sábado, 19 de septiembre de 2015

Revolver - Capitulo 7 "Los piojosos"




–Olvidamos agregar una regla sobre las sustancias…
Chloe asintió, mirando junto con Zettie al extraño humo que salía de debajo de la puerta del cuarto de John.
–¡Abran! –exclamó llamando a la puerta.
Golpeó tres veces más, hasta que de muy mala gana, John abrió.
–Disculpen las altezas.
–Qué altezas ni mierdas. Escuchen una cosa, por mí hagan lo que quieran mientras no nos metan en problemas.
–¿Y quién te está metiendo en problemas, ricura?
–Basta con lo de ricura, John Winston Lennon.
–¿Cómo sabés mi apestoso segundo nombre?
–Porque sé muchas cosas, de todos ustedes.–miró a los otros tres, que se amontonaban detrás de John– Que naciste el 9 de octubre del ’40, tu tía te odia, y que te expulsaron de todas partes porque sos un maldito desastre, como ahora. Y yo también tengo ganas de echarte.
–Mentís.
–Claro que no miento.
–De todos modos erraste en algo, mi tía no me odia, yo la odio a ella.
–Me da igual, ¡basta de cambiarme de conversación!
John soltó una risita, se volvió para mirar a los otros tres, que también se rieron.
–Ay, me cansan. –se quejó Zettie–Si iba a saber que los famosos Beatles eran tan infantiles, me hacía maestra de primaria. Los niños se comportan mejor. Y ya lo dijo Chloe, no nos importa si se fuman hasta el estiércol del caballo de Paul, siempre y cuando no nos metan en problemas. Ustedes parecen amar al inspector ese, Connor, pero son tan inútiles que no se dan cuenta que si él viene y los ve drogados, nos lleva presos, a todos.
–A vos no. –acotó Ringo–Sos princesa.
–Bastarda. La policía está toda loca por apresar drogados y ustedes mismos se ponen, y nos ponen, la soga al cuello. Así que basta.
–Además odiamos a la policía, me da escalofríos de sólo nombrarla. –Chloe se restregó los brazos–Bueno, basta de humo que esto no es el Vaticano. Afuera, hagan algo productivo.
–Parecés mi madre. –se quejó George.
–Pobre tu madre.






Zettie se rascaba la cabeza y negaba. Tachaba algo en un papel, volvía a escribir, y volvía a rascarse.
–¿No? –preguntó Chloe, mirándola con angustia.
–No.
–No, no puede ser.
Ambas se rascaron, tomaron uno o dos papeles, los compararon, y negaron en silencio.
–No. –resopló Zettie.
Chloe se tomó la cabeza, aquello estaba trayéndole demasiados problemas y estaba comenzando a odiar al plan que se habían armado. El dinero robado se iba como agua, los Beatles no aportaban porque no podían, y la policía les decía que no tenía presupuesto.
–Robémosles otra vez. –sugirió Zettie.
–No, sería muy arriesgado ir por ellos otra vez, aparte ahora, viviendo con nosotras…me da cosa, pobrecitos.
–Nos queda el palacio, yo no me olvido de ese plan.
–No, tampoco…y menos con cuatro pares de ojos mirando absolutamente todo lo que hacemos. Si ven algo raro no dudarán en avisar, son un montón de paranoicos. Ayer Paul gritaba como loco diciendo que lo querían matar porque vio a una serpiente, ¿y sabés qué era? Un palito. ¡Un palito! Encima de loco, miope. Ve menos que John me parece.
–¿Y entonces qué hacemos? Queda muy poco y comen mucho.
Chloe fue hasta un mueble, del fondo del último cajón sacó una carpeta de tapas rojas, la abrió y entre un montón de planos y hojas sueltas con indicaciones, sacó una lista. Algunos nombres estaban tachados, otros, para su alegría, todavía no.
–No podemos robar el Maxim’s. Será el restaurant más lujoso, pero es aburrido robar esos lugares, es solo camuflarse y robar el dinero de la caja.
–Y ni siquiera sabemos ni en qué calle queda. Y el dinero que nos queda no nos alcanza para ir a París. Veamos…¿agencia recaudadora de impuestos?
–Pusieron muchos guardias después de que el estúpido de Dimitri quisiera meterse por la claraboya del baño. El idiota quedó trabado ahí.
–Siempre me pareció el ruso más inútil. Bien, hagamos algo como para salir del paso, un camión de caudales y listo.









–Se los dije.
Quizás por primera vez, todos le daban la razón a Ringo. Como él había predicho, la estadía en esa casa sería aburrida. No podían hacer lo que querían y si bien se habían quejado por eso a Brian, no obtuvieron nada porque él parecía disfrutar de que al fin los cuatro estuvieran en raya. De hecho, hasta estaba sorprendido: las jóvenes princesas no estaban resultando catastróficas sino que sabían demostrar mano dura.
–Quiero irme. –dijo John–Prefiero que me agarren los terroristas. ¡Ni siquiera tienen un billar! Un monasterio medieval sería mas entretenido que esto. Y ahora, ni un porro te dejan fumar. Oigan, ¿a ustedes también les pica la cabeza?
–A veces. –dijo George, bostezando–Iré a caminar por ahí, estoy harto de ver sus caras.
Ni lo miraron ni le dijeron nada. Caminó por el parque, arrancó unas flores de Zettie y se las dio al caballo de Paul, y pateó piedritas. Pronto llegó a los garajes de la casa, que tenían tres grandes portones grises, cerrados. Miró a todos lados y empujó uno, que para su suerte estaba abierto. Dentro vio varios coches, una bicicleta, una escalera rota y cosas para acampar. La idea de sacar las cosas para acampar le gustó hasta que, perdida entre todas las cosas, la vio: una Ferrari roja, a medio tapar con una lona, brillaba. Saltó sobre los otros coches hasta que llegó a ella, le quitó la lona y se metió dentro. Tenía la llave puesta y la encendió, pero para su decepción, no pasó nada.









Al igual que George, Zettie también investigaba. Al fin todos estaban lo suficientemente lejos como para oír cómo se escabullía dentro de la habitación de Ringo, y allí estaba, revisando todo como una psicópata. Quería llevarse algo pero no sabía bien qué, todo lo que estaba allí era tocado por él y eso la emocionaba. Abrió el armario y aspiró el aroma que salía de allí. Comenzó a abrir los cajones y una sonrisita de le escapó cuando abrió el de la ropa interior.
–Ahora ya sé qué me llevaré. –canturreó. Metió la mano y enseguida notó algo raro. Apartó la ropa y encontró una caja roja. La abrió, dentro había un reloj de oro como jamás había visto. Lo sacó de la caja con cuidado, era pesado y con la luz brillaba aún más. Miró el anverso, tenía algo grabado.
–John Lennon. –leyó–¿Qué hace un reloj de John en el cajón de la ropa interior de Ringo? Si se lo robó, significa que…¡hasta eso tenemos en común! Pero no parece ser así, y John es muy amigo suyo y….entonces John se lo regaló. Este tipo de regalos no se le hace a un simple amigo…
Un grito desgarrador la espantó tanto que casi se le cae el reloj al suelo. En alguna parte de la casa, Chloe gritaba y por su grito, no estaba pasando nada bueno. Dejó el reloj como estaba dentro del cajón y sólo alcanzó a llevarse una media antes de salir disparada. Al fondo del pasillo vio a Jaime, el jardinero, y le llamó la atención que el jardinero anduviera donde no había plantas, o sea, entre las habitaciones. Lo pasó por alto.
–¿Sabe dónde está Chloe?
–Creo que en ese baño. –sañaló uno y Zettie entró sin siquiera golpear. La encontró frente al espejo, con un peine en la mano.
–¡¿Qué te pasa?!
–¡Me encontré un piojo!









Chloe seguía rascándose mientras Zettie le revisaba el cabello.
–Era enorme.
–No lo dudo, hay muchas liendres. ¡Y yo también tengo!
–Fueron ellos, estoy segura. A saber qué tienen en esos flequillos.
–No tenemos más opción que ponernos vinagre hasta que parezcamos dos ensaladas con patas. Mi madre me echaba eso para matarlos, y mataba a todo aquel que se me acercaba.
–¿Esa es la explicación a porqué no tenés novio?
–¡No es gracioso! Ay, revisame vos a mí, me pica mucho.
–¿Por qué tenés una media en el bolsillo?
–Es de Ringo, ya sabés, para la colección.
–Aún no le quité nada  a John, aunque no sé…Están acá, los vemos y hasta comemos con ellos, ¿por qué sacarles cosas?
–¿Para hacerles magia negra? Esas cosas no me gustan, pero si no queda más remedio…No los veo muy enamorados.
–No seamos tan malas, hay que darles tiempo. Bueno sí, hagamos magia negra.
–Chloe, encontré…
–¿Qué?
–Nada, nada, era una tontería.
Iba a decirle sobre el reloj en el cajón de Ringo, pero no quería agregarle más angustias, demasiado tenia con los piojos.
–¿Cuándo iremos por el camión?
–Mañana. Es viernes y sacan todo el dinero de los supermercados, y esta semana han vendido mucho porque la gente cobró su sueldo. Assshhh, ¡me pica!
Oyeron golpecitos en la puerta, Zettie abrió pensando que sería Dolores, pero vio a George.
–¿Les pasa algo? –preguntó.
–No, sólo hablábamos.
–¿Encerradas en el baño?
–Sí, ¿por qué? Es nuestra sala de reuniones. ¿Qué querés?
–Ehh…bueno….quería preguntarle algo a Chloe. Yo estaba…paseando, sí, paseando. Entré a uno de los garajes y vi la Ferrari.
–¿Te metiste en mi garaje y tocaste mi Ferrari?
–Sólo quería verla…Supe que es tuya porque dice ”Chloe es la mejor” por todas partes.
–Jé, son geniales esos calcos. Si querés te doy uno. ¿Y?
–Veo que la Ferrari no funciona, y yo podría arreglarla.
–¿De verdad? Hace mucho se rompió y nunca pude llevarla al mecánico…-Chloe miró a Zettie, en realidad, jamás la había llevado al taller porque era robada.
–Yo entiendo bastante, creo que el problema está en el alternador. No tengo nada que hacer y me gustaría de alguna forma, pagar lo que como. ¿Puedo arreglarla?
–George…¡sos un amor! Claro que sí, arreglala, te lo agradeceré mucho. En el mismo garaje hay herramientas, podés usar las que quieras.
George se retiró muy contento, rascándose.
–Ese chico sería lo más amoroso del mundo sino me hubiera pegado sus piojos.








La Ferrari relucía bajo el sol y George, bajo el capot, hacía y deshacía, pensado en que si le robaban otra vez, se haría mecánico.
–¿El señorito desea limonada? –preguntó Dolores, ofreciéndole un vaso lleno de refresco.
–¿Señorito? Por favor, no me llames así. –rió–Y gracias, hace mucho calor hoy.
–¿Cree que podrá arreglarla? A la señorita Read le encanta ese coche, y a mí también. Fue una pena cuando no pudo usarla más.
–Supongo que podré. ¿Te gustan los autos?
–Me gustan mucho. También me gustaba el Cadillac que compró la señorita Foster, lástima que lo chocó enseguida.
–¿Zettie tenía un Cadillac y lo chocó?
–Sí, y yo iba también, fue muy divertido. Se hizo pedazos y lo mandó a que lo compactaran. Ahora es un cubo que hay en la sala.
–¿Eso es un auto? Pensé que era una escultura rara…
–Hola George. –saludó Chloe–¿Cómo va eso?
–Mmm…creo que bien. Ayer no pude hacer mucho, pero hoy ya creo que sé qué es lo que tiene.  Es más complicado de lo que creí, pero lo solucionaré. Pff, qué olor a vinagre que hay.
–¿Si? Yo no siento nada…–miró a otro lado–Con Zettie nos vamos.
–¿Adónde?
–A…a…a la peluquería.
–Lleven a Ringo, le gusta eso.
–Esto es cosa de damas.
–Podrías hacerte un flequillo, gracias a nosotros se usa mucho, y te quedaría bien.
–Gracias por tus consejos de moda, George, pero no. En mi opinión, los flequillos juntan piojos. Y ahora me voy, pórtense bien.








Esperaron con mucha paciencia a que el camión amarillo saliera del último supermercado. Como siempre, sólo había un hombre que hacía las veces de guardia y conductor. La ingenuidad al volante.
–Este auto apesta a vinagre y yo sigo rascándome.
–Y con estas pelucas será peor. –Zettie intentaba rascarse metiendo la mano bajo su peluca rubia.
Con lentitud, el camión salió y siguió rumbo a la carretera. No lo perdieron de vista pese al tráfico, y cuando este amainó, comenzaron a actuar.
Chloe aceleró hasta ponerse junto al camión y comenzó a tocar bocina. Zettie bajó el vidrio y el conductor también.
–Oiga amigo, su neumático está roto.
–¿Qué?
–¡Su neumático, el trasero de la derecha, está roto!
De inmediato el conductor bajó la velocidad y estacionó fuera de la ruta. Ellas hicieron lo mismo, detrás de él, y bajaron. El conductor bajó de la cabina, dirigiéndose al neumático que tenía problemas.
–¡Gracias por avisar…!–No pudo seguir, Chloe le apuntaba directo al medio de los ojos.
–Subí al camión. Ya.










–¡Sacamelo, sacamelo, sacameloooo! ¡Sacameloooo!
John corría por todo el parque como un poseso, y por detrás iba Paul, tratando de alcanzarlo.
–¡Si no dejás de correr no podré sacártelo!
–¿Qué pasa? –le preguntó George a Ringo, sacando la cabeza del motor del coche.
–Se encontró un piojo. Creo que todos tenemos, no paro de rascarme. Ellas son las culpables, antes no teníamos y ahora sí. ¿Te imaginás si tienen ladillas?
Soltaron una carcajada y rieron aún más cuando Paul se abalanzó sobre John y lo derribó al suelo.
–¡Acá está! –levantó un dedo, triunfal–Podríamos venderlos, pagarían mucho.
–Dejá de pensar en dinero ¡y salí de arriba mío! Ay, tengo piojos, no le digas a Mimi o me aplicará los métodos que usó en mi infancia.
–Tendríamos que cortarnos el cabello. –dijo Ringo–No sólo el flequillo, todo. Si quieren les corto.
–Oigan, es una buena idea. Nos sacaríamos los bichos y tendríamos nuevo look.
–Pero John, no creo que pelarnos sea la solución.
–Lo decís porque pensás que quedarás feo, Macca. ¡Pero tendrás aún más cara de bebé!
–¿George, qué opinás? ¿George? ¡GEOORRRGE! –gritó Paul al ver que George miraba concentrado algo en el suelo.
–Ay, ¿qué?
–¿Estás jugando con el piojo de John?
–Es rápido, hagamos carrera de piojos.
–George, por una vez en la vida Ringo dijo algo serio e interesante y vos no lo escuchaste porque estás jugando con un piojo. MI piojo. ¿Estás de acuerdo en que nos pelemos?
–Me da igual.
–Tanto para recibir esa respuesta… En fin, ¿Paul?
–Si no queda otra…
–Yo estoy de acuerdo porque lo propuse.
–¡Perfecto! Te ayudo a buscar tijeras. Cuando volvamos de nuestro exilio, el mundo estará sorprendido.








Chloe tocó bocina y el camión se detuvo. De él bajaron el conductor  y Zettie, que lo tenía apuntado con su pistola. Chloe bajó del auto y verificó que no hubiera nadie en los alrededores. Efectivamente, estaban lejos de todo.
–Abrí. –ordenó Zettie. El conductor sacó de su bolsillo un manojo de llaves y abrió las puertas traseras del camión. Había muchas bolsas plásticas negras, abrió un par para que vieran que tenían dinero.
–Bien, te llevarás una. –Chloe le lanzó una de las bolsas, el conductor la miró desconcertado–¿No estás cansado de llevar y traer dinero todos los días para que a fin de mes te paguen un sueldo miserable?
–Gra…gracias…
–Fuera, llevate esto y andate. Y ojo, ni una palabra. Tenemos tus documentos, sabemos muy bien dónde vivís.
El conductor asintió varias veces y salió disparado hacia cualquier parte, tropezándose pero sin soltar la bolsa. Cuando lo vieron lejos, bajaron el dinero y lo metieron dentro del auto.
–No parece mucho, pero es suficiente. –Zettie cerró el baúl del auto y se quitó la peluca. La tiró dentro del camión junto con la de Cloe y comenzó a rociarlo con combustible con un bidón.
–¿Lo vas a quemar?
–Siempre quise quemar un camión. Y además, creo que dejamos muchas huellas, el fuego mata todo, hasta los piojos que tendrán las pelucas.
Hizo un caminito de combustible y una vez subidas al auto, lanzó una cerrilla. El caminito se encendió al instante y corrió hacia el camión en menos de un segundo. Cuando se fueron, el camión era un montón de llamas y humo negro a punto de explotar.






Dolores no sabía si reírse o llorar. Nunca había sido muy fanática de la banda, pero le gustaba cómo eran, les parecían lindos. Ahora lo que veían sus ojos eran cuatro cabezas peladas.
–No nos queda muy bien, ¿no? –preguntó Paul.
–¿Tengo que ser sincera?
–Por piedad.
–Pues…no.
Resoplaron. Era un buen cambio de  estilo y tampoco tenían más piojos, pero parecían cuatro niños de orfanato.
–Es un maldito horror. Ringo parece una nariz gigante.
–¡Basta! Reconozco que me equivoqué, nos queda muy espantoso, pero el pelo crece. Y además nadie nos ve, ninguna fan se suicidará ni la prensa se reirá.
–Yo no me veo tan mal. –George se miraba una y otra vez al espejo, levantaba las cejas, lo único peludo que había quedado en su cabeza–Siempre quise verme pelado o con permanente.
–Una permanente te quedaría horrible.
–Tendré en cuenta tu consejo, Paul. Lo bueno es que ya no nos rascamos. Y ahora, seguiré con la Ferrari, mientras Ringo me cortaba se me ocurrió una idea.
Como no tenían nada más que hacer, salvo juntar el pelo para mandárselo a las fans que pedían siempre, lo siguieron. Afuera el día todavía estaba soleado y hacía brillar sus cabezas, cosa que les causaba más risa.
John salió del garaje de la Ferrari con algo en la mano.
–Juguemos con algo –dijo haciendo una sonrisita–Frisbee.
Mostró el objeto redondo y rojo y enseguida lo lanzó. Era bueno, y aunque el juego no era lo más genial del mundo, podían entretenerse.
–¿Qué dirán las princesas cuando nos vean así? –dijo Paul al lanzar el frisbee.
–Yo qué sé, tampoco me importa. –contestó John.
–¿Seguro? –Ringo le arrojó el frisbee a la cara, con Paul rieron.
–Sí, ¿por qué? ¿De qué se ríen, par de tarados?
–Para mí que te preocupa lo que digan, especialmente una.
–Paul ya está flasheando novela romántica. Por favor, no estorbes, es mi turno y te romperé tu pelada frente con el frisbee.
–¡A John le gusta Chloe! –exclamó Paul–Te conozo bien, te ponés violento cuando de verdad te gusta alguien.
–Estás loco McCartney, ¿ahora sos psicólogo o qué? Aparte, ¿por qué tiene que ser Chloe?
–No sé. –Paul se encogió de hombros–Ayer ella gritaba porque se encontró un piojo y vos hiciste el mismo escándalo. Son cosas en común.
Escucharon la risa de George desde el auto.
–John, aprovechá, vas a ser miembro de la nobleza. Lord John Lennon.
Todos se rieron menos John, que lanzó el frisbee a cualquier parte, aterrizando en una ventana. Y rompiendo el vidrio, que cortó hasta las risas. El estruendo fue terrible.
–Oh…oh…
–¡Mierda, lo que faltaba! ¡Ahora nos encerrarán en el sótano!
–¿Nos? ¡Si lo rompiste vos!
–¡Pero estábamos jugando todos, Richard Starkey!
–¿Perdón? Yo sólo arreglo este auto, si ustedes son tres niños, no es mi culpa.
–Vamos a ver, quizás no se rompió tanto. –Paul caminó, lleno de esperanza, pero encontró todo el vidrio destrozado. Suspiró y miró dentro. Era una habitación que ni sabían que existía en esa casa.
–¿Se rompió todo, no? –John se asomó.
–Sí…Y es el de una habitación. Hay cosas…
Sin dejarlo terminar, George sacó los trozos de vidrio que quedaban adheridos al marco de la ventana y se asomó mejor.
–Es…como un museo. –sin decir nada más, saltó y entró cayendo sobre todos los vidrios esparcidos. Lo siguieron los demás.
–¿Pero qué mierda…? ¡Es como un museo de nosotros!
Allí había pósters, discos, fotos, calendarios, libros, y miles de cosas más, todas con sus caras.
–No sabía que eran tan fanáticas. –dijo Ringo–Un momento, ¿desde cuándo vienen jabones con nuestra cara?
Paul miró el jabón que Ringo sostenía.
–Podrían usarlo para sacarse los piojos.
–Esto me da miedo. O sea, están completamente obsesionadas, no pueden tener tantas cosas.
–John, todas la chicas tienen de todo. Por eso sus padres nos odian.
–Ah no…esto me da miedo a mí.
Todos se giraron a ver a Ringo, que sostenía una media verde en su mano.
–¿Qué pasa con esa media?
–¿Qué pasa? ¡Que es mía!
Lanzaron una carcajada, a la vez que agarraban la media y la olían y la arrojaban al otro extremo de la habitación.
–¿Cuál de las dos habrá sido?
–No me importa cuál de las dos fue, lo que me importa es que se metieron en mi habitación,  abrieron mi cajón, y quién sabe cuántas cosas más.
–De John no hay nada tan íntimo. Lo siento, Chloe no te quiere. –Paul le sacó la lengua.
–Callate idiota. Salgamos de acá, si llegan y nos ven pelados, con un vidrio roto y metidos en su colección personal de cosas, nos desollarán.
–No tan rápido. –George levantó una mano, con la que sostenía papeles.
–¿Qué es eso?
–Es lo que quiero saber. Pero miren, son de un banco.
–¿Papeles de un banco? A lo mejor son de un banco de ellas, y no tiene nada que ver con su colección.
–Sólo dicen cosas  que no entiendo y hay muchos números, y…–George calló, se tapó la boca.
–¿Qué? –dijo Ringo.
–Son papeles del banco donde teníamos el dinero que nos robaron.
–Qué casualidad, tienen nuestro mismo banco.
–No es ninguna casualidad, está el nombre de Brian aquí. –señaló.
Se miraron, desparramaron los papeles con desesperación, efectivamente, eran todos papeles del mismo banco. Arreglado y pegado con prolijidad, Ringo encontró una hoja con sus firmas. Parecía haberse roto al medio y tenía signos de maltrato.
–Son nuestras firmas, cuando depositamos el dinero. Estos papeles estaban junto con el dinero, el gerente del banco dijo que habían robado todo, con documentos incluidos.
–Entonces…de alguna forma los consiguieron…
–Paul, ¿dos princesas van a ser amigas de ladrones de bancos?
–Pues…no. A menos que no sean princesas. Y a menos que ellas mismas sean las ladronas.






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El que no se rascó la cabeza leyendo esto, es porque no tiene sensibilidad.
¿Cómo están? Después de un tiempo volví, como ven, las cosas se están complicando un poquito, espero volver pronto para mostrales cómo sigue esto.
Gracias por leer!





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