–Olvidamos agregar una regla sobre las sustancias…
Chloe asintió,
mirando junto con Zettie al extraño humo que salía de debajo de la puerta del cuarto
de John.
–¡Abran!
–exclamó llamando a la puerta.
Golpeó tres
veces más, hasta que de muy mala gana, John abrió.
–Disculpen las
altezas.
–Qué altezas ni
mierdas. Escuchen una cosa, por mí hagan lo que quieran mientras no nos metan en
problemas.
–¿Y quién te
está metiendo en problemas, ricura?
–Basta con lo de
ricura, John Winston Lennon.
–¿Cómo sabés mi
apestoso segundo nombre?
–Porque sé
muchas cosas, de todos ustedes.–miró a los otros tres, que se amontonaban
detrás de John– Que naciste el 9 de octubre del ’40, tu tía te odia, y que te
expulsaron de todas partes porque sos un maldito desastre, como ahora. Y yo
también tengo ganas de echarte.
–Mentís.
–Claro que no
miento.
–De todos modos
erraste en algo, mi tía no me odia, yo la odio a ella.
–Me da igual,
¡basta de cambiarme de conversación!
John soltó una
risita, se volvió para mirar a los otros tres, que también se rieron.
–Ay, me cansan.
–se quejó Zettie–Si iba a saber que los famosos Beatles eran tan infantiles, me
hacía maestra de primaria. Los niños se comportan mejor. Y ya lo dijo Chloe, no
nos importa si se fuman hasta el estiércol del caballo de Paul, siempre y
cuando no nos metan en problemas. Ustedes parecen amar al inspector ese,
Connor, pero son tan inútiles que no se dan cuenta que si él viene y los ve
drogados, nos lleva presos, a todos.
–A vos no. –acotó
Ringo–Sos princesa.
–Bastarda. La policía
está toda loca por apresar drogados y ustedes mismos se ponen, y nos ponen, la
soga al cuello. Así que basta.
–Además odiamos
a la policía, me da escalofríos de sólo nombrarla. –Chloe se restregó los
brazos–Bueno, basta de humo que esto no es el Vaticano. Afuera, hagan algo
productivo.
–Parecés mi
madre. –se quejó George.
–Pobre tu madre.
Zettie se
rascaba la cabeza y negaba. Tachaba algo en un papel, volvía a escribir, y
volvía a rascarse.
–¿No? –preguntó
Chloe, mirándola con angustia.
–No.
–No, no puede
ser.
Ambas se
rascaron, tomaron uno o dos papeles, los compararon, y negaron en silencio.
–No. –resopló Zettie.
Chloe se tomó la
cabeza, aquello estaba trayéndole demasiados problemas y estaba comenzando a
odiar al plan que se habían armado. El dinero robado se iba como agua, los
Beatles no aportaban porque no podían, y la policía les decía que no tenía presupuesto.
–Robémosles otra
vez. –sugirió Zettie.
–No, sería muy
arriesgado ir por ellos otra vez, aparte ahora, viviendo con nosotras…me da
cosa, pobrecitos.
–Nos queda el palacio,
yo no me olvido de ese plan.
–No, tampoco…y
menos con cuatro pares de ojos mirando absolutamente todo lo que hacemos. Si
ven algo raro no dudarán en avisar, son un montón de paranoicos. Ayer Paul gritaba
como loco diciendo que lo querían matar porque vio a una serpiente, ¿y sabés
qué era? Un palito. ¡Un palito! Encima de loco, miope. Ve menos que John me
parece.
–¿Y entonces qué
hacemos? Queda muy poco y comen mucho.
Chloe fue hasta
un mueble, del fondo del último cajón sacó una carpeta de tapas rojas, la abrió
y entre un montón de planos y hojas sueltas con indicaciones, sacó una lista.
Algunos nombres estaban tachados, otros, para su alegría, todavía no.
–No podemos
robar el Maxim’s. Será el restaurant más lujoso, pero es aburrido robar esos
lugares, es solo camuflarse y robar el dinero de la caja.
–Y ni siquiera
sabemos ni en qué calle queda. Y el dinero que nos queda no nos alcanza para ir
a París. Veamos…¿agencia recaudadora de impuestos?
–Pusieron muchos
guardias después de que el estúpido de Dimitri quisiera meterse por la
claraboya del baño. El idiota quedó trabado ahí.
–Siempre me
pareció el ruso más inútil. Bien, hagamos algo como para salir del paso, un
camión de caudales y listo.
–Se los dije.
Quizás por primera
vez, todos le daban la razón a Ringo. Como él había predicho, la estadía en esa
casa sería aburrida. No podían hacer lo que querían y si bien se habían quejado
por eso a Brian, no obtuvieron nada porque él parecía disfrutar de que al fin
los cuatro estuvieran en raya. De hecho, hasta estaba sorprendido: las jóvenes
princesas no estaban resultando catastróficas sino que sabían demostrar mano
dura.
–Quiero irme.
–dijo John–Prefiero que me agarren los terroristas. ¡Ni siquiera tienen un
billar! Un monasterio medieval sería mas entretenido que esto. Y ahora, ni un
porro te dejan fumar. Oigan, ¿a ustedes también les pica la cabeza?
–A veces. –dijo
George, bostezando–Iré a caminar por ahí, estoy harto de ver sus caras.
Ni lo miraron ni
le dijeron nada. Caminó por el parque, arrancó unas flores de Zettie y se las
dio al caballo de Paul, y pateó piedritas. Pronto llegó a los garajes de la
casa, que tenían tres grandes portones grises, cerrados. Miró a todos lados y
empujó uno, que para su suerte estaba abierto. Dentro vio varios coches, una bicicleta,
una escalera rota y cosas para acampar. La idea de sacar las cosas para acampar
le gustó hasta que, perdida entre todas las cosas, la vio: una Ferrari roja, a
medio tapar con una lona, brillaba. Saltó sobre los otros coches hasta que
llegó a ella, le quitó la lona y se metió dentro. Tenía la llave puesta y la
encendió, pero para su decepción, no pasó nada.
Al igual que George, Zettie también investigaba. Al fin todos estaban lo suficientemente lejos como para oír cómo se escabullía dentro de la habitación de Ringo, y allí estaba, revisando todo como una psicópata. Quería llevarse algo pero no sabía bien qué, todo lo que estaba allí era tocado por él y eso la emocionaba. Abrió el armario y aspiró el aroma que salía de allí. Comenzó a abrir los cajones y una sonrisita de le escapó cuando abrió el de la ropa interior.
–Ahora ya sé qué
me llevaré. –canturreó. Metió la mano y enseguida notó algo raro. Apartó la
ropa y encontró una caja roja. La abrió, dentro había un reloj de oro como
jamás había visto. Lo sacó de la caja con cuidado, era pesado y con la luz
brillaba aún más. Miró el anverso, tenía algo grabado.
–John Lennon.
–leyó–¿Qué hace un reloj de John en el cajón de la ropa interior de Ringo? Si
se lo robó, significa que…¡hasta eso tenemos en común! Pero no parece ser así,
y John es muy amigo suyo y….entonces John se lo regaló. Este tipo de regalos no
se le hace a un simple amigo…
Un grito
desgarrador la espantó tanto que casi se le cae el reloj al suelo. En alguna parte
de la casa, Chloe gritaba y por su grito, no estaba pasando nada bueno. Dejó el
reloj como estaba dentro del cajón y sólo alcanzó a llevarse una media antes de
salir disparada. Al fondo del pasillo vio a Jaime, el jardinero, y le llamó la
atención que el jardinero anduviera donde no había plantas, o sea, entre las
habitaciones. Lo pasó por alto.
–¿Sabe dónde
está Chloe?
–Creo que en ese
baño. –sañaló uno y Zettie entró sin siquiera golpear. La encontró frente al
espejo, con un peine en la mano.
–¡¿Qué te pasa?!
–¡Me encontré un
piojo!
Chloe seguía rascándose mientras Zettie le revisaba el cabello.
–Era enorme.
–No lo dudo, hay
muchas liendres. ¡Y yo también tengo!
–Fueron ellos, estoy
segura. A saber qué tienen en esos flequillos.
–No tenemos más
opción que ponernos vinagre hasta que parezcamos dos ensaladas con patas. Mi
madre me echaba eso para matarlos, y mataba a todo aquel que se me acercaba.
–¿Esa es la
explicación a porqué no tenés novio?
–¡No es gracioso!
Ay, revisame vos a mí, me pica mucho.
–¿Por qué tenés
una media en el bolsillo?
–Es de Ringo, ya
sabés, para la colección.
–Aún no le quité
nada a John, aunque no sé…Están acá, los
vemos y hasta comemos con ellos, ¿por qué sacarles cosas?
–¿Para hacerles
magia negra? Esas cosas no me gustan, pero si no queda más remedio…No los veo
muy enamorados.
–No seamos tan
malas, hay que darles tiempo. Bueno sí, hagamos magia negra.
–Chloe, encontré…
–¿Qué?
–Nada, nada, era
una tontería.
Iba a decirle
sobre el reloj en el cajón de Ringo, pero no quería agregarle más angustias,
demasiado tenia con los piojos.
–¿Cuándo iremos
por el camión?
–Mañana. Es viernes
y sacan todo el dinero de los supermercados, y esta semana han vendido mucho
porque la gente cobró su sueldo. Assshhh, ¡me pica!
Oyeron golpecitos
en la puerta, Zettie abrió pensando que sería Dolores, pero vio a George.
–¿Les pasa algo? –preguntó.
–¿Les pasa algo? –preguntó.
–No, sólo
hablábamos.
–¿Encerradas en el
baño?
–Sí, ¿por qué?
Es nuestra sala de reuniones. ¿Qué querés?
–Ehh…bueno….quería
preguntarle algo a Chloe. Yo estaba…paseando, sí, paseando. Entré a uno de los
garajes y vi la Ferrari.
–¿Te metiste en
mi garaje y tocaste mi Ferrari?
–Sólo quería verla…Supe
que es tuya porque dice ”Chloe es la mejor” por todas partes.
–Jé, son
geniales esos calcos. Si querés te doy uno. ¿Y?
–Veo que la
Ferrari no funciona, y yo podría arreglarla.
–¿De verdad?
Hace mucho se rompió y nunca pude llevarla al mecánico…-Chloe miró a Zettie, en
realidad, jamás la había llevado al taller porque era robada.
–Yo entiendo
bastante, creo que el problema está en el alternador. No tengo nada que hacer y
me gustaría de alguna forma, pagar lo que como. ¿Puedo arreglarla?
–George…¡sos un
amor! Claro que sí, arreglala, te lo agradeceré mucho. En el mismo garaje hay
herramientas, podés usar las que quieras.
George se retiró
muy contento, rascándose.
–Ese chico sería
lo más amoroso del mundo sino me hubiera pegado sus piojos.
La Ferrari relucía bajo el sol y George, bajo el capot, hacía y deshacía, pensado en que si le robaban otra vez, se haría mecánico.
–¿El señorito
desea limonada? –preguntó Dolores, ofreciéndole un vaso lleno de refresco.
–¿Señorito? Por
favor, no me llames así. –rió–Y gracias, hace mucho calor hoy.
–¿Cree que podrá
arreglarla? A la señorita Read le encanta ese coche, y a mí también. Fue una pena
cuando no pudo usarla más.
–Supongo que
podré. ¿Te gustan los autos?
–Me gustan mucho.
También me gustaba el Cadillac que compró la señorita Foster, lástima que lo
chocó enseguida.
–¿Zettie tenía
un Cadillac y lo chocó?
–Sí, y yo iba
también, fue muy divertido. Se hizo pedazos y lo mandó a que lo compactaran.
Ahora es un cubo que hay en la sala.
–¿Eso es un
auto? Pensé que era una escultura rara…
–Hola George.
–saludó Chloe–¿Cómo va eso?
–Mmm…creo que
bien. Ayer no pude hacer mucho, pero hoy ya creo que sé qué es lo que
tiene. Es más complicado de lo que creí,
pero lo solucionaré. Pff, qué olor a vinagre que hay.
–¿Si? Yo no siento
nada…–miró a otro lado–Con Zettie nos vamos.
–¿Adónde?
–A…a…a la
peluquería.
–Lleven a Ringo,
le gusta eso.
–Esto es cosa de
damas.
–Podrías hacerte
un flequillo, gracias a nosotros se usa mucho, y te quedaría bien.
–Gracias por tus
consejos de moda, George, pero no. En mi opinión, los flequillos juntan piojos.
Y ahora me voy, pórtense bien.
Esperaron con mucha paciencia a que el camión amarillo saliera del último supermercado. Como siempre, sólo había un hombre que hacía las veces de guardia y conductor. La ingenuidad al volante.
–Este auto
apesta a vinagre y yo sigo rascándome.
–Y con estas pelucas
será peor. –Zettie intentaba rascarse metiendo la mano bajo su peluca rubia.
Con lentitud, el
camión salió y siguió rumbo a la carretera. No lo perdieron de vista pese al
tráfico, y cuando este amainó, comenzaron a actuar.
Chloe aceleró
hasta ponerse junto al camión y comenzó a tocar bocina. Zettie bajó el vidrio y
el conductor también.
–Oiga amigo, su
neumático está roto.
–¿Qué?
–¡Su neumático,
el trasero de la derecha, está roto!
De inmediato el
conductor bajó la velocidad y estacionó fuera de la ruta. Ellas hicieron lo
mismo, detrás de él, y bajaron. El conductor bajó de la cabina, dirigiéndose al
neumático que tenía problemas.
–¡Gracias por
avisar…!–No pudo seguir, Chloe le apuntaba directo al medio de los ojos.
–Subí al camión.
Ya.
–¡Sacamelo, sacamelo, sacameloooo! ¡Sacameloooo!
John corría por
todo el parque como un poseso, y por detrás iba Paul, tratando de alcanzarlo.
–¡Si no dejás de
correr no podré sacártelo!
–¿Qué pasa? –le
preguntó George a Ringo, sacando la cabeza del motor del coche.
–Se encontró un
piojo. Creo que todos tenemos, no paro de rascarme. Ellas son las culpables,
antes no teníamos y ahora sí. ¿Te imaginás si tienen ladillas?
Soltaron una
carcajada y rieron aún más cuando Paul se abalanzó sobre John y lo derribó al
suelo.
–¡Acá está! –levantó
un dedo, triunfal–Podríamos venderlos, pagarían mucho.
–Dejá de pensar
en dinero ¡y salí de arriba mío! Ay, tengo piojos, no le digas a Mimi o me aplicará
los métodos que usó en mi infancia.
–Tendríamos que
cortarnos el cabello. –dijo Ringo–No sólo el flequillo, todo. Si quieren les
corto.
–Oigan, es una
buena idea. Nos sacaríamos los bichos y tendríamos nuevo look.
–Pero John, no
creo que pelarnos sea la solución.
–Lo decís porque
pensás que quedarás feo, Macca. ¡Pero tendrás aún más cara de bebé!
–¿George, qué
opinás? ¿George? ¡GEOORRRGE! –gritó Paul al ver que George miraba concentrado
algo en el suelo.
–Ay, ¿qué?
–¿Estás jugando
con el piojo de John?
–Es rápido,
hagamos carrera de piojos.
–George, por una
vez en la vida Ringo dijo algo serio e interesante y vos no lo escuchaste porque
estás jugando con un piojo. MI piojo. ¿Estás de acuerdo en que nos pelemos?
–Me da igual.
–Tanto para
recibir esa respuesta… En fin, ¿Paul?
–Si no queda
otra…
–Yo estoy de
acuerdo porque lo propuse.
–¡Perfecto! Te
ayudo a buscar tijeras. Cuando volvamos de nuestro exilio, el mundo estará sorprendido.
Chloe tocó bocina y el camión se detuvo. De él bajaron el conductor y Zettie, que lo tenía apuntado con su pistola. Chloe bajó del auto y verificó que no hubiera nadie en los alrededores. Efectivamente, estaban lejos de todo.
–Abrí. –ordenó
Zettie. El conductor sacó de su bolsillo un manojo de llaves y abrió las puertas
traseras del camión. Había muchas bolsas plásticas negras, abrió un par para
que vieran que tenían dinero.
–Bien, te
llevarás una. –Chloe le lanzó una de las bolsas, el conductor la miró desconcertado–¿No
estás cansado de llevar y traer dinero todos los días para que a fin de mes te
paguen un sueldo miserable?
–Gra…gracias…
–Fuera, llevate
esto y andate. Y ojo, ni una palabra. Tenemos tus documentos, sabemos muy bien
dónde vivís.
El conductor asintió
varias veces y salió disparado hacia cualquier parte, tropezándose pero sin
soltar la bolsa. Cuando lo vieron lejos, bajaron el dinero y lo metieron dentro
del auto.
–No parece
mucho, pero es suficiente. –Zettie cerró el baúl del auto y se quitó la peluca.
La tiró dentro del camión junto con la de Cloe y comenzó a rociarlo con
combustible con un bidón.
–¿Lo vas a
quemar?
–Siempre quise
quemar un camión. Y además, creo que dejamos muchas huellas, el fuego mata
todo, hasta los piojos que tendrán las pelucas.
Hizo un caminito
de combustible y una vez subidas al auto, lanzó una cerrilla. El caminito se
encendió al instante y corrió hacia el camión en menos de un segundo. Cuando se
fueron, el camión era un montón de llamas y humo negro a punto de explotar.
Dolores no sabía
si reírse o llorar. Nunca había sido muy fanática de la banda, pero le gustaba
cómo eran, les parecían lindos. Ahora lo que veían sus ojos eran cuatro cabezas
peladas.
–No nos queda
muy bien, ¿no? –preguntó Paul.
–¿Tengo que ser sincera?
–Por piedad.
–Pues…no.
Resoplaron. Era
un buen cambio de estilo y tampoco
tenían más piojos, pero parecían cuatro niños de orfanato.
–Es un maldito
horror. Ringo parece una nariz gigante.
–¡Basta!
Reconozco que me equivoqué, nos queda muy espantoso, pero el pelo crece. Y
además nadie nos ve, ninguna fan se suicidará ni la prensa se reirá.
–Yo no me veo
tan mal. –George se miraba una y otra vez al espejo, levantaba las cejas, lo
único peludo que había quedado en su cabeza–Siempre quise verme pelado o con permanente.
–Una permanente
te quedaría horrible.
–Tendré en
cuenta tu consejo, Paul. Lo bueno es que ya no nos rascamos. Y ahora, seguiré
con la Ferrari, mientras Ringo me cortaba se me ocurrió una idea.
Como no tenían
nada más que hacer, salvo juntar el pelo para mandárselo a las fans que pedían
siempre, lo siguieron. Afuera el día todavía estaba soleado y hacía brillar sus
cabezas, cosa que les causaba más risa.
John salió del garaje
de la Ferrari con algo en la mano.
–Juguemos con
algo –dijo haciendo una sonrisita–Frisbee.
Mostró el objeto
redondo y rojo y enseguida lo lanzó. Era bueno, y aunque el juego no era lo más
genial del mundo, podían entretenerse.
–¿Qué dirán las
princesas cuando nos vean así? –dijo Paul al lanzar el frisbee.
–Yo qué sé,
tampoco me importa. –contestó John.
–¿Seguro? –Ringo
le arrojó el frisbee a la cara, con Paul rieron.
–Sí, ¿por qué?
¿De qué se ríen, par de tarados?
–Para mí que te preocupa
lo que digan, especialmente una.
–Paul ya está flasheando
novela romántica. Por favor, no estorbes, es mi turno y te romperé tu pelada
frente con el frisbee.
–¡A John le gusta
Chloe! –exclamó Paul–Te conozo bien, te ponés violento cuando de verdad te
gusta alguien.
–Estás loco
McCartney, ¿ahora sos psicólogo o qué? Aparte, ¿por qué tiene que ser Chloe?
–No sé. –Paul se
encogió de hombros–Ayer ella gritaba porque se encontró un piojo y vos hiciste
el mismo escándalo. Son cosas en común.
Escucharon la
risa de George desde el auto.
–John, aprovechá,
vas a ser miembro de la nobleza. Lord John Lennon.
Todos se rieron
menos John, que lanzó el frisbee a cualquier parte, aterrizando en una ventana.
Y rompiendo el vidrio, que cortó hasta las risas. El estruendo fue terrible.
–Oh…oh…
–¡Mierda, lo que
faltaba! ¡Ahora nos encerrarán en el sótano!
–¿Nos? ¡Si lo rompiste
vos!
–¡Pero estábamos
jugando todos, Richard Starkey!
–¿Perdón? Yo sólo
arreglo este auto, si ustedes son tres niños, no es mi culpa.
–Vamos a ver,
quizás no se rompió tanto. –Paul caminó, lleno de esperanza, pero encontró todo
el vidrio destrozado. Suspiró y miró dentro. Era una habitación que ni sabían
que existía en esa casa.
–¿Se rompió
todo, no? –John se asomó.
–Sí…Y es el de
una habitación. Hay cosas…
Sin dejarlo
terminar, George sacó los trozos de vidrio que quedaban adheridos al marco de la
ventana y se asomó mejor.
–Es…como un
museo. –sin decir nada más, saltó y entró cayendo sobre todos los vidrios esparcidos.
Lo siguieron los demás.
–¿Pero qué
mierda…? ¡Es como un museo de nosotros!
Allí había pósters,
discos, fotos, calendarios, libros, y miles de cosas más, todas con sus caras.
–No sabía que
eran tan fanáticas. –dijo Ringo–Un momento, ¿desde cuándo vienen jabones con
nuestra cara?
Paul miró el
jabón que Ringo sostenía.
–Podrían usarlo
para sacarse los piojos.
–Esto me da
miedo. O sea, están completamente obsesionadas, no pueden tener tantas cosas.
–John, todas la
chicas tienen de todo. Por eso sus padres nos odian.
–Ah no…esto me
da miedo a mí.
Todos se giraron
a ver a Ringo, que sostenía una media verde en su mano.
–¿Qué pasa con
esa media?
–¿Qué pasa? ¡Que
es mía!
Lanzaron una
carcajada, a la vez que agarraban la media y la olían y la arrojaban al otro
extremo de la habitación.
–¿Cuál de las
dos habrá sido?
–No me importa
cuál de las dos fue, lo que me importa es que se metieron en mi
habitación, abrieron mi cajón, y quién sabe
cuántas cosas más.
–De John no hay
nada tan íntimo. Lo siento, Chloe no te quiere. –Paul le sacó la lengua.
–Callate idiota.
Salgamos de acá, si llegan y nos ven pelados, con un vidrio roto y metidos en
su colección personal de cosas, nos desollarán.
–No tan rápido.
–George levantó una mano, con la que sostenía papeles.
–¿Qué es eso?
–Es lo que
quiero saber. Pero miren, son de un banco.
–¿Papeles de un
banco? A lo mejor son de un banco de ellas, y no tiene nada que ver con su
colección.
–Sólo dicen
cosas que no entiendo y hay muchos
números, y…–George calló, se tapó la boca.
–¿Qué? –dijo
Ringo.
–Son papeles del
banco donde teníamos el dinero que nos robaron.
–Qué casualidad,
tienen nuestro mismo banco.
–No es ninguna
casualidad, está el nombre de Brian aquí. –señaló.
Se miraron,
desparramaron los papeles con desesperación, efectivamente, eran todos papeles
del mismo banco. Arreglado y pegado con prolijidad, Ringo encontró una hoja con
sus firmas. Parecía haberse roto al medio y tenía signos de maltrato.
–Son nuestras
firmas, cuando depositamos el dinero. Estos papeles estaban junto con el
dinero, el gerente del banco dijo que habían robado todo, con documentos
incluidos.
–Entonces…de
alguna forma los consiguieron…
–Paul, ¿dos
princesas van a ser amigas de ladrones de bancos?
–Pues…no. A
menos que no sean princesas. Y a menos que ellas mismas sean las ladronas.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
El que no se rascó la cabeza leyendo esto, es porque no tiene sensibilidad.
¿Cómo están? Después de un tiempo volví, como ven, las cosas se están complicando un poquito, espero volver pronto para mostrales cómo sigue esto.
Gracias por leer!