allá ustedes. Voy a ducharme, estoy muy cansada. Si deciden irse, avisen.
Zettie se metió dentro de la casa, y Chloe la siguió.
–Pónganse una peluca, se ven horribles. –les dijo al pasar.








–“El Comité de Reuniones Urgentes comienza la sesi…”
–Ay ya basta Ringo, tenemos que decidir algo de una vez.
–Lo que diga el muy señor Paul, que obviamente tiene la palabra, como siempre.
–¿Me estás reprochando algo? Te recuerdo que la espantosa idea de pelarnos fue tuya.
–Te jodés, a mi me queda bien, el único que se ve como un huevo, sos vos.
–Oigan, basta de peleas. –dijo John , serio–¿Qué hacemos?
–¿Qué hacemos, qué hacemos? ¡Denunciarlas! ¡Claro que sí! Yo ya me estoy yendo, no quiero vivir con delincuentes.
–Paul, bajá la rabia. Hay que pensar en frío. De acuerdo, nos robaron y nos mintieron. Pero veamos algo: no es culpa de ellas que estemos aquí. Es culpa de la policía. No investigaron quiénes eran ellas en realidad y nos metieron acá, justo en la boca del lobo. Fue una fatal casualidad.
–¡Por eso las tenemos que denunciar! ¡Hay que colaborar con la policía!
–Ah no, yo a este lo mato. ¡Pará un poco, Paul!
–¡Pero es que no podemos estar así! ¡Van a matarnos mientras dormimos! ¡Nos dejarán sin nada! ¡Nos robarán muchas veces más! ¡Nos secuestrarán y pedirán rescate! ¡Nos…!
John miró a Ringo y asintió. Este le pegó a Paul en la cabeza.
–¡Ay! ¿Y ahora por qué me pegás?
–Para          que te calmes de una vez. John está pidiendo que pensemos en frío y vos lo único que hacés es gritar como niñita.
–Como niñita pelada. –agregó George.
Paul se cruzó de brazos, y no dijo nada más. John continuó.
–Justo eso es lo que pido, que pensemos en frío. En parte no es culpa de ellas. Y además, si nos vamos, quedamos sin lugar donde ir. Hasta ahora no hubo ningún tipo de amenaza, están tranquilos, pero sería conveniente seguir así hasta el plazo que dijo el Inspector. Cuando se cumpla ese plazo, nos vamos, las denunciamos, las mandamos a la silla eléctrica, y todo lo que a Paul se le ocurra.
–No sé…–dudó George–Estoy entre ambas opciones. Por un lado me da miedo, y por el otro…también. Tengo miedo de ellas y de los terroristas. Creo que si no decimos nada, ganaremos su favor, y podemos extorsionarlas, pedirles cosas  a cambio de nuestro silencio.  Voto por quedarnos.
–Y yo.
–Y yo. ¿Paul?
–¿Para qué voy a decir algo si ya ganaron ustedes? Voto por el sí. ¡Pero que no vaya a ver cómo matan a Tofu y lo convierten en mortadela!







Golpearon la puerta del comedor en el que Zettie  y Chloe se preparaban para oír lo peor.  Por culpa de esos cuatro piojosos pelados, ya tenían un pie en la cárcel. Aunque siempre podían escapar antes que ellos las denunciaran, tomarse un avión e irse al lugar más recóndito y feo, como Rusia con la familia de Dimitri.
Zettie abrió y sin siquiera mirarlos, los hizo pasar.
–Decidimos algo.–anunció George–Nos quedamos.
–¿En serio?
–Sí, pero habrá condiciones.
–Auch. –dijeron ambas.–¿Cuáles?
–Mmm...no lo sabemos aún, pero habrá. Cualquier cosa que se nos ocurra. No podrán decir que no o…ya saben, tenemos el teléfono de Connor.
–¿Y qué harán cuando terminen sus “vacaciones” en nuestra casa? ¿Nos denunciarán, no?
–Ehh…–George miró a los otros–No, no, claro que no, esto quedará entre nosotros. Eso sí, no vuelvan a robarnos.
–No teníamos pensado hacerlo, ahora que viven con nosotras, nos dan lástima. –Chloe se aguantó la risa de ver sus cabezas–Bien, echemos un manto de piedad sobre esto.
–¿Algún día nos devolverán el dinero?
–¿Cuándo viste a un ladrón devolver semejante cantidad, McCartney? Claro que no. Después de todo, tenemos que mantenerlos, consideren que pagaron las cuotas alimentarias por adelantado. Y el arreglo del vidrio que rompieron.
–Ah, se me ocurre una condición. –dijo Ringo–Queremos que no tengan más esa colección de cosas nuestras.
–¿Qué? ¡Hace años que juntamos cosas!
–No nos importa, tiren todo. Es muy…escalofriante. Sobre todo cuando entre esas cosas, tienen medias tuyas. –miró directamente a Zettie.
–No tiraremos nada, Ringo Starr. Es nuestro y ustedes no van a decirnos qué hacer.
–John, llamá a Connor.
–Vamos, llamalo y que los terroristas sepan donde están y vengan acá mismo a ponerles una preciosa bomba.
Ringo siguió mirándola sin apartarle los ojos y ella igual. Al final, él se resignó.
–¿Qué? ¿Tienen miedo? Creo que muchas condiciones y exigencias no podrán hacer, los tenemos agarrados de las pelotas.
–Chloe, ese lenguaje...
–Me da igual el lenguaje. Si vamos al caso, todos estamos agarrados de las pelotas. Nosotras no cumplimos, oh qué horror, nos denuncian. Y ustedes tienen tremendo escándalo y encima los matan.
–Dios, no podemos contra ellas. –suspiró Ringo.
–Eso tendrías que haberlo sabido desde hace rato.
–Bueno, ¿y entonces?
–Entonces nada, Lennon. –Chloe sonrió al verlo resignado–Las cosas siguen como antes.
–¿Con las reglas y todo eso?
–Ajá.
–Son las peores mujeres que vi en mi vida.
–Qué honor. Oigan, si quieren seguir jugando a los detectives, averigüen quién nos llenó de piojos.






Pasaron dos días en los que no de dirigieron la palabra y se tiraban miradas amenazadoras, hasta que todos terminaron acostumbrándose a la idea de que estaban metidos en un grave problema. Después todo volvió a la normalidad, si es que así podía llamarse.
–¿Qué se hicieron en la cabeza? –repetía Brian, en medio de una crisis de nervios. Los demás lo miraban divertidos.
–Si total estamos de vacaciones…–dijo John restándole importancia–Ya crecerá para cuando nos tomen fotos.
Apenas había terminado de decir eso, vio el fogonazo de un flash. Zettie blandió su cámara en el aire.
–¡Tengo una foto de los Beatles pelados! Será la mejor de la colección.
John quiso decirle algo pero se contuvo porque Brian estaba frente a ellos y no querían que supiera la verdad porque le daría otro ataque. Así que sólo le dio una sonrisita acompañada de una mirada fulminante.
–Tomen, les compré pelucas. –Chloe bajó la escalera y le dio una a cada uno.
–Oh, ¡qué atención de su parte! –exclamó Brian, calmándose de ver peludos otra vez a los Beatles–Usted es un ángel.
–Claro, un ángel…–repitió John.
Connor estaba parado detrás de Brian, impertérrito como buen policía. Todos estaban tentados de gritar ahí mismo lo que sabían sobre las “princesas” pero se controlaban.
–Bueno, ya es tarde y debo irme. –Brian miró su reloj y luego miró a Connor–¿Usted se quedará?
–No, me voy también ,ya comprobé que todo sigue en orden.–se removió y comenzó a rascarse la cabeza–Jé, perdón, es que mis hijos pequeños me pegaron sus piojos…Pero ya está controlado eh, no teman.
Todos lo miraron y luego se miraron entre ellos. El misterio estaba resuelto.
–Más motivos para que odie a la policía. –susurró Chloe, comenzando a rascarse.
–Ok, nos vemos. –saludó Connor–Ah, una cosa…No me quedó claro porqué se pelaron…
–Por moda. –John hizo una sonrisita.
–Lo acompaño. –dijo Paul.
Chloe y Zettie lo miraron y si sus miradas hubieran sido flechas, Paul hubiera caído cual guerrero en Troya. Él siguió como si nada, caminando detrás de Brian y Connor.
–Si Paul habla, ustedes lo pagan. –dijo Zettie mirando a los otros tres–Chloe, traé la escopeta.
–¡Pero…!
–Harrison, regla N° 8: Nadie protestará.
Vieron cómo Paul charlaba animadamente junto al auto de la policía en el que luego, Connor y Brian subieron. Se despidieron con u n bocinazo y Paul regresó con una sonrisita.
–¿Y? ¿Se asustaron?
–¡Idiota si hablabas nos mataban!
–No iba a decir nada, sólo fue para meterles nervios a sus “majestades”.


Ese mismo día, cuando estaba anocheciendo vieron un par de faros acercarse a la casa. En unos segundos, el auto de Dimitri se estacionó frente a la casa.
–Es un extraño, ¡pidamos ayuda! ¡Auxilio, estamos secuestrados!
George le dio un golpe en la cabeza a Paul para que se callara.
–¿Por qué todos me golpean en la cabeza?
–Para ver si dejás de ser idiota.
–¡Ay no! –gritó Zettie, que leía junto a ellos, o más bien aguantaba todas las críticas que le habían hecho durante esa tarde.
–¿Qué pasa? –dijo Paul–Ah, ya  sé, no te gusta que me peguen en la cabeza. ¿Lo ves George? Alguien me defiende.
–No me refería a eso, por mí que te sigan pegando. Me refiero a que yo conozco a ese tipo.
Dejó el libro a un lado y salió al jardín. Miró hacia el comedor y les hizo señas de que si salían les cortaría el cuello. Se acercó a Dimitri, que estaba encendiendo un cigarro junto a su coche.
–Hola muñeca. –dijo en su acento cerradísimo, lo que causó que una lluvia de saliva aterrizara sobre la cara de Zettie.
–¡Aggg qué asco! ¿Cuándo vas a aprender a pronunciar? ¡En Inglaterra se habla, no se escupe!
–Vine a visitarlas. –hizo caso omiso a las protestas–Supongo que seguirán teniendo el buen vino que me convidaron la última vez que vine.
–¡No! No lo tenemos y no podés visitarnos.
–¿Por qué?
–Porque…porque…¡porque no podemos! Es más, no queremos.
–Alguna razón tiene que haber.
–Tenemos invitados.
–Bueno, ahora tienen un invitado más.
–¡No, no! Son importantes, no quiero que te vean o sospecharán.
–Paso mañana.
–¡No, joder, no! ¡No vuelvas! Vení…no sé, el mes que viene. Llamá antes.
–¿Pero no puedo ver quiénes son los invitados?
–No.
–Ay, ni que fueran los Beatles.
–Fuera.
–Pero…
–Fuera.
–¿Ni un poquito de cena me darán?
–Fuera.
–Sólo me quedaré un rato, ni siquiera me mostraré y…
–¡FUEEERAA!
Dimitri dio media vuelta y subió al auto. Salió de allí haciendo sonar los frenos.
–¿Quién era ese? –preguntó George, parecía preocupado.
–Un tipo.
–Ya lo sé, ¿pero quién era? Parecía peligroso
–Lo es. Lo sería mucho más si no fuera bastante torpe.
–¿También es delincuente como ustedes?
–George Harold Harrison French. Que sea la última vez que nos llamás delincuentes. Sólo somos distribuidoras de la riqueza.
–Como digas…–George ahogó una risita–¿El tipo ese volverá?
–Espero que no. Si vuelve, los verá y todo será un caos.
–Escuché un poco, hablaba raro, como si fuera ruso. –Paul hojeaba el libro que había dejado Zettie–¿Por qué leés novelas de Corín Tellado?
–Porque me gusta, ¡no te metas con mis libros! Y sí, es ruso.
–Ay no…–George se agarró la cabeza–¡Por favor, nunca dejes que nos vea! Nos podría secuestrar y llevarnos a Rusia y se desataría una Tercer Guerra Mundial ¡y moriríamos todos!
–No entiendo porqué son tan paranoicos…Dimitri no los llevará porque creo que ni sabe cómo regresar a la Unión Soviética.
–A ver, repetí eso. –Paul la interrumpió.
–¿Qué cosa?
–Lo último.
–¿Que no podría regresar a la Unión Soviética?
–Qué buen título, lo anotaré. –Paul sacó una pluma del bolsillo de su camisa y escribió la frase en la tapa del libro de Zettie.
–¡Ey! ¡No rayes mi libro!
De pronto se escuchó un estruendo, como algo que caía al piso y se partía en mil pedazos. Los tres se miraron y fueron hacia el lugar donde les parecía que se había producido el ruido. Fueron hasta la amplia sala de estar y vieron a Ringo.
–Ehh…hola. –sonrió.
–¡¿Qué hiciste?!
En el suelo, irremediablemente rota, una taza.
–Yo estaba mirado y…
–¡Mi colección de tazas!
–¿Ah, era una colección? Con razón había tantas…
–¡Rompiste una taza de mi colección!
–No sabía que tenías esos gustos, jé…Bueno, pero hay muchas tazas más, por una no te hagas tanto problema…
–¡Era una taza de porcelana china de 1275!
–Bueno…supongo que entonces sí tenés que hacerte problema…Podría arreglarla.
–¡No la toques!
–¿Qué pasa acá? –Chloe entró despeinada y bostezando–¡No dejan dormir la siesta tranquila!
–¿Siesta? Son las ocho de la noche…
–Callate Harrison. ¿Qué pasó?
–¡Él! ¡Rompió una de mis tazas! –gritó Zettie, señalándolo.
–Yo sólo la miraba y se cayó de pronto.
–¿Cómo va a caerse de pronto? ¿Qué? ¿Hubo un terremoto y se cayó sola? ¡La agarraste y la tiraste!
–¡No la tiré! ¡Solamente la agarré para verla bien y se me cayó!
–¡Lo hiciste a propósito!
–¡No!
–¡Sí!
–¡Histérica!
–¡Estúpido!
–¡Silencio!
Ambos se callaron ante la voz de John, que también estaba despeinado.
–No se puede dormir la siesta en esa casa.
–¿Vos…? ¡Já, con razón! ¡Dormían juntos! –Paul soltó una carcajada a la que se unió George.
–¡Chloe! ¿Desde cuándo…?
–No hagas preguntas, Zettie. Yo dormía, sola. Si él también dormía, es pura casualidad.
–Sí, claro…
John le dio otro golpe en la cabeza a Paul, que enojado, se fue dando un portazo.
–¿Y entonces qué pasó?
–Tu amigo rompió una de mis tazas.
–Pero si tenés un montón…
–¡Esta era una pieza única!
–Bueno, sería única que era bastante fea…
Zettie lo miró indignada y al igual que Paul, se fue dando un portazo.
Se quedaron mirando la taza destrozada. John pateó con suavidad un pedazo, suspiró.
–Son un cuarteto de insufribles, ojalá se vayan pronto. –Chloe se fue igual que Zetite, pero con más suavidad.
John decidió seguirla en silencio, y vio que entraba en la habitación donde estaba la colección de cosas beatle.
–Estas chicas tienen una obsesión por coleccionar cosas. –pensó. Se asomó a la puerta y la vio comenzado a juntar cada una de las cosas y metiéndolas en una bolsa grande de basura. Sin saber porqué, le dio mucha pena y más pena cuando notó que estaba llorando.
–Hola.
–Qué susto. –se restregó los ojos–Andate.
–¿Qué hacés? –no le hizo caso y entró igual.
–Nada que te importe. Te dije que te vayas.
–Estabas llorado.
–No, me estoy lavando los ojos de adentro para afuera. –arrojó varios posters dentro de la bolsa, y luego la media de Ringo, que dejó caer con asco.
–¿Por qué estás sacando todo?
–Porque ocupan mucho espacio. Haré  un gimnasio o algo más productivo. Estas porquería sólo juntan polvo. Especialmente las fotos tuyas.
–Que lástima que sólo mis fotos juntan polvo, la gracia sería que lo juntara yo. –arqueó las cejas, pero ella le dio un empujón.
–Te dije que te fueras, no tengo ganas de escuchar tus bromas con doble sentido.
John la tomó por una de las muñecas cuando ella se disponía a arrojar un disco en la bolsa.
–¿Harás lo mismo que hicieron los norteamericanos?
–Sí, los quemaré a todos y les pasaré con una topadora por encima. ¡Soltame, tarado! ¿Qué te pasa?
John la soltó con una risita, y se quedó mirando todo lo que había allí. Era verdad, ni siquiera sabían que existían tantas cosas con su cara.
–¿Ey, y esto?
Chloe levantó la mirada y vio que John tenía en su mano derecha una armónica plateada. Se encogió de hombros.
–¿Esto era mío? –John le daba vueltas a la armónica–No la recuerdo.
–No es tuyo, la compré porque sí, para darle más ambientación a tu altar.
–¿Altar?
–Bueno, llamalo así al lugar, que ahora me parece horrible, donde están todas las cosas relacionadas a vos.
John le dio más vueltas a la armónica y, apoyándose contra una mesa llena de caramelos beatle, comenzó a tocar mientras Chloe seguía juntando las cosas y arrojándolas con bronca dentro de la bolsa. John no tocaba nada que supiera, sólo estaba improvisando y le salía una melodía triste y dulce. Paró cuando se dio cuenta que ella lo miraba fijo.
–Es lindo eso que tocás, ¿qué es?
–Nada, lo inventé. ¿Sabés cómo se llama?
Negó con la cabeza.
–“Chloe está triste”.









Sentada en el suelo, tiritó de frío. Maldijo a los grillos, esa noche eran muchos y no paraban de gritar. Tenía muchas ganas de llorar, los Beatles que ella se había imaginado no eran como los reales, que amenazaban con mandarlas a la cárcel, se cortaban el cabello, le comían sus flores, le rayaban sus libros y peor, le rompían sus tazas. Su taza, que había comprado con el dinero de su primer robo grande. Se la había vendido un judío al que por más que le regateó, no bajó ni un céntimo el precio. Con muchos nervios la había dejado en el anticuario, esperando a tener dinero para comprarla y rogando que nadie se la llevara antes. Podría decirse que por esa taza había empezado a robar.  Y ahora estaba rota, hecha añicos y quien la había roto era el amor de su vida. Que además, la había llamado histérica.
Maldijo una vez más a los grillos, a lo lejos escuchó una armónica, ¿quién mierda se ponía a tocar ahora? Claro, sería John, feliz y contento de ver cómo las delincuentes la pasaban mal.
–¿Puedo sentarme?
Levantó la vista y vio a Ringo.
–No.
Ringo no dijo más nada, y se sentó al otro extremo del patio. Lo ignoró completamente, pero al fin habló.
–Tenés ojos de zombie.
Él soltó una carcajada, pero ella se mantuvo seria.
–Me han dicho muchas cosas de mis ojos, pero nunca que parecían de zombie, ¿por qué lo decís?
–Está todo oscuro y brillan. O son de zombie, o de hiena. Al caso viene igual, son ojos de persona mala.
–Tenía entendido que las personas malas robaban bancos. Yo no robé nada.
Zettie suspiró exasperada, iba a ponerse pie pero él le ganó y se acercó a ella.
–Lo decía en broma. Espero que lo que dijiste de mis ojos también haya sido en broma.
–Absolutamente no.
Se sentó junto a Zettie, que se movió unos centímetros para alejarse.
–Tomá. –dijo él, y en la oscuridad distinguió a su taza. Entera.–Esperá que se seque. No es el mejor pegamento que encontré pero…supongo que aguantará.
–Por más que esté arreglada, ya no sirve. Tiene que estar intacta.
–Entonces la rompo de vuelta.
–¡No! –se la quitó de las manos–No la pondré en la colección, pero igual me la quedo.
–Era muy linda. Supongo que aparte de que es antigua y es china, para vos también tiene otro valor, ¿no?
–Sí, más sentimental.
–Perdón. Y perdón por lo de histérica también.
–No te preocupes. Y gracias.



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Después de muuuuucho tiempo, volví!!! Pido disculpas por la tardanza, pero es que NO TENGO TIEMPO NI PARA VIVIR ah porqué se alteraba jajaja. De hecho, son casi las dos de la madrugada, única hora en la que puedo hacerme un espacio y escribir antes de caer dormida sobre el teclado. Espero no tardar tanto para el próximo, sobre todo porque está a medio escribir. 
Antes de irme, les dejo unos dibujitos que nada que ver pero cuando los vi me mori de amor:








Ah que no son tiernos? A mí me encantó.
Bueno, ahora sí me voy, gracias por leer!



sábado, 19 de septiembre de 2015

Revolver - Capitulo 7 "Los piojosos"




–Olvidamos agregar una regla sobre las sustancias…
Chloe asintió, mirando junto con Zettie al extraño humo que salía de debajo de la puerta del cuarto de John.
–¡Abran! –exclamó llamando a la puerta.
Golpeó tres veces más, hasta que de muy mala gana, John abrió.
–Disculpen las altezas.
–Qué altezas ni mierdas. Escuchen una cosa, por mí hagan lo que quieran mientras no nos metan en problemas.
–¿Y quién te está metiendo en problemas, ricura?
–Basta con lo de ricura, John Winston Lennon.
–¿Cómo sabés mi apestoso segundo nombre?
–Porque sé muchas cosas, de todos ustedes.–miró a los otros tres, que se amontonaban detrás de John– Que naciste el 9 de octubre del ’40, tu tía te odia, y que te expulsaron de todas partes porque sos un maldito desastre, como ahora. Y yo también tengo ganas de echarte.
–Mentís.
–Claro que no miento.
–De todos modos erraste en algo, mi tía no me odia, yo la odio a ella.
–Me da igual, ¡basta de cambiarme de conversación!
John soltó una risita, se volvió para mirar a los otros tres, que también se rieron.
–Ay, me cansan. –se quejó Zettie–Si iba a saber que los famosos Beatles eran tan infantiles, me hacía maestra de primaria. Los niños se comportan mejor. Y ya lo dijo Chloe, no nos importa si se fuman hasta el estiércol del caballo de Paul, siempre y cuando no nos metan en problemas. Ustedes parecen amar al inspector ese, Connor, pero son tan inútiles que no se dan cuenta que si él viene y los ve drogados, nos lleva presos, a todos.
–A vos no. –acotó Ringo–Sos princesa.
–Bastarda. La policía está toda loca por apresar drogados y ustedes mismos se ponen, y nos ponen, la soga al cuello. Así que basta.
–Además odiamos a la policía, me da escalofríos de sólo nombrarla. –Chloe se restregó los brazos–Bueno, basta de humo que esto no es el Vaticano. Afuera, hagan algo productivo.
–Parecés mi madre. –se quejó George.
–Pobre tu madre.






Zettie se rascaba la cabeza y negaba. Tachaba algo en un papel, volvía a escribir, y volvía a rascarse.
–¿No? –preguntó Chloe, mirándola con angustia.
–No.
–No, no puede ser.
Ambas se rascaron, tomaron uno o dos papeles, los compararon, y negaron en silencio.
–No. –resopló Zettie.
Chloe se tomó la cabeza, aquello estaba trayéndole demasiados problemas y estaba comenzando a odiar al plan que se habían armado. El dinero robado se iba como agua, los Beatles no aportaban porque no podían, y la policía les decía que no tenía presupuesto.
–Robémosles otra vez. –sugirió Zettie.
–No, sería muy arriesgado ir por ellos otra vez, aparte ahora, viviendo con nosotras…me da cosa, pobrecitos.
–Nos queda el palacio, yo no me olvido de ese plan.
–No, tampoco…y menos con cuatro pares de ojos mirando absolutamente todo lo que hacemos. Si ven algo raro no dudarán en avisar, son un montón de paranoicos. Ayer Paul gritaba como loco diciendo que lo querían matar porque vio a una serpiente, ¿y sabés qué era? Un palito. ¡Un palito! Encima de loco, miope. Ve menos que John me parece.
–¿Y entonces qué hacemos? Queda muy poco y comen mucho.
Chloe fue hasta un mueble, del fondo del último cajón sacó una carpeta de tapas rojas, la abrió y entre un montón de planos y hojas sueltas con indicaciones, sacó una lista. Algunos nombres estaban tachados, otros, para su alegría, todavía no.
–No podemos robar el Maxim’s. Será el restaurant más lujoso, pero es aburrido robar esos lugares, es solo camuflarse y robar el dinero de la caja.
–Y ni siquiera sabemos ni en qué calle queda. Y el dinero que nos queda no nos alcanza para ir a París. Veamos…¿agencia recaudadora de impuestos?
–Pusieron muchos guardias después de que el estúpido de Dimitri quisiera meterse por la claraboya del baño. El idiota quedó trabado ahí.
–Siempre me pareció el ruso más inútil. Bien, hagamos algo como para salir del paso, un camión de caudales y listo.









–Se los dije.
Quizás por primera vez, todos le daban la razón a Ringo. Como él había predicho, la estadía en esa casa sería aburrida. No podían hacer lo que querían y si bien se habían quejado por eso a Brian, no obtuvieron nada porque él parecía disfrutar de que al fin los cuatro estuvieran en raya. De hecho, hasta estaba sorprendido: las jóvenes princesas no estaban resultando catastróficas sino que sabían demostrar mano dura.
–Quiero irme. –dijo John–Prefiero que me agarren los terroristas. ¡Ni siquiera tienen un billar! Un monasterio medieval sería mas entretenido que esto. Y ahora, ni un porro te dejan fumar. Oigan, ¿a ustedes también les pica la cabeza?
–A veces. –dijo George, bostezando–Iré a caminar por ahí, estoy harto de ver sus caras.
Ni lo miraron ni le dijeron nada. Caminó por el parque, arrancó unas flores de Zettie y se las dio al caballo de Paul, y pateó piedritas. Pronto llegó a los garajes de la casa, que tenían tres grandes portones grises, cerrados. Miró a todos lados y empujó uno, que para su suerte estaba abierto. Dentro vio varios coches, una bicicleta, una escalera rota y cosas para acampar. La idea de sacar las cosas para acampar le gustó hasta que, perdida entre todas las cosas, la vio: una Ferrari roja, a medio tapar con una lona, brillaba. Saltó sobre los otros coches hasta que llegó a ella, le quitó la lona y se metió dentro. Tenía la llave puesta y la encendió, pero para su decepción, no pasó nada.









Al igual que George, Zettie también investigaba. Al fin todos estaban lo suficientemente lejos como para oír cómo se escabullía dentro de la habitación de Ringo, y allí estaba, revisando todo como una psicópata. Quería llevarse algo pero no sabía bien qué, todo lo que estaba allí era tocado por él y eso la emocionaba. Abrió el armario y aspiró el aroma que salía de allí. Comenzó a abrir los cajones y una sonrisita de le escapó cuando abrió el de la ropa interior.
–Ahora ya sé qué me llevaré. –canturreó. Metió la mano y enseguida notó algo raro. Apartó la ropa y encontró una caja roja. La abrió, dentro había un reloj de oro como jamás había visto. Lo sacó de la caja con cuidado, era pesado y con la luz brillaba aún más. Miró el anverso, tenía algo grabado.
–John Lennon. –leyó–¿Qué hace un reloj de John en el cajón de la ropa interior de Ringo? Si se lo robó, significa que…¡hasta eso tenemos en común! Pero no parece ser así, y John es muy amigo suyo y….entonces John se lo regaló. Este tipo de regalos no se le hace a un simple amigo…
Un grito desgarrador la espantó tanto que casi se le cae el reloj al suelo. En alguna parte de la casa, Chloe gritaba y por su grito, no estaba pasando nada bueno. Dejó el reloj como estaba dentro del cajón y sólo alcanzó a llevarse una media antes de salir disparada. Al fondo del pasillo vio a Jaime, el jardinero, y le llamó la atención que el jardinero anduviera donde no había plantas, o sea, entre las habitaciones. Lo pasó por alto.
–¿Sabe dónde está Chloe?
–Creo que en ese baño. –sañaló uno y Zettie entró sin siquiera golpear. La encontró frente al espejo, con un peine en la mano.
–¡¿Qué te pasa?!
–¡Me encontré un piojo!









Chloe seguía rascándose mientras Zettie le revisaba el cabello.
–Era enorme.
–No lo dudo, hay muchas liendres. ¡Y yo también tengo!
–Fueron ellos, estoy segura. A saber qué tienen en esos flequillos.
–No tenemos más opción que ponernos vinagre hasta que parezcamos dos ensaladas con patas. Mi madre me echaba eso para matarlos, y mataba a todo aquel que se me acercaba.
–¿Esa es la explicación a porqué no tenés novio?
–¡No es gracioso! Ay, revisame vos a mí, me pica mucho.
–¿Por qué tenés una media en el bolsillo?
–Es de Ringo, ya sabés, para la colección.
–Aún no le quité nada  a John, aunque no sé…Están acá, los vemos y hasta comemos con ellos, ¿por qué sacarles cosas?
–¿Para hacerles magia negra? Esas cosas no me gustan, pero si no queda más remedio…No los veo muy enamorados.
–No seamos tan malas, hay que darles tiempo. Bueno sí, hagamos magia negra.
–Chloe, encontré…
–¿Qué?
–Nada, nada, era una tontería.
Iba a decirle sobre el reloj en el cajón de Ringo, pero no quería agregarle más angustias, demasiado tenia con los piojos.
–¿Cuándo iremos por el camión?
–Mañana. Es viernes y sacan todo el dinero de los supermercados, y esta semana han vendido mucho porque la gente cobró su sueldo. Assshhh, ¡me pica!
Oyeron golpecitos en la puerta, Zettie abrió pensando que sería Dolores, pero vio a George.
–¿Les pasa algo? –preguntó.
–No, sólo hablábamos.
–¿Encerradas en el baño?
–Sí, ¿por qué? Es nuestra sala de reuniones. ¿Qué querés?
–Ehh…bueno….quería preguntarle algo a Chloe. Yo estaba…paseando, sí, paseando. Entré a uno de los garajes y vi la Ferrari.
–¿Te metiste en mi garaje y tocaste mi Ferrari?
–Sólo quería verla…Supe que es tuya porque dice ”Chloe es la mejor” por todas partes.
–Jé, son geniales esos calcos. Si querés te doy uno. ¿Y?
–Veo que la Ferrari no funciona, y yo podría arreglarla.
–¿De verdad? Hace mucho se rompió y nunca pude llevarla al mecánico…-Chloe miró a Zettie, en realidad, jamás la había llevado al taller porque era robada.
–Yo entiendo bastante, creo que el problema está en el alternador. No tengo nada que hacer y me gustaría de alguna forma, pagar lo que como. ¿Puedo arreglarla?
–George…¡sos un amor! Claro que sí, arreglala, te lo agradeceré mucho. En el mismo garaje hay herramientas, podés usar las que quieras.
George se retiró muy contento, rascándose.
–Ese chico sería lo más amoroso del mundo sino me hubiera pegado sus piojos.








La Ferrari relucía bajo el sol y George, bajo el capot, hacía y deshacía, pensado en que si le robaban otra vez, se haría mecánico.
–¿El señorito desea limonada? –preguntó Dolores, ofreciéndole un vaso lleno de refresco.
–¿Señorito? Por favor, no me llames así. –rió–Y gracias, hace mucho calor hoy.
–¿Cree que podrá arreglarla? A la señorita Read le encanta ese coche, y a mí también. Fue una pena cuando no pudo usarla más.
–Supongo que podré. ¿Te gustan los autos?
–Me gustan mucho. También me gustaba el Cadillac que compró la señorita Foster, lástima que lo chocó enseguida.
–¿Zettie tenía un Cadillac y lo chocó?
–Sí, y yo iba también, fue muy divertido. Se hizo pedazos y lo mandó a que lo compactaran. Ahora es un cubo que hay en la sala.
–¿Eso es un auto? Pensé que era una escultura rara…
–Hola George. –saludó Chloe–¿Cómo va eso?
–Mmm…creo que bien. Ayer no pude hacer mucho, pero hoy ya creo que sé qué es lo que tiene.  Es más complicado de lo que creí, pero lo solucionaré. Pff, qué olor a vinagre que hay.
–¿Si? Yo no siento nada…–miró a otro lado–Con Zettie nos vamos.
–¿Adónde?
–A…a…a la peluquería.
–Lleven a Ringo, le gusta eso.
–Esto es cosa de damas.
–Podrías hacerte un flequillo, gracias a nosotros se usa mucho, y te quedaría bien.
–Gracias por tus consejos de moda, George, pero no. En mi opinión, los flequillos juntan piojos. Y ahora me voy, pórtense bien.








Esperaron con mucha paciencia a que el camión amarillo saliera del último supermercado. Como siempre, sólo había un hombre que hacía las veces de guardia y conductor. La ingenuidad al volante.
–Este auto apesta a vinagre y yo sigo rascándome.
–Y con estas pelucas será peor. –Zettie intentaba rascarse metiendo la mano bajo su peluca rubia.
Con lentitud, el camión salió y siguió rumbo a la carretera. No lo perdieron de vista pese al tráfico, y cuando este amainó, comenzaron a actuar.
Chloe aceleró hasta ponerse junto al camión y comenzó a tocar bocina. Zettie bajó el vidrio y el conductor también.
–Oiga amigo, su neumático está roto.
–¿Qué?
–¡Su neumático, el trasero de la derecha, está roto!
De inmediato el conductor bajó la velocidad y estacionó fuera de la ruta. Ellas hicieron lo mismo, detrás de él, y bajaron. El conductor bajó de la cabina, dirigiéndose al neumático que tenía problemas.
–¡Gracias por avisar…!–No pudo seguir, Chloe le apuntaba directo al medio de los ojos.
–Subí al camión. Ya.










–¡Sacamelo, sacamelo, sacameloooo! ¡Sacameloooo!
John corría por todo el parque como un poseso, y por detrás iba Paul, tratando de alcanzarlo.
–¡Si no dejás de correr no podré sacártelo!
–¿Qué pasa? –le preguntó George a Ringo, sacando la cabeza del motor del coche.
–Se encontró un piojo. Creo que todos tenemos, no paro de rascarme. Ellas son las culpables, antes no teníamos y ahora sí. ¿Te imaginás si tienen ladillas?
Soltaron una carcajada y rieron aún más cuando Paul se abalanzó sobre John y lo derribó al suelo.
–¡Acá está! –levantó un dedo, triunfal–Podríamos venderlos, pagarían mucho.
–Dejá de pensar en dinero ¡y salí de arriba mío! Ay, tengo piojos, no le digas a Mimi o me aplicará los métodos que usó en mi infancia.
–Tendríamos que cortarnos el cabello. –dijo Ringo–No sólo el flequillo, todo. Si quieren les corto.
–Oigan, es una buena idea. Nos sacaríamos los bichos y tendríamos nuevo look.
–Pero John, no creo que pelarnos sea la solución.
–Lo decís porque pensás que quedarás feo, Macca. ¡Pero tendrás aún más cara de bebé!
–¿George, qué opinás? ¿George? ¡GEOORRRGE! –gritó Paul al ver que George miraba concentrado algo en el suelo.
–Ay, ¿qué?
–¿Estás jugando con el piojo de John?
–Es rápido, hagamos carrera de piojos.
–George, por una vez en la vida Ringo dijo algo serio e interesante y vos no lo escuchaste porque estás jugando con un piojo. MI piojo. ¿Estás de acuerdo en que nos pelemos?
–Me da igual.
–Tanto para recibir esa respuesta… En fin, ¿Paul?
–Si no queda otra…
–Yo estoy de acuerdo porque lo propuse.
–¡Perfecto! Te ayudo a buscar tijeras. Cuando volvamos de nuestro exilio, el mundo estará sorprendido.








Chloe tocó bocina y el camión se detuvo. De él bajaron el conductor  y Zettie, que lo tenía apuntado con su pistola. Chloe bajó del auto y verificó que no hubiera nadie en los alrededores. Efectivamente, estaban lejos de todo.
–Abrí. –ordenó Zettie. El conductor sacó de su bolsillo un manojo de llaves y abrió las puertas traseras del camión. Había muchas bolsas plásticas negras, abrió un par para que vieran que tenían dinero.
–Bien, te llevarás una. –Chloe le lanzó una de las bolsas, el conductor la miró desconcertado–¿No estás cansado de llevar y traer dinero todos los días para que a fin de mes te paguen un sueldo miserable?
–Gra…gracias…
–Fuera, llevate esto y andate. Y ojo, ni una palabra. Tenemos tus documentos, sabemos muy bien dónde vivís.
El conductor asintió varias veces y salió disparado hacia cualquier parte, tropezándose pero sin soltar la bolsa. Cuando lo vieron lejos, bajaron el dinero y lo metieron dentro del auto.
–No parece mucho, pero es suficiente. –Zettie cerró el baúl del auto y se quitó la peluca. La tiró dentro del camión junto con la de Cloe y comenzó a rociarlo con combustible con un bidón.
–¿Lo vas a quemar?
–Siempre quise quemar un camión. Y además, creo que dejamos muchas huellas, el fuego mata todo, hasta los piojos que tendrán las pelucas.
Hizo un caminito de combustible y una vez subidas al auto, lanzó una cerrilla. El caminito se encendió al instante y corrió hacia el camión en menos de un segundo. Cuando se fueron, el camión era un montón de llamas y humo negro a punto de explotar.






Dolores no sabía si reírse o llorar. Nunca había sido muy fanática de la banda, pero le gustaba cómo eran, les parecían lindos. Ahora lo que veían sus ojos eran cuatro cabezas peladas.
–No nos queda muy bien, ¿no? –preguntó Paul.
–¿Tengo que ser sincera?
–Por piedad.
–Pues…no.
Resoplaron. Era un buen cambio de  estilo y tampoco tenían más piojos, pero parecían cuatro niños de orfanato.
–Es un maldito horror. Ringo parece una nariz gigante.
–¡Basta! Reconozco que me equivoqué, nos queda muy espantoso, pero el pelo crece. Y además nadie nos ve, ninguna fan se suicidará ni la prensa se reirá.
–Yo no me veo tan mal. –George se miraba una y otra vez al espejo, levantaba las cejas, lo único peludo que había quedado en su cabeza–Siempre quise verme pelado o con permanente.
–Una permanente te quedaría horrible.
–Tendré en cuenta tu consejo, Paul. Lo bueno es que ya no nos rascamos. Y ahora, seguiré con la Ferrari, mientras Ringo me cortaba se me ocurrió una idea.
Como no tenían nada más que hacer, salvo juntar el pelo para mandárselo a las fans que pedían siempre, lo siguieron. Afuera el día todavía estaba soleado y hacía brillar sus cabezas, cosa que les causaba más risa.
John salió del garaje de la Ferrari con algo en la mano.
–Juguemos con algo –dijo haciendo una sonrisita–Frisbee.
Mostró el objeto redondo y rojo y enseguida lo lanzó. Era bueno, y aunque el juego no era lo más genial del mundo, podían entretenerse.
–¿Qué dirán las princesas cuando nos vean así? –dijo Paul al lanzar el frisbee.
–Yo qué sé, tampoco me importa. –contestó John.
–¿Seguro? –Ringo le arrojó el frisbee a la cara, con Paul rieron.
–Sí, ¿por qué? ¿De qué se ríen, par de tarados?
–Para mí que te preocupa lo que digan, especialmente una.
–Paul ya está flasheando novela romántica. Por favor, no estorbes, es mi turno y te romperé tu pelada frente con el frisbee.
–¡A John le gusta Chloe! –exclamó Paul–Te conozo bien, te ponés violento cuando de verdad te gusta alguien.
–Estás loco McCartney, ¿ahora sos psicólogo o qué? Aparte, ¿por qué tiene que ser Chloe?
–No sé. –Paul se encogió de hombros–Ayer ella gritaba porque se encontró un piojo y vos hiciste el mismo escándalo. Son cosas en común.
Escucharon la risa de George desde el auto.
–John, aprovechá, vas a ser miembro de la nobleza. Lord John Lennon.
Todos se rieron menos John, que lanzó el frisbee a cualquier parte, aterrizando en una ventana. Y rompiendo el vidrio, que cortó hasta las risas. El estruendo fue terrible.
–Oh…oh…
–¡Mierda, lo que faltaba! ¡Ahora nos encerrarán en el sótano!
–¿Nos? ¡Si lo rompiste vos!
–¡Pero estábamos jugando todos, Richard Starkey!
–¿Perdón? Yo sólo arreglo este auto, si ustedes son tres niños, no es mi culpa.
–Vamos a ver, quizás no se rompió tanto. –Paul caminó, lleno de esperanza, pero encontró todo el vidrio destrozado. Suspiró y miró dentro. Era una habitación que ni sabían que existía en esa casa.
–¿Se rompió todo, no? –John se asomó.
–Sí…Y es el de una habitación. Hay cosas…
Sin dejarlo terminar, George sacó los trozos de vidrio que quedaban adheridos al marco de la ventana y se asomó mejor.
–Es…como un museo. –sin decir nada más, saltó y entró cayendo sobre todos los vidrios esparcidos. Lo siguieron los demás.
–¿Pero qué mierda…? ¡Es como un museo de nosotros!
Allí había pósters, discos, fotos, calendarios, libros, y miles de cosas más, todas con sus caras.
–No sabía que eran tan fanáticas. –dijo Ringo–Un momento, ¿desde cuándo vienen jabones con nuestra cara?
Paul miró el jabón que Ringo sostenía.
–Podrían usarlo para sacarse los piojos.
–Esto me da miedo. O sea, están completamente obsesionadas, no pueden tener tantas cosas.
–John, todas la chicas tienen de todo. Por eso sus padres nos odian.
–Ah no…esto me da miedo a mí.
Todos se giraron a ver a Ringo, que sostenía una media verde en su mano.
–¿Qué pasa con esa media?
–¿Qué pasa? ¡Que es mía!
Lanzaron una carcajada, a la vez que agarraban la media y la olían y la arrojaban al otro extremo de la habitación.
–¿Cuál de las dos habrá sido?
–No me importa cuál de las dos fue, lo que me importa es que se metieron en mi habitación,  abrieron mi cajón, y quién sabe cuántas cosas más.
–De John no hay nada tan íntimo. Lo siento, Chloe no te quiere. –Paul le sacó la lengua.
–Callate idiota. Salgamos de acá, si llegan y nos ven pelados, con un vidrio roto y metidos en su colección personal de cosas, nos desollarán.
–No tan rápido. –George levantó una mano, con la que sostenía papeles.
–¿Qué es eso?
–Es lo que quiero saber. Pero miren, son de un banco.
–¿Papeles de un banco? A lo mejor son de un banco de ellas, y no tiene nada que ver con su colección.
–Sólo dicen cosas  que no entiendo y hay muchos números, y…–George calló, se tapó la boca.
–¿Qué? –dijo Ringo.
–Son papeles del banco donde teníamos el dinero que nos robaron.
–Qué casualidad, tienen nuestro mismo banco.
–No es ninguna casualidad, está el nombre de Brian aquí. –señaló.
Se miraron, desparramaron los papeles con desesperación, efectivamente, eran todos papeles del mismo banco. Arreglado y pegado con prolijidad, Ringo encontró una hoja con sus firmas. Parecía haberse roto al medio y tenía signos de maltrato.
–Son nuestras firmas, cuando depositamos el dinero. Estos papeles estaban junto con el dinero, el gerente del banco dijo que habían robado todo, con documentos incluidos.
–Entonces…de alguna forma los consiguieron…
–Paul, ¿dos princesas van a ser amigas de ladrones de bancos?
–Pues…no. A menos que no sean princesas. Y a menos que ellas mismas sean las ladronas.






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El que no se rascó la cabeza leyendo esto, es porque no tiene sensibilidad.
¿Cómo están? Después de un tiempo volví, como ven, las cosas se están complicando un poquito, espero volver pronto para mostrales cómo sigue esto.
Gracias por leer!





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