Llegaron al estudio, bajaron de sus coches, y se miraron. Poco les importó que las fans estuvieran rodeándolos, lo que querían era asegurarse que los cuatro habían visto lo mismo. No precisaron palabras, sólo asintieron y entraron.
–Llamá ya, pero
ya, a Brian. –le ordenó John a Paul. Él le obedeció sin chistar, sabía que John
tenía razón, había que informar enseguida sobre lo que habían visto.
–¡Lo logramos!
Sooomos genias somos genias somos geniaaaas –cantó Chloe mientras conducía.
–Pobrecitos, sus
caritas de susto…Pero bien dicen que el fin justifica los medios.
–Además en unos
días olvidarán el trauma, supongo que no serán tan gallinas de estar muertos de
miedo por lo que hicimos, ¿no?
–No, para nada, son
valientes, estoy segura.
Chloe dobló
rápidamente y entró por al camino de la casa, hasta meter el coche dentro de
uno de los garages, pensando en que debía deshacerse pronto de ese auto y del
auto que habían usado para robar el banco. De pronto, tuvo una gran idea.
–¿De qué te reís
tanto? –John le arrebató el auricular a Paul. Estaba indignado, Brian sólo se
reía de lo que les había sucedido.
–Están paranoicos,
seguro eran un par de fans.
–Las fans no
hacen eso. –replicó, más serio que nunca–Las fans se nos tiran encima, lloran,
se arrastran, gritan, se arrancan los pelos. No pasan con un auto delante nuestro
disfrazadas del KKK y nos miran amenazantes.
–Sería una
simple broma. ¿Desde cuándo son tan gallinas? La gente se enterará y comenzará
a gastarles bromas porque sabrán que se asustan con cualquier cosa.
John colgó con
un golpe.
–¿Y? –preguntó
Paul.
–Nos dijo
gallinas.
Sobre la mesa
quedaban muchos platos vacíos y dos botellas de vodka: una para Dimitri, y otra
para las chicas.
–Oigan, ¿por qué
yo sólo tomo de aquella botella y ustedes
de otra? No le habrán puesto veneno, ¿no? –preguntó con voz errática.
–Ay, ¿cómo creés
eso? –sonrió Chloe–Seríamos incapaces. Es que tu vodka es muy fuerte para nosotras.
Miró a Zettie,
esta sonrió y le dio un trago a su “vodka”. En realidad, la botella de ellas
sólo tenía agua, a ambas les gustaba tomar, pero esa noche querían tener
alertas a todos sus sentidos y sabían que un poco de alcohol las descontrolaría.
–Les pasa por
ser mujeres. El triste sexo débil, no aguantan ni un sorbo de vodka. –Dimitri
se tomó de un saque otra copita y la apoyó con un golpe sobre la mesa–Dame más
Zettie, dejá de mirarme con esos ojos de pescado.
Se puso de pie,
pero Chloe le hizo un gesto para que se calmara. Sin decir nada, llenó otra vez
la copita de Dimitri, que nuevamente se la empinó tragándose todo.
–Ahh…este es el
mejor vodka del mundo, directo de la estepa rusa. ¿Alguna vez fueron a Rusia? Deberían
ir, es…
–Dimitri tenés
que hacernos un favor. –Chloe lo interrumpió, estaba harta de escucharlo.
–Cualquier favor
les haría a dos muñecas como ustedes. No son como las rusas, que son bien
rubias y altas, y pechugonas, pero no están mal. ¿A quién mato?
–A nadie, sólo
debes hacer una llamada.
–¿Llamada? Si es
a los Estados Unidos la haré con gusto, les diré que llegaremos antes a la
Luna, que haré volar su estúpido país, y que todo el mundo será ruso.
–No es a los Estados
Unidos, es aquí, a Londres.
–Vaya, qué desilusión.
Llamada de corta de distancia, pues. –soltó una risita y se sirvió más.
Zettie agarró el
teléfono que estaba sobre un mueble cercano y lo puso delante de él con un golpe
tan fuerte que le arrancó un pequeño “ring”.
–Es una llamada
importante. Dirás esto.
Dimitri agarró el
papel que Zettie le tendía. No podía distinguir bien las letras así que comenzó
a reírse.
–Si va a estar
riéndose se darán cuenta que está borracho y creerán que es una broma. Así no
podemos.
Chloe sólo asintió,
comprendía bien la preocupación de su amiga. Vio a Dimitri, que seguía riéndose
de vaya a saberse qué, hasta que escuchó un “click” que conocía muy bien.
Levantó apenas la vista, vio a Chloe con un arma apuntando directo a su frente.
–Dejá de hacerte
el idiota o esta noche dormís en el Támesis.
–E…es…está bien.
–parecía que la borrachera se le había pasado en un instante–¿Qué hago?
Con un
movimiento de cabeza, Chloe le señaló el papel que había dejado en la mesa.
Zettie marcó el número y le pasó el auricular a Dimitri.
–¿Podrías…bajar
el arma? –suplicó.
Sin decir nada,
Chloe se la calzó en la cintura. Dimitri temblaba con el auricular en la mano,
no distinguía bien las letras porque tampoco sabía leer bien, pero sabía que
cualquier error le costaría caro. Lamentó estar tan mareado como para ni
siquiera poder sacar su propia arma.
El tono sonó
varias veces hasta que al fin alguien contestó al otro lado.
–¿Señor Epstein?
–leyó Dimitri–¿Brian Epstein?
–Sí, soy yo.
–Quería decirle
que nos gusta mucho su banda, esos cuatro chicos. De hecho, nos gusta tanto que
los mataremos a todos.
Dimitri tembló
una vez más al leer eso. Se hizo un silencio, Chloe y Zettie pegaron más sus orejas
al auricular. Se oyó una fuerte respiración.
–¿Quiénes son?
–Personas que ya
no quieren oir más a esos cuatro herejes. Que no se cuiden mucho, no servirá de
nada.
Dimitri vio que
ya no había nada más escrito en el papel y colgó.
–¿Quiénes son
los cuatro herejes?
–Nadie. –sonrió
Zettie, sirviéndole más–Lo hiciste muy bien.
–¿Y qué gano yo
con esto?
–El vodka que te
estás tomando, que bastante caro salió. ¿Acaso no sabés hacer un favor?
–No. Quiero algo
a cambio.
–Te daré un auto.
Es un Porsche amarillo, lo conocés.
Zettie la miró
sin comprender. Chloe se acercó a ella, y le susurró.
–Es la única
forma de sacarme ese auto de encima, si lo vendo nos pueden descubrir. Y si
buscan el auto, encontrarán a Dimitri.
–Pero él puede
decir que vos se lo regalaste.
–Por
favor…¿quién le creería a un ruso indocumentado que quiere volar los Estados Unidos?
Se volvieron a
mirar a Dimitri, que tomaba y hablaba sobre lo que haría con el auto amarillo.
Sonrieron.
–¿Y ahora quién
es la gallina?
Todos hubieran
reído pero estaban demasiado preocupados.
–No es chiste, John.
Aunque sin embargo, sigo creyendo que puede ser una broma de muy mal gusto.
-Ah claro, que
nos quieran matar a los cuatro ahora es una broma.–dijo George–Es una amenaza
bien clara, lo que pasa es que no la querés ver.
–De todos modos,
¿por qué nos querrían matar? –preguntó Ringo–Cualquier haría volar a los Estados
Unidos, no a los Beatles.
–Porque somos herejes
y tenemos hartos a un grupo de gente con nuestra música-respondió Paul–Pero…¿ven?
Eso es lo raro, ¿sólo porque están cansados de nosotros nos matarían? No creo que
haya gente tan loca.
–¿Ah, no? Pues
la hay, y para que nos callemos nos tienen que matar.
Brian asintió apagando
su cigarrillo en el cenicero.
–Tanto Paul como
George tienen razón. Parece una reacción desmedida, pero hay gente así.
Esperaremos, si no hay más amenazas,
todo habrá sido una broma. Tengan paciencia, no desesperen.
Chloe despertó,
era tarde pero aún tenía sueño. Sin embargo, la aspiradora de Dolores andaba
cerca y ella odiaba a esa aspiradora, ¿no podía limpiar en otro momento? ¿No
existían las aspiradoras ultrasónicas? Dio vueltas en la cama, pero ya no pudo
volver a dormir. Miró la hora, eran más de las once de la mañana. De suerte acertó a
encontrar sus pantuflas y se puso de pie, rascándose la cabeza. Salió al
pasillo, la aspiradora dejó de funcionar. La maldijo, fue caminando hasta la
habitación de Zettie pero sólo encontró
el revoltijo habitual, no había ni rastros
de la chica. Se llevó por delante una mesita.
–¡Ayyy, puta
mesa! ¡Te incendiaré y compraré otra!
Bajó hasta la cocina
rengueando, llamando a Zettie, y pensando que ese día ya había comenzado muy
mal. Por ningún lado había nadie. Cuando llegó a la sala, se encontró con Dimitri
tirado sobre la mesa.
–¿Pero qué hace
éste acá? ¡Zettie te dije que lo metieras en un taxi y que lo mandaras a la
casa! ¡Zettie!
–Señorita…
Sobresaltada se
dio vuelta, vio a Dolores y su aspiradora maléfica.
–Ah, Dolores, disculpá
esto. –señaló a Dimitri.
–Lo quise despertar
pero habla raro, no sé qué dijo y se durmió otra vez. Aunque parece desmayado.
–No te
preocupes, es…un amigo. Lo llevaré a su casa, ¿viste a Zettie?
–Salió temprano.
Se encogió de
hombros y como pudo levantó a Dimitri.
No hacía ni
cinco minutos que había vuelto a su casa después de llevar a Dimitri a la suya, cuando vio que un auto
rosa entraba lentamente por el camino de piedritas de la casa, estacionaba
frente a la puerta, y de él bajaba un muchacho y Zettie. El muchacho le dio
unas llaves a Zettie, y se fue caminando.
–¿Se puede saber
qué es esto?
–Buen día Chloe,
te presento a…¡mi auto!
–¿Tu qué?
–¡Mi auto! El
último Cadillac recién salido de fábrica, mirá, sentí qué olor a nuevo.
–¿Para qué
querés un auto sino sabés conducir?
–¿Acaso la única
que puede tener siete, sí, siete autos, sos vos? ¿Por qué no puedo tener uno yo?
–¡Porque no
sabés conducir!
–Ay me da igual,
tendré chofer. Miralo, ¡es rosa!
–Ya veo que es rosa…Ey,
no está nada mal…-abrió una de las portezuelas y comenzó a mirarlo por
dentro–Está espectacular. Bien, te felicito. Pero lo usarás sólo cuando tomes clases
y sepas bien.
–Sí, sí, lo que
digas. –respondió lanzando las llaves al
aire y volviéndolas a agarrar.
–Tenemos que hablar
del ruso.
–A ese hay que
matarlo.
–¡No! ¿Cómo se
te ocurre?
–A la larga va a
hablar, contará todo, nos hundirá. Anoche tendrías que haberlo matado,
estuviste ahí nomás de hacerlo. Total, un ruso más, un ruso menos...
–No, no, no dirá
nada, esta tarde le llevaré el auto, si habla nadie le creerá. Ah, y te dije
que lo mandaras a su casa, no que lo dejaras
dormir toda la noche en nuestra sala.
–Tenía sueño, me
olvidé de él.
–Pero tuve que
llevarlo yo, ¡casi vomitó en mi Ferrari! ¿Te das cuenta si hacía eso? Ahí sí
que lo mataba sin pestañear, por suerte me lo saqué de encima tirándolo desde
el auto en movimiento. Se golpeó un poco pero le sirvió para que se despertara.
Y vos, paseándote en un Cadillac nuevo con un muchacho.
–Lo hubieras
visto, es el de la concesionaria, le pedí su número de teléfono.
–No es momento
para andar levantando hombres. Estamos en algo delicado, tenemos que cuidarnos
de todo.
–¿Nuestro plan
habrá funcionado?
–No losé…Es algo
que no lo veremos en la prensa, nadie se atrevería a publicar un titular que
diga “The Beatles amenazados por grupo terrorista” Se desataría una paranoia
colectiva. Anoche Dimitri lo hizo muy bien, a cualquiera asustaría mucho una
llamada así, pero la policía es más dura de convencer…
–Habrá que meter
más presión entonces. ¿Qué tal si secuestramos
a alguno?
–No, no,
secuestro no, eso sería lo último. Otra aparición como la del otro día podría funcionar. Iré yo sola esta vez, para
que se desconcierten.
–¿Y si te pasa
algo?
–No pasará nada,
¿qué puede hacerme John Lennon?
–Dolores, ¿te
gusta mi auto? –Zettie no dejaba de pasearse alrededor del Cadillac. No tenía
nada que hacer, Chloe estaba asustando a Lennon y ella ya se había aburrido de
contar billetes.
–Claro que me
gusta, ¡adoro el rosa!
–Lo mandé a
pintar así, ¿no es genial? Mirá, entrá. –abrió las puertas, Dolores se metió adentro.
–Nunca estuve en
un auto así…
–¿Qué te parece
si vamos a dar una vuelta?
–Pero…¿usted
sabe conducir?
–¡Pfff por favor! La duda me ofende, claro que sé.
–Si es así,
¡acepto!
Llevaba casi una
hora esperando y durmiéndose dentro de su auto. Puso la radio y comenzó a tararear
algunas de las canciones que sabía, pero el sueño la vencía. Recordó a la
aspiradora endemoniada, cuando volviera la pondría en la basura.
De pronto lo vio
salir y caminar por el parque de su casa.
–John, por
Dios…qué lindo sos. ¿Y si me quito esta ropa del cura y me acerco en son de paz?
No Read, calma, tu papel es el de un kukuxklanero.
Puso su mejor
cara de amenaza, pero John no reparó en ella.
–Cierto que es
miope, ¿cómo va a ver a un auto y a alguien que está dentro de él? Iré más
cerca, el movimiento le resultará sospechoso.
Puso en marcha
el auto, avanzó unos metros y se detuvo.
John la vio, pero no estaba segura de que la haya visto bien.
–John, yo
lamento esto, la verdad…
Puso atención en
todos sus movimientos, sacó los binoculares que tenía en la guantera para verlo
mejor. Vio que John entraba a su coche y
salía lentamente de su casa. Al fin la vio, y ella se enterneció con su cara de
susto. Lo siguió unas cuantas calles hasta que dobló y volvió a su casa. El deber
ya estaba cumplido.
Sin embargo, al
llegar, vio humo. Le extrañó, eso no era para nada normal. Entró por el camino
que atravesaba el parque y vio el desastre.
–¡Zettie! –gritó
al salir precipitadamente de su auto.
–Hola…-la chica
la saludó con timidez–Choqué.
–¡Ya veo que
chocaste! –vio al flamante Cadillac estampado y echando humo contra uno de los
árboles del parque.
–Lo mandaré a
arreglar…
–¿Arreglar?
¡Está hecho pedazos! ¡Estás loca, te dije que tenías que tomar clases!
–Pero lo hizo
muy bien, paseamos por el centro y no pasó nada. –Dolores se acercó, sonriendo–El
problema fue cuando entramos.
–Doblé para el
otro lado y en vez de frenar, aceleré. Ay no hay problema, compraré otro.
–Un momento, un
momento. ¿Saliste al centro? ¿Y con Dolores?
–Ehh…sí.
–¡Loca! Mirá si
chocabas a alguien o si le pasaba algo a ella, iba a venir el Sindicato de Sirvientas
y nos dejaría más pobres que nunca. Tendría que echarte de la casa, pero no lo hago
porque la mitad es tuya.
–Perfecto, en
una mitad vivís vos, y en la otra yo. Y se acabaron los negocios.
–Ey, ey, ey, no
te es para tanto. ¿De qué vamos a vivir? Zettie sos muy buena para rob…digo, para
los negocios, pero sos un desastre al
volante. –le sonrió a Dolores, que las miraba extrañada.
–¿Qué negocios
hacen?
–Nada, vos
ocupate de la aspiradora, la tiraremos y compraremos otra.
–Señorita Chloe…¿Por
qué está vestida así?
Se dio cuenta
que aun tenía puesta la ropa del cura.
–Fui a…a una
fiesta de disfraces.
–¡Basta, esto es
demasiado!
John entró agitado
a la oficina de Brian, que lo miró desconcertado y luego miró al Inspector de
la policía.
–¿Qué te pasa? ¿Por
qué entrás así?
–Mirá Brian, vos
dirás que todo es una broma, pero no es así. Había uno de esos de blanco, en la
puerta de mi casa. Me siguió.
–Ya no lo tomo
como una broma, por eso estaba charlando con el Inspector Connor. ¿Estás seguro
que era como los que los siguieron la otra vez?
–Sí, era igual,
pero en otro auto. –se sentó en una silla y le quitó de la mano al Inspector su
vaso de agua.
–¿Era un hombre?
–preguntó éste, mirando a su vaso–¿O era una chica?
–No, no,
reconocería a una chica en cualquier parte.
–Les avisaré a los
demás, para que estén atentos. –Brian levantó el tubo del teléfono–¿Qué haremos,
Inspector?
–Hay que actuar
rápido, la prioridad es que estén bien protegidos. Sé que es muy importante para
ustedes que esto no se sepa, y ponerles una guardia policial no sería discreto,
muchos se darían cuenta que algo pasa. Lo ideal sería que se retiraran por un
corto periodo de tiempo.
–¿Vacaciones?
Eso no estaría mal.
–No me refiero a
vacaciones, señor Lennon. Esta gente tiene contactos en todo el mundo, en
cualquier parte a la que vayan estarán vigilados por ellos, y eso requeriría
más policía detrás de ustedes. Tendrían que quedarse en Londres, cerca de nosotros,
pero a la vez cuidados por gente más especializada, gente que cuide a
personalidades importantes. Deberían quedarse con esas personalidades, no habría
sospechas, estarían cuidados…
–¿Y quiénes
podrían ser esas personalidades? Sé que nadie se negaría a tener a The Beatles
bajo protección, pero creo que deberían ser personas que no tengan problemas ni
conflictos, para que no afecte a la carrera de los chicos.
–Tiene que ser
gente que no sea conocida, lo importante es que nada llame la atención, los periodistas
son muy listos.
Brian colgó,
todo lo que el Inspector Connor decía era extraño pero parecía una buena
solución, sólo faltaba que sus chicos quisieran pasar una temporada con gente
como la que Connor proponía.
–Hay dos
chicas….-continuó el Inspector–Son bastardas de la reina, por lo tanto tienen
la mejor seguridad, y nadie las conoce.
–¿La reina tiene
bastardas? –John rió pero de inmediato se puso serio–Perdón pero suena
increíble…
–Las tiene, sí.
Las conocí en una fiesta...Son educadas, gentiles, tienen mucha clase. Hablaré
con ellas cuanto antes, me parecen la mejor solución.
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Volví después de más de un mes, pero volvi! Espero que les guste este capitulo bien loco, les aviso que seguirán más locuras!
Saludos!